martes, 30 de julio de 2013

RECURSOS INTERNOS


En el fondo de mi casa hay un cuarto de herramientas. Tengo allí todas las herramientas que podría necesitar para las tareas con las que me enfrento a diario.

¡Es increíble! Hubo una época de mi vida en la que todavía no había descubierto la existencia de este cuarto del fondo. Yo creía que en mi casa simplemente no había un lugar para las herramientas. Cada vez que necesitaba hacer algo tenía que pedir ayuda a alguien o pedir prestada la herramienta necesaria. Me acuerdo perfectamente el día del descubrimiento:

Yo venía pensando que debía tener siempre a mano las herramientas que más usaba y estaba dispuesto a hacerme de ellas, pero me quedé pensando que antes debía encontrarles un lugar en mi casa para poder guardarlas. Recordaba con nostalgia el cuartito de chapa del fondo de la casa de mi abuelo Mauricio y tenía muy presente mi inquietud de aquel día en que llegué a casa con MI primera herramienta. Me desesperaba pensar que se me podía perder si no le encontraba un lugar. Al final, por supuesto, la había apoyado en un estante cualquiera y todavía recuerdo en los puños la bronca de no encontrarla cuando la necesitaba y tener que ir a buscarla a las casas de otros como si no la tuviera.

Así fue que salí al fondo pensando en construir un cuartito pequeño en el rincón izquierdo del jardín. Qué sorpresa fue encontrarme allí mismo, en el lugar donde yo creía que debía estar mi cuarto de herramientas, con una construcción bastante más grande que la que yo pensaba construir. Un cuarto que después descubrí, estaba lleno de herramientas.

Ese cuarto del fondo siempre había estado en ese lugar y, de hecho, sin saber cómo, mis herramientas perdidas estaban ahí perfectamente ordenadas al lado de otras extrañas que ni sabía para qué servían y algunas más que había visto usar a otros pero que nunca había aprendido a manejar.

No sabía todavía lo que fui descubriendo con el tiempo, que en mi cuarto del fondo están TODAS las herramientas, que todas están diseñadas como por arte de magia para el tamaño de mis manos y que todas las casas tienen un cuarto similar.

Claro, nadie puede saber que cuenta con este recurso si ni siquiera se enteró de que tiene el cuartito; nadie puede usar efectivamente las herramientas más sofisticadas si nunca se dio el tiempo para aprender a manejarlas; nadie puede saberse afortunado por este regalo mágico si prefiere vivir pidiéndole al vecino sus herramientas o disfruta de llorar lo que dice que a su casa le falta.

Desde el día del descubrimiento no he dejado de pedir ayuda cada vez que la necesité, pero la ayuda recibida siempre terminó siendo el medio necesario para que, más tarde o más temprano, me sorprendiera encontrando en el fondo mi propia herramienta y aprendiera del otro a usarla con habilidad.

Los recursos internos son herramientas comunes a todos, no hay nadie que no los tenga.
Uno puede saber o no saber que los tiene, uno puede haber aprendido a usarlos o no.
Podrás tener algunas herramientas en mejor estado que otros, que a su vez te aventajarán en otros 
recursos. Pero todos tenemos ese “cuartito de herramientas” repleto de recursos, suficientes, digo yo, si nos 
animamos a explorarlo...

La seducción, por ejemplo, es un recurso prioritario e importante, una herramienta que mucha gente cree 
que no tiene. Y yo digo: “No buscó bien”. En la relación con los otros, si uno no puede hacer uso de este 
recurso, de verdad, le va mal. Alguien que no puede hacer uso ni siquiera mínimamente de su seducción, no 
sólo no puede conseguir una pareja, tampoco podrá lograr un crédito en un banco o un descuento en una 
compra.

Seducir no es “levantarse” a alguien, seducir tiene que ver con generar confianza, simpatía, con generar 
una corriente afectiva entre dos personas. Seducir tiene que ver con la afectividad de todas las relaciones 
interpersonales. Muchos piensan que la seducción es un don natural, y en parte es cierto, pero también es un 
don universal y entrenable.

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

lunes, 29 de julio de 2013

LA RECIPROCIDAD DEL AMOR


La idea de un amor universal, indiscriminado e impersonal, que trasciende fronteras y se apodera de las parejas, me parece una mala importación oriental. Una traslación demasiado mecánica y ajena a lo que verdaderamente somos: humanos alborotados, coléricos hasta la médula, intensos y febriles. Krishnamurti decía que es más fácil querer a Dios que a un ser humano. Parecería que así es: con Dios vivimos pero no convivimos. La persona que queremos tiene nombre y apellido, seguro social y cédula de ciudadanía; además come, duerme, protesta, habla, demanda, abraza, llora, en fin, no es cuerpo glorioso: está viva.

