Esta guerra psicológica por tener el control e imponer la soberanía personal a cualquier coste se sustenta en cuatro esquemas altamente nocivos y disfuncionales: inculpación: «Muerte al vil villano»; prerrogativa: «Debes tratarme siempre como yo quiero»; Argumentum ad hominen; y el arte de convencer al súbdito.
DEBES TRATARME SIEMPRE COMO YO QUIERO:
Este esquema responde a la actividad de un yo desproporcionado que quiere ser el centro del universo intelectual y afectivo. No hay excusa: mis deseos son órdenes. Si respetas mi «rango», deberás adelantarte a mis deseos y complacerme en todo. A los tiranos hay que satisfacerlos a cualquier precio. Exigen discípulos que sean soplones, guardaespaldas, nodrizas o ayudantes multilingües. El sueño de los individuos autoritarios es poseer un ejército de colaboradores complacientes que se ufanen por estar a sus pies y compitan entre sí para saber quién es más capaz de anticipar mejor los deseos de su mandamás. Obviamente hay una diferencia clara entre contentar y actuar como un siervo.
La prerrogativa autoritaria busca que siempre tenga la razón quien ostente el poder, no importa qué diga o haga. La prerrogativa parte de la siguiente creencia: «Debes tratarme siempre como yo quiero», lo que se apuntala a su vez en uno de los pensamientos típicos del narcisismo: «Soy especial.»