Esta historia es ahora cosa del pasado. Érase una vez un muchacho que vivía con su madre en una pobre cabaña. Decidió ir a buscar trabajo a la gran ciudad. Por el camino, mientras subía a la cima de una montaña, le sorprendió una tormenta. Caía la noche. A lo lejos divisó una luz y se dirigió hacia ella. Calado hasta los huesos, llamó a la puerta. Una mujer joven sonriente y muy bella le recibió. Su voz era melodiosa, una especie de crescendo líquido, claro y fluido que hacía bailar cada una de sus frases: «Huic, ti-u, ti-u, ti-u ... » Le ofreció comida. Mientras comía, la mujer le hizo preguntas.
-Veo -dijo después de haberle escuchado-- que esperas encontrar trabajo en Edo, en la gran ciudad. Pero yo vivo sola aquí, ¿quieres trabajar para mí?
***
El joven aceptó.
El muchacho cortaba leña, realizaba las tareas cotidianas, araba el campo. Era animoso y honrado, y la mujer le apreciaba. Un día, ésta dijo:
-Tengo que ausentarme por un tiempo. Sabes que detrás de la casa hay tres reservados. Te pido expresamente que nunca entres, y ni siquiera mires, en el interior del tercero.
El muchacho obedeció escrupulosamente. Nunca entró en el tercer reservado, y ni siquiera le lanzó una mirada furtiva. Así pasó un año. Una mañana de otoño dijo:
-Quisiera volver a ver a mi madre, ¿podrías darme permiso?