La hija de don Francisco fue capturada en la sierra de Chuacús. En la madrugada, un oficial del ejército la arrastró hasta la casa de su padre, y encaró a don Francisco:
—¿Está bien lo que hacen los guerrilleros?
—No —dijo don Francisco—. No está bien.
—¿Y qué hay que hacer con ellos?
Don Francisco calló.
—¿Hay que matarlos?
Don Francisco seguía callado, mirando al suelo. Su hija estaba de rodillas, encapuchada, maniatada, con la pistola del oficial clavada en la cabeza.
—¿Hay que matarlos? —insistió el oficial.
Quizá don Francisco quiso decir: no, pero ninguna palabra le salió de la boca. Y siguió callado, con los ojos clavados en el suelo.









