jueves, 5 de abril de 2018
miércoles, 4 de abril de 2018
CUANDO LA IRA SE PRESENTE SIN HABER SIDO INVITADA
Hace poco tuve la oportunidad de hablar con un americano veterano de la guerra de Vietnam que me contó un montón de historias interesantes sobre la transformación, la paz y la alegría que experimentó, y sobre su capacidad de relacionarse con los demás tras haber pasado una etapa en la que le resultaba muy difícil estar con alguien. Había combatido en la guerra de Vietnam y tenía la naturaleza de un soldado. Estaba dispuesto a afrontar cualquier reto. Si alguien deseaba enfrentarse a él, estaba preparado para responder.
Pero me dijo que después de haber hecho la práctica de ser consciente durante varios meses, había cambiado. Un día mientras iba por la calle alguien que estaba furioso se acercó a él para provocar una pelea. De pronto mi amigo sintió que ya no deseaba luchar.
Aquel hombre estaba muy enfadado y quería golpearle para hacerle sufrir, pero nuestro amigo no quería luchar. Esta idea le resultaba muy extraña y nueva. Entonces se puso a hacer la práctica de inspirar y espirar y le dijo: “Si deseas golpearme, adelante, pero yo no voy a responderte, no quiero pelear. No pienso hacerlo”.
Cuando lanzas una piedra, aunque la piedra no regrese, te lastimará igualmente, y eso era lo que quería transmitir a esa persona. Como su cara y su voz irradiaban calma y no expresó ningún tipo de ira, la otra persona reaccionó del mismo modo. Dejó de agredirle y se fue.
Nuestro amigo se felicitó a sí mismo. Era su primera verdadera victoria sobre su ira. Me gustaría que si un chico o una chica intentaran provocar una pelea, practiques lo mismo que él hizo. Hay una forma mejor de responder a la ira que luchando.
martes, 3 de abril de 2018
lunes, 2 de abril de 2018
LA INFLUENCIA DE SCHREBER
¿Ha oído hablar de un hombre que fue muy famoso en Alemania? Todavía se ven estatuas de él y algunas plazas y calles aún llevan su nombre. Se llama Daniel Gottlieb Schreber. Fue el verdadero fundador del fascismo. Murió en 1861 pero preparó el terreno para la llegada de Adolf Hitler, desde luego, sin saberlo.
Este hombre tenía ideas muy definidas sobre cómo educar a los niños. Escribió muchos libros sobre el tema, que fueron traducidos a muchos idiomas. Algunos de ellos han llegado a unas cincuenta reediciones. Sus libros son muy conocidos, apreciados y respetados porque sus puntos de vista no eran excepcionales; eran muy corrientes. Decía cosas que todo el mundo ha pensado a lo largo de los siglos. Era el vocero de la mente común y corriente, de la mente mediocre.
Se establecieron centenares de clubes y sociedades para perpetuar su filosofía, sus ideas, y cuando murió se construyeron muchas estatuas de él y a muchas calles se les dio su nombre. Creía en disciplinar a los niños desde que alcanzaban los seis meses, pues decía que si no se disciplina a un niño cuando tiene seis meses, se pierde la mejor oportunidad de hacerlo.
Cuando un niño es aún muy tierno y maleable, ignorante de lo que ocurre en el mundo, es posible crear una huella profunda que él siempre seguirá. Y nunca se dará cuenta de que ha sido manipulado. Pensará que está haciéndolo todo por su propia voluntad, pues cuando un niño tiene seis meses no tiene voluntad; ésta surgirá más tarde, y la disciplina vendrá antes que la voluntad. De esta manera, la voluntad pensará siempre: "Esta idea es mía, propia".
Schreber llamaba a esto disciplina, como lo hacen todos los padres. Escribió que en el momento mismo en que apareciera la voluntad propia había que detenerla, matarla de inmediato. Cuando se observa que el niño se está haciendo persona, se está convirtiendo en individuo, se debe destruir esa primera manifestación de individualidad inmediatamente, sin perder un solo instante.
Cuando aparece el primer indicio de voluntad propia, ...hay que intervenir de manera positiva... con palabras severas, ademanes amenazantes, golpeando su cama... con amonestaciones físicas repetidas insistentemente hasta que el niño se calme o se duerma.
domingo, 1 de abril de 2018
LOS SEIS POZOS DE LA PROSPERIDAD
El progreso empieza por la creencia de que lo necesario es posible.
Norman Cousins
Antes de planificar la búsqueda del tesoro, vamos a detenernos en lo que proponen los talleres de la prosperidad, que han surgido como respuesta al interés generalizado para mejorar la economía personal.
