La mayoría de las personas, cuando crean un negocio, se preguntan: ¿qué puedo ofrecer?, ¿cómo lo ofreceré? y ¿para qué?, en este orden. Es decir, parten de una idea cerrada, parten del «qué» y dejan el «para qué» al final.
Sin embargo, para que se genere verdadera prosperidad hay que actuar, curiosamente, siguiendo el proceso inverso. Lo primero que uno debe preguntarse es «¿para qué?», y buscar el sentido profundo de lo que hace.
Para Steve Jobs, cuya trayectoria analizaremos más adelante, el «para qué» era crear belleza y utilidad sin errores.
Ese era su sentido de la creatividad: hacer piezas diferentes, sencillas, muy bonitas, prácticas y funcionales.
A continuación, Jobs se centró en el cómo: con una tecnología específica, usable, diferencial. Es muy importante invertir en el proceso diferencial.
Por lo tanto, antes de saber qué podemos ofrecer y cómo podemos ofrecerlo, debemos preguntarnos para qué ofrecerlo. Eso movilizará nuestro talento y nuestra pasión, aquello que nos hace levantarnos cada mañana con ilusión aunque estemos agotados. Cuando tiene un sentido, amamos lo que hacemos y, por tanto, lo hacemos de la mejor manera que podemos y sabemos, dando lo mejor de nosotros mismos y aprendiendo continuamente con entusiasmo para mejorar.
Los humanos vivimos para crear y amar. Si nuestra vida tiene sentido, lo tiene porque sabemos que hay alguien a quien amamos y algo a lo que amamos. Si amamos de verdad, cuidamos lo que amamos, nos entregamos a ello en cuerpo y alma, y de este modo las oportunidades aparecen solas y continuamente, porque nuestra sintonía con el mundo nos hace ver oportunidades donde otros, simplemente, no ven nada.