lunes, 28 de agosto de 2017

LA CAPACIDAD DE PERDONAR


¿Podría decirnos algo sobre la capacidad de perdonar?

R: La capacidad de perdonar es fruto del entendimiento. A veces, incluso cuando queremos perdonar a alguien, no somos capaces de hacerlo. La buena voluntad necesaria para perdonar puede estar presente, pero la amargura y el sufrimiento siguen también estando presentes. Para mi el perdón es resultado de la práctica de observar profundamente y comprender.

En la oficina que teníamos en París en los años setenta y ochenta una mañana recibimos una muy mala noticia. Había llegado una carta en que nos decían que una niña de once años que viajaba en un barco procedente de Vietnam había sido violada por un pirata del mar. Cuando su padre intentó intervenir lo arrojaron al mar. La niña saltó al mar también, y se ahogó. Yo estaba enojado. Como seres humanos, tenemos derecho a enojarse; pero como practicantes, no tenemos derecho a cesar de practicar.

No fui capaz de desayunar; la noticia era demasiado para mí. Medité caminando en un bosque cercano. Intenté ponerme en contacto con los árboles, los pájaros y el cielo azul, para calmarme, y luego me senté y medité. La meditación duró mucho rato.

Mientras meditaba me vi nacer en la zona costera de Tailandia. Mi padre era un pescador pobre; mi madre era una mujer inculta. La pobreza me rodeaba por todas partes. A los catorce años tuve que ponerme a trabajar con mi padre en el barco para ganar nuestro sustento; este trabajo era muy duro. Cuando mi padre murió, tuve que hacerme cargo de su actividad yo solo para sostener a mi familia.

Un pescador que conocía me dijo que muchos refugiados del mar que salían de Vietnam solían llevar consigo sus posesiones muy valiosas, como oro y alhajas. Me dijo que si interceptábamos uno solo de estos barcos y nos quedábamos con una parte del oro, seríamos ricos. Como era un pescador pobre e inculto, su propuesta me tentó. Y un día decidí irme con él y robar a los refugiados del mar. Cuando vi como el pescador violaba a una de las mujeres que viajaban en el barco, sentí la tentación de hacer lo mismo. Miré a mi alrededor y cuando me di cuenta de que nada me podía detener —no había policías y no corría ningún riesgo— me dije a mí mismo: «Lo puedo hacer, una sola vez». Fue así como me convertí en pirata del mar que viola a una niña pequeña.

NUESTRA HISTORIA


jueves, 24 de agosto de 2017

PARA LA CÁTEDRA DE GEOGRAFÍA


Estaba intentando descifrar el alboroto de los pájaros de California, en las arboledas de la Universidad de Stanford, cuando un viejo profesor, que deambulaba por allí, se me acercó. El profesor, sabio en alguna especialidad de las ciencias biológicas, tenía mucha charla guardada. De lo suyo, sabía todo. Yo, que de aquello no sabía nada, nada entendí; pero él era simpático, hablaba suavemente y daba gusto escucharlo.

A cierta altura, lo picó la curiosidad y quiso saber de qué país venía. Le contesté; y por sus ojos, estupefactos, me di cuenta de que el nombre del Uruguay no le resultaba muy familiar. Yo ya estaba acostumbrado, pero el profesor fue amable y me hizo un comentario sobre las ropas típicas de mi país. Era evidente que el profesor confundía Uruguay con Guatemala: retribuí su gentileza haciéndome guatemalteco en el acto y sin chistar, y dije no sé qué cosa sobre la tormentosa historia de América Central.
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