En esencia, son seminarios en los que se enseña a los participantes a tener una relación más fértil con el dinero y a generar sus propias oportunidades de negocio sin esperar a que la prosperidad caiga del cielo. Para ello se analizan los recursos y las capacidades latentes de cada individuo para generar riqueza, así como a desarrollar proyectos que conduzcan a una mayor libertad financiera.
Éstos son algunos de los consejos que proporcionan para optimizar nuestra relación con el dinero:
1. Reconocer los obstáculos. Hay hábitos negativos que nos impiden generar, mantener o aumentar nuestros ingresos. Lo primero que debemos hacer es analizar por dónde se escapa el dinero innecesariamente. El primer pozo de la prosperidad es no perder recursos de forma injustificada —por ejemplo, pagando más por las cosas o comprando lo que no necesitamos— para así tener el máximo caudal para invertir.
2. Localizar el flujo. El dinero existe y está en constante movimiento. Para conseguirlo, hay que indagar por dónde fluye y prepararnos para pescar en esta corriente de abundancia cuando surja la oportunidad. El segundo pozo de la prosperidad está en nuestra mirada, que encontrará la abundancia si no la buscamos con la mente condicionada y preservamos la curiosidad de un niño que juega.
3. Planificar pequeñas ganancias. Excepto en los juegos de azar, que no son ninguna solución, si nos proponemos amasar una gran fortuna de manera rápida es fácil que nos bloqueemos o que incurramos en prácticas incorrectas. Es mucho más efectivo trazarnos pequeños objetivos que seamos capaces de controlar.
Cuando trazamos un mapa del tesoro, es importante localizar pequeños pozos para no morir de sed en el camino.
Los pequeños éxitos alientan a seguir la travesía y nos preparan para desafíos más grandes. Ése es el tercer pozo de la abundancia.
4. Trabajar para buenas causas. Los propósitos nobles ayudan a que la energía del dinero fluya a favor nuestro. Si actuamos con ética, sumada al sentido práctico, las circunstancias se pondrán de nuestro lado para que logremos cualquier objetivo. Sin escrúpulos podemos obtener ganancias rápidas, pero la falta de una base sólida —unos principios, una misión— hará que el dinero se escape tan pronto como ha venido. El cuarto pozo de la prosperidad, por lo tanto, es afanarnos por algo que merezca la pena.
5. Repartir la riqueza. La abundancia se refuerza cuando somos capaces de trabajar en equipo y hacer partícipes a otros de los beneficios. Los mejores negocios son aquellos en los que todas las partes salen ganando y nadie siente que ha perdido nada. El «ganar-ganar» del que nos habla Stephen Covey es el quinto pozo de la prosperidad.
6. Visualizar la prosperidad. Sin quedarnos de brazos cruzados mientras esperamos que la ley de la atracción actúe, sí es cierto que para que algo suceda, primero debemos imaginarlo. Si no confiamos en nuestra capacidad de generar riqueza, ésta nos eludirá. La mente es el campo de pruebas de lo que luego sucederá en la realidad.
sábado, 31 de marzo de 2018
LA TUMBA
Iba Gabriela abrazada a las flores que llevaba para su hermano Javier, en el cementerio de La Chacarita, cuando por casualidad descubrió la tumba de Osvaldo Soriano.
—Flores, no quiere —advirtió el cuidador—. El es socialista.
—A los socialistas nos gustan las flores —dijo Gabriela.
Y el cuidador meneó la cabeza:
—Aquí viene cada raro, si usted viera. Si yo le contara...
Y le contó. Mientras barría el tierral con un escobillón, dijo el cuidador que allí acudían unos raros que se ponían a dar vueltas en torno a la tumba de Soriano y charlaban, no se callaban nunca, no hay un respeto, y se reían:
—¿Quiere creer? Se ríen, oiga, se ríen.
Se doblaban de risa los raros, dijo el cuidador, pero eso no era lo peor, si usted supiera, si yo le contara. Y le contó. Confidencial, en voz baja:
—Le dejan cartas. Le entierran papelitos, quiere creer.
Cuando el cuidador dio por concluida su denuncia, y pasó a ocuparse, escobillón en mano, de otros difuntos, Gabriela quedó sola. Y a solas, al pie de la tumba, esta leyente agradeció el humor desvestidor y entrañable de los libros del gordo Soriano.
El cuidador estaba lejos y no escuchó la voz del Gordo, que desde las profundidades susurró:
—Perdoná que no me levante.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)