Los vínculos afectivos que establecemos con otros humanos siempre son personalizados. No queremos a los “juanes” desconocidos del universo conocido, sino a ese Juan o esa Juana en especial. No hay dos “juanes” o dos “juanas” iguales. Nos enamoramos de lo idiosincrásico, de la existencia particularizada de ese ser único, no clonable e irreproducible. Me enamoro de una singularidad, no de un montón de átomos. Si el contacto entre dos individuos que se aman es a escala cuántica, estelar o intergaláctica, no importa demasiado: la fusión afectiva no es nuclear sino de piel, de “esa” piel con “esta” piel. Quizá Molière tenía razón cuando decía: “Amar a todo el mundo es amar nada”. El amor cotidiano es de ida y vuelta. Cierta vez escuché a un consejero de corte bioenergético decirle a una joven casada con un golpeador crónico, que la solución era brindar “amor impersonal” en cantidad. Una y otra vez, con cierto aire de orgullo mesiánico, esgrimía la inexorable consigna: “Entréguele amor impersonal y verá que cambia”. Al mes de aplicar la estrategia, el marido casi acaba con ella y tuvo que recurrir a una comisaría de familia.

En el amor universal, no hay buzón de quejas, porque no hay con quién ni con qué. La mayoría de los grandes maestros espirituales trascendidos, por no decir todos, son solteros y castos, no trabajan en ninguna empresa y casi siempre son beneficiarios de algún mecenas. A más de uno de ellos se le apagaría el bombillo de la iluminación si tuviera que criar hijos y manejar sobregiros bancarios.

Los lazos afectivos siempre pueden mejorarse y perfeccionarse, pero partiendo de lo que realmente somos, del amor habitual, contaminado y terrenal que se vive en el día a día. Achicar el “superamos” cósmico/universal y meterlo a presión en las relaciones de carne y hueso es ingenuo, además de dañino. Las buenas parejas no vienen determinadas de fábrica. Hay que pulularlas en el trajín diario de esta vida, a fuerza de sudor, esfuerzo y muchas veces, de lágrimas.

Mientras el amor universal no requiere de nada a cambio, el amor interpersonal necesita de correspondencia. Para que una relación afectiva sea gratificante, debe haber reciprocidad, es decir, intercambio equilibrado. El amor recíproco es aquel donde el bienestar no es privilegio de una de las partes, sino de ambas.

Fernando Savater considera la reciprocidad como uno de los universales éticos. En sus palabras: “Todo valor ético establece una obligación y demanda –sin imposición, por lo general– una correspondencia. No es forzosa la simetría pero sí la correlación entre deberes y derechos”.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso

TU CAMINAR


RECURSOS EXTERNOS


Los recursos externos son aquellas cosas, instituciones y personas que, desde afuera, me pueden ayudar a retomar el camino perdido.

La casa donde yo vivo, mi trabajo, el auto, el dinero de mi cuenta bancaria, son las cosas que forman parte de mis recursos externos. Si nosotros no contáramos con este recurso no podríamos solucionar muchas cosas. Ante un problema, por ejemplo, tenemos que hacer un gasto porque saltó la instalación eléctrica, ¿qué hacemos? Nuestros ahorros, nuestras reservas, son el recurso que utilizamos para resolver este problema.

En cuanto a las instituciones, aunque yo no me atienda en el hospital que hay a cinco cuadras de mi casa, ese hospital es un recurso; la obra social a la cual pertenezco es un recurso, la use o no, puedo valerme de ella. Otro tanto pasará con la facultad donde estudié, la biblioteca de mi barrio o la comisaría de mi zona.

Volviendo al ejemplo del gasto imprevisto, si mis ahorros no alcanzan (o no existen) puedo ir al banco más cercano a pedir un crédito.

También las personas pueden ser recursos. Nuestros amigos, maestros y familiares son algunas de las personas a las que solemos recurrir. Quizás alguno de ellos pueda prestarme el dinero si el banco me lo niega.

Y quizás más todavía, mi amigo Alfredo, que es tan habilidoso, me quiera dar una mano para hacerlo.

Un ejercicio interesante puede ser anotar en una hoja los recursos externos que yo tengo, y sobre todo, quiénes son las personas de mi mundo con las que cuento y para qué cuento.

