En la China los dragones ejercen funciones muy importantes. El «dragón rojo», por ejemplo, al que también llaman «el dragón del fuego», si abre los ojos, aparece el alba, y si los cierra se hace de noche. ¡Qué responsabilidad! El «dragón del trueno y los relámpagos» vigila las tormentas. ¡Duro oficio! El «dragón de las nubes» las reúne como si fueran ovejas, es el pastor de los cumulonimbos. ¡ Y nada es más juguetón y malicioso que una nube! Se esconden, se metamorfosean en león, tiburón o jirafa, se deshilachan, se dispersan ... ¡Cuánto trabajo! Pero los dragones que tienen por misión echarse sobre el sol y la luna y morderles el trasero para impedir que vagabundeen son quizá los menos apreciados, y sin embargo realizan una tarea indispensable.
¿Qué decir, por último, del «dragón de la lluvia»? Debe verter el agua de la jarra mágica sobre las montañas, los bosques y los arrozales, ni demasiada ni demasiado poca, labor abrumadora que exige una atención constante. ¡Ima- ginemos que riega por distracción el desierto de Gobi!
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Se comprende, por lo tanto, que los dragones necesiten de vez en cuando un poco de descanso y de fiesta. Una de las mejores ocasiones es el aniversario del emperador de los dragones. En el palacio celeste todo son banquetes gargantuescos, comilonas, risas y canciones. Aquel año la orgía duraba desde hacía tres días. En las salas y corredores no había más que cuerpos tirados por el suelo. El «Dragón de la lluvia» roncaba durmiendo la mona. Pero, como todo el mundo sabe, un día de los dragones equivale a un año entero de los seres humanos. Y en la tierra, en la gran llanura de la China, la situación resultaba dramática. ¡ Ni una gota de lluvia desde hacía tres años! Los habitantes enviaron una delegación para suplicar al pequeño «Dragón de oro», que es el mensajero entre los hombres y los dragones del cielo.
-¡Señor dragón, salvadnos! ¡Ya no queda ni una gota de agua, los cadáveres de los animales cubren la llanura, y nos vamos a morir todos de hambre!