El gallo francés cacarea en francés: «[Cocorico!», el gallo alemán, en alemán: «¡Kire-kiki!», y el gallo inglés, como es debido, en inglés: «¡Cook-e-doodle-do!». Los gallos hablan la lengua de sus países respectivos, ¿o quizá son los humanos quienes interpretan a su manera el grito inocente de las gallináceas? La cuestión hace sonreír, pero hay un canto que uno no puede, ciertamente, modular a su gusto: ¡el del cuclillo! En efecto, ¿cómo transformar esa música binaria, repetitiva, de una claridad tan evidente: «cucú ... cucú.,»? El que ha oído una vez la voz bien timbrada del volatinero de la primavera sabe muy bien que el cuclillo hace «cucú» y nada más. Sin embargo, en el país del Sol Naciente se afirma que el cuclillo no dice «cucú ... cucú ... », sino «kakkó ... kakkó ... » Añaden, incluso, que para ello tiene una razón excelente.
Hace muchísimo tiempo, papá cuclillo pidió un día a su hija que le rascara la espalda, cosa que él no podía hacer a pesar de sus intentos vanos y desesperados de retorcer el pico. La señorita atravesaba las tormentas de la adolescencia. Se negó a hacerlo, con el pretexto de que a papá no le gustaba cierto cuclillo juvenil que exhibía una vestimenta pardorojiza de muy mal efecto y que le hacía parecer un cernícalo hembra.
-¡Grotesco! -fulminaba papá- ¡ Un cuclillo gris se viste de gris!
-¡Tú no sabes nada, es la última moda! -replicaba su hija.