Con algunas personas cuento para divertirme, con otras para charlar, para que me den un abrazo cuando lo necesito, para que me presten dinero, para que me cobijen o me protejan o para que me den un buen consejo económico. En fin, esto es infinito. Les sugiero que investiguen con quiénes cuentan y para qué en cada caso.

Como es un ejercicio de uno para con uno, no hay necesidad de mentir. Al hacer esta lista es probable 
que nos llevemos algunas sorpresas. Por ejemplo, que una persona figure muchas veces; que alguien que a 
priori uno pensaba que no iba a figurar, figure tercero; que otro que uno había pensado que seguramente 
figuraría, no figure ni último...

A veces es necesario tener el coraje de pedir ayuda a alguien 
que representa un recurso externo. Una situación sin resolverse queda flotando, y una cantidad de 
nuestra energía quedará atrapada en esa situación y no se podrá seguir adelante.

Hay que aprender a pedir ayuda sin depender y hay que aprender a recibir ayuda sin creer que uno está 
dependiendo.
Cuidado...

Recibir ayuda no es lo mismo que depender.

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

domingo, 28 de julio de 2013

ACEPTATE


HERRAMIENTAS


La mayor parte de las veces, para encontrar la respuesta correcta lo único que hace falta es el sentido común.

Y es el sentido común el que, sin lugar a dudas, nos grita desde nuestro yo interno más sabio: ¡Utilizá todo lo que tenés para redoblar tu posibilidad de llegar adonde querés!

A todo esto que tenemos lo llamo recursos.

Así como el curso de un río es el lecho por el que el río corre, el curso de una vida es el camino por el que esa vida transcurre. Desde este punto de vista, toda herramienta que permite retomar el curso, recuperar el rumbo, reencontrar el camino o encontrar nuevas salidas ante las situaciones a resolver, es un recurso.

En nuestra vida nos encontramos con obstáculos que nos impiden el paso. Si uno quiere seguir avanzando va a tener que despejar el camino para continuar por él o encontrar otro curso para seguir. Es interesante asociar el término recurso con el verbo recurrir, porque de verdad es una asociación que mucha gente no puede hacer fácilmente.

Un recurso es un elemento interno o externo al cual nosotros recurrimos, es tomar de nuestra reserva la 
herramienta guardada para lograr un fin determinado, que puede ser disfrutar algo, solventar una dificultad, 
traspasar un obstáculo, encontrarse de cara con una situación, solucionar un problema.

Un recurso es toda herramienta 
de la cual uno es capaz de valerse
para hacer otra cosa; para enfrentar, allanar
o resolver las contingencias
que se nos puedan presentar.

En cierto modo, la mayoría de las herramientas nos vienen dadas, están disponibles, sin embargo 
algunas otras hay que fabricarlas.
Una de las diferencias entre los animales superiores y el hombre es la capacidad excluyente de éste de 
fabricar algunas herramientas utilizando otras herramientas. Un mono puede agarrar un palo para cazar 
algunas hormigas, una paloma puede valerse de ramas para hacer un nido, pero lo que ningún animal puede 
hacer es fabricar una herramienta a partir de otra.

Hay muchos tipos de herramientas:
Algunas sirven para muchos fines y otras son muy específicas.
Algunas son simples y rudimentarias y otras extremadamente sofisticadas y difíciles de describir.
Algunas están siempre disponibles y otras hay que salir a conseguirlas.

Hay, por fin, algunas herramientas que se pueden usar intuitivamente desde la primera vez que uno las 
descubre; sin embargo, hay otras que habrá que aprender a utilizarlas.

Yo puedo tener una herramienta, pero si no sé usarla no me sirve. ¿Cómo podría servirme de una sierra 
eléctrica si no sé cómo se prende, cómo se usa, cómo se manipula? Lo más probable es que me lastime, que 
en lugar de hacer una cosa en mi beneficio haga algo que me perjudique.
Estas herramientas pertenecen a dos grandes grupos: recursos externos y recursos internos.

Ya hemos visto que desde muy pequeños hemos sido forzados a aprender qué es adentro y qué es 
afuera. No obstante, la mayoría de los pacientes que visitan un consultorio terapéutico sobreviven a un cierto 
grado de falta de conciencia en este punto. Y la consecuencia es nefasta. Se viven como propios algunos 
hechos y situaciones que en realidad son externos, o más frecuentemente, ven colocado afuera algo que en 
realidad está sucediendo adentro.

Por ello, es necesario hacer esta aclaración:
A todos aquellos recursos que están de la piel para adentro los llamaré internos, y a todos los que están 
de la piel para afuera, externos.

