Hace poco tuve la oportunidad de hablar con un americano veterano de la guerra de Vietnam que me contó un montón de historias interesantes sobre la transformación, la paz y la alegría que experimentó, y sobre su capacidad de relacionarse con los demás tras haber pasado una etapa en la que le resultaba muy difícil estar con alguien. Había combatido en la guerra de Vietnam y tenía la naturaleza de un soldado. Estaba dispuesto a afrontar cualquier reto. Si alguien deseaba enfrentarse a él, estaba preparado para responder.
Pero me dijo que después de haber hecho la práctica de ser consciente durante varios meses, había cambiado. Un día mientras iba por la calle alguien que estaba furioso se acercó a él para provocar una pelea. De pronto mi amigo sintió que ya no deseaba luchar.
Aquel hombre estaba muy enfadado y quería golpearle para hacerle sufrir, pero nuestro amigo no quería luchar. Esta idea le resultaba muy extraña y nueva. Entonces se puso a hacer la práctica de inspirar y espirar y le dijo: “Si deseas golpearme, adelante, pero yo no voy a responderte, no quiero pelear. No pienso hacerlo”.
Cuando lanzas una piedra, aunque la piedra no regrese, te lastimará igualmente, y eso era lo que quería transmitir a esa persona. Como su cara y su voz irradiaban calma y no expresó ningún tipo de ira, la otra persona reaccionó del mismo modo. Dejó de agredirle y se fue.
Nuestro amigo se felicitó a sí mismo. Era su primera verdadera victoria sobre su ira. Me gustaría que si un chico o una chica intentaran provocar una pelea, practiques lo mismo que él hizo. Hay una forma mejor de responder a la ira que luchando.
Cuando la ira surja en ti, inspira y espira y di: “Hola, ira. Al inspirar, sé que la ira está presente. Al espirar, intento sonreír”. Cuando te enojas, los cientos de músculos que hay en tu rostro se tensan y pareces una bomba a punto de explotar. Pero si sabes cómo inspirar y espirar, y sonreír, aunque no sea una sonrisa de alegría, aunque sólo sea una sonrisa de yoga, te ayudará a relajarte.
Es una práctica muy importante, porque cuando estamos enojados solemos interesarnos sólo por la persona que creemos nos ha hecho enojar. Pero en realidad el origen de nuestra ira se encuentra en nuestra mente, en nuestra forma de pensar.
La ira es como una semilla. En ti hay la semilla de la ira que tus padres, amigos, o incluso tú mismo, habéis sembrado y que habéis estado regando cada día. Cada vez que te enfadas, esa semilla se vuelve más fuerte.
La parte en la que esta ira vive dentro de ti se llama la “consciencia-receptáculo”. La consciencia-receptáculo es como el sótano de una casa. En ese sótano hay muchas semillas, puedes considerarlas como invitados. De vez en cuando las invitas a entrar a la sala de estar. Por ejemplo, cuando tienes ganas de cantar, estás invitando en la sala de estar a las semillas de las canciones que hay en tu consciencia-receptáculo. Pero a veces algunas semillas irrumpen en la sala de estar sin haberlas invitado empujando la puerta y entrando por su cuenta.
Cuando la ira se presenta sin haberla invitado es algo muy desagradable. Puede llegar a serlo tanto, que quizá intentes reprimirla, decir a tus enojados pensamiento: “¡Quedaos en el sótano, ni se os ocurra subir, no quiero veros!”. Decides consciente o inconscientemente que no quieres que entren en la sala de estar y te hagan infeliz, y los empujas al sótano. Posiblemente se quede allí reprimido durante algún tiempo, pero intentarán subir cuando no seas consciente de ellos. Además pueden ser muy astutos y volver disfrazados para que no los reconozcas.
Cuando estas enojado, el paisaje de tu mente cambia. Si no sabes afrontar tu ira, ésta aumentará e invadirá todo el paisaje. Y una vez te enojas, el montón de cosas bellas y refrescantes que hay en el mundo deja de interesarte y sólo piensas en la persona que te ha hecho infeliz. Y cuánto más sigas pensando en ella, más enojado te sentirás, en realidad estarás avivando tu ira. Lo hacemos cada día.
Podemos aprender a reconocer la presencia de la ira que ha aparecido sin haberla invitado y al mismo tiempo invitar a alguna otra cosa para que se ocupe de ella: al estado de ser consciente. “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al espirar, sé que la irritación sigue aún en la sala de estar”. Al decirlo, reconocemos la ira que hay en nosotros.
Cuando una madre oye que su bebé llora y lo coge en brazos, no intenta hacerle callar tapándole la boca o pegándole, sino que deja que llore abrazándole con amor, ternura y serenidad. Y poco a poco el bebé se va calmando y tranquilizando hasta que deja de llorar. La madre en vez de obligar a su hijo a dejar de llorar, lo rodea de ternura y calma. Nosotros también debemos tratar a nuestra ira del mismo modo.
El hecho de ser conscientes no sirve para combatir o reprimir la ira, sino para ayudarnos a cuidar bien de ella. Practica lo siguiente: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que la ira sigue en mí”. Al decir estas palabras, seguirás enojado, pero estás a salvo, porque al ser consciente de tu ira, te estarás ocupando de ella.
Utiliza este estado como una luz que ilumine codos los recodos de tu consciencia para transformar la ira. Cuando surge un recuerdo doloroso normalmente intentamos reprimirlo creando con ello una mala circulación en nuestra consciencia. Y cuando hay una mala circulación, no gozamos de buena salud. Cada vez que el dolor intente entrar a la sala de estar, ya sabes qué hay que hacer: no lo empujes al sótano ni lo reprimas. Mantente atento y estarás protegido. Deja que surja. Di: “Buenos días, miedo” o “Buenos días, ira, vieja amiga mía”. Haz la práctica de inspirar y espirar. Si actúas de ese modo y te mantienes atento, estarás a salvo. No tengas miedo.
Nosotros, al igual que una madre ocupándose de su bebé que llora, invitamos al estado de ser consciente a surgir y a ocuparse de la ira que surge en nuestra mente. Cuando dices: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que estoy enojado”, con tu estado de ser consciente estás cogiendo en brazos a la ira que hay en ti al igual que una madre sostiene a su bebé con amor y ternura.
Extracto del libro:
A la sombra del manzano rosal
El budismo explicado a los niños
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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