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

sábado, 27 de julio de 2013

¿POR QUÉ LA GENTE VACILA TANTO?


"Tu mente vacilará. La mente es vacilación, la mente siempre está dudando... Si de verdad quieres crecer, madurar; si de verdad quieres saber lo que es la vida, no vaciles. ¡Comprométete! ¡Implícate! Implícate con la vida, comprométete con la vida, no seas un espectador. No sigas dudando entre hacer o no hacer.

¿Debería hacer esto o lo otro? Puedes seguir vacilando toda tu vida, y cuanto más lo hagas, más experto te volverás en vacilar.
La vida es para aquellos que saben cómo comprometerse, cómo decir sí a algo, cómo decir no a algo, con decisión, categóricamente. Una vez que has dicho categóricamente sí o no a algo, entonces puedes dar el salto, entonces puedes bucear profundamente en el océano.

La gente está sentada en la valla. Millones de personas se pasan la vida en la valla, ¿aquí o allá?, esperando a que venga la oportunidad. Y la oportunidad no va a venir nunca, porque ya ha venido, ya está ahí.

Mi sugerencia es que aunque a veces te equivoques al hacer algo es mejor hacerlo; porque el día en que sepas que se trataba de un error puedes dejarlo. Al menos habrás aprendido una cosa: que te has equivocado y que nunca volverás a meterte en algo parecido. Es una gran experiencia; es una experiencia que te acerca a la verdad.

¿Por qué la gente vacila tanto? Porque desde la niñez te han dicho que no debes cometer errores... Y es una enseñanza muy peligrosa, muy dañina. Permite que los niños cometan tantos errores como sea posible, con sólo una condición: que no cometan el mismo error de nuevo, nada más. Y así los niños crecerán y experimentarán más y más, y no vacilarán. Si no, aparece el temblor... y el tiempo pasa, el tiempo se escapa de tus manos, y tú sigues vacilando".

Tomado del blog: Osho Maestro
Osho
El Libro de la Sabiduría

ATAQUES DE ANSIEDAD

SENTIDO COMÚN


Un señor va a visitar a un sabio y le dice:

—Yo quiero que me enseñes tu sabiduría porque quiero ser sabio; quiero poder tomar la decisión adecuada en cada momento. ¿Cómo hago para saber cuál es la respuesta indicada en cada situación?

Entonces, el sabio le dice:

—En lugar de contestarte te voy a hacer una pregunta: Por una chimenea salen dos señores, uno de ellos con la cara tiznada y el otro con la cara limpia, ¿cuál de los dos se lava la cara?

—Bueno, eso es obvio —dice el hombre—, se lava la cara el que la tiene sucia.

Y el sabio le contesta:

No siempre lo obvio es la respuesta indicada. Andá y pensá.

El hombre se va, piensa durante quince días y regresa contento para decirle al sabio:

—¡Qué estúpido fui! Ya me di cuenta: el que se lava es el que tiene la cara limpia. Porque el que tiene la cara limpia ve que el otro tiene la cara sucia y entonces piensa que él mismo también la tiene sucia. Por eso se lava. En cambio, el que tiene la cara sucia ve que el otro tiene la cara limpia y piensa que la de él también debe estar limpia. Por eso no se lava.

—Muy bien —agrega el sabio—, pero no siempre la inteligencia y la lógica pueden darte una respuesta sensata para una situación. Andá y pensá.

El hombre regresa a su casa a pensar. Pasados quince días vuelve y le dice al sabio:

—¡Ya sé! Los dos se lavan la cara. El que tiene la cara limpia, al ver que el otro la tiene sucia, cree que la suya también está sucia y por eso se lava. Y el que tiene la cara sucia, al ver que el otro se lava la cara piensa que él también la tiene sucia y entonces también se la lava.

El sabio hace una pausa y luego añade:

No siempre la analogía y la similitud te sirven para llegar a la respuesta correcta.

—No entiendo —dice el hombre.

El sabio lo mira atentamente y le dice:

—¿Cómo puede ser que dos hombres bajen por una chimenea, uno salga con la cara sucia y el otro con la cara limpia?

La mayor parte de las veces, para encontrar la respuesta correcta lo único que hace falta es el sentido c
omún.

Y es el sentido común el que, sin lugar a dudas, nos grita desde nuestro yo interno más sabio: ¡Utilizá 
todo lo que tenés para redoblar tu posibilidad de llegar adonde querés!

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

PRACTICAR LA ATENCIÓN


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