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viernes, 24 de junio de 2022

LAS PASTILLAS NO PODRÁN JAMÁS PROCURARTE LA INTEGRIDAD


 

EL DOLOR SANA


La gente que experimenta dolores terribles dice cosas como: «Parece que mi cuerpo se haya vuelto en mi contra». Pero cuando descubres quién eres realmente, ves que no es posible que tu cuerpo se vuelva contra ti. 

Hace unos años, me practicaron una operación en una parte muy sensible del cuerpo, y, pasé varias semanas en cama en medio de un dolor extremo. Aparecía una sensación aguda, punzante, que a menudo hacía que se me saltaran las lágrimas. Hoy en día, como ser humano inteligente, sé que no tiene sentido experimentar más dolor del necesario. Ese es otro de esos conceptos espirituales que hemos ido adoptando: la idea de que, cuanto más suframos, más cerca estaremos de la libertad. Pero sufrir no es el camino a la libertad futura; sufrir es una invitación a la libertad presente. Así que, naturalmente, pedí un sedante para mitigar el dolor. Me administraron morfina, y sin duda fue una ayuda. A pesar de todo, seguía habiendo dolor.

La gente suele preguntarme: «Dime, Jeff, si de verdad lo permitías todo, incluido el dolor, ¿por qué recurrir a un sedante?». La respuesta que normalmente doy es: «Todo está permitido aquí, incluidos los sedantes». También los sedantes forman parte de la vida. No me parece una postura inteligente experimentar más dolor del necesario. Y si eliges no recurrir a los medicamentos, también eso está bien.

Al final, ni los sedantes ni la ausencia de ellos conduce a la verdadera sanación, que es lo que de verdad anhelamos y sobre lo que trata este libro. Los sedantes quizá consigan aliviar el dolor físico, pero el verdadero dolor de la vida está en el sufrimiento, en la búsqueda, en la identificación, en el intento de controlar la experiencia presente. Y para eso no hay ninguna píldora mágica. No existe ninguna píldora que ponga fin al sufrimiento. Si la hubiera, los maestros espirituales, los gurús y los terapeutas se habrían quedado sin trabajo hace ya muchos años. No, este libro trata sobre una clase de sanación que ninguna sustancia o persona (ni la ausencia de ellas) puede procurarte; trata sobre el todo completo que eres. Las pastillas pueden acallar una sensación o un sentimiento. Las pastillas pueden alterar la química del cerebro. Las pastillas pueden «colocarte». Pero las pastillas no podrán jamás procurarte la integridad; nunca podrán ofrecerte la aceptación más profunda. Quizá puedan hacer que te sientas más a gusto, pero no despertarte de las imágenes que tienes de ti mismo.

¿Puede encontrarse la más profunda aceptación de la vida incluso en la experiencia del dolor más extremo? Postrado en cama todos aquellos años, con continuas descargas de dolor agudo que atravesaban una zona muy delicada de mi anatomía, lo que descubrí es que, en el nivel más profundo, todo estaba bien, incluido el dolor. Fue un descubrimiento impactante que incidió de lleno en la esencia del sufrimiento. El dolor no era el enemigo. El dolor era sencillamente la vida, que aparecía en forma de dolor..., e incluso más allá de este relato, era sencillamente una danza de sensaciones eternamente cambiante. El dolor no obstaculizaba la vida; era la vida, en el momento. El dolor no interfería en la vida; era una expresión plena y completa de la vida. El dolor estaba intensamente vivo; era el océano, que aparecía en forma de ola de dolor. Seguía siendo doloroso, no vamos a negar la realidad ni a fingir que no era así. Seguía doliendo, pero, en el nivel más profundo, estaba bien, no era un problema. Dolía, pero yo no era «el dolorido». Dolía, pero, inexplicablemente, no podía dolerme a mí, y tenía permiso para seguir estando todo el tiempo que quisiera; tenía en mí un hogar.

Fue verdaderamente impactante descubrir la vastedad, la inclusividad total y la naturaleza omnímoda de esta profunda aceptación. Todo estaba profundamente bien tal como era. Había una total aceptación del dolor..., y también una total aceptación de mí, del personaje Jeff, que no quería que hubiera ningún dolor. Creo que hay un gran malentendido entre los buscadores espirituales, y es la idea de que ellos, personalmente, han de estar de acuerdo con todo lo que sucede. Qué carga tan enorme creer que todo tiene que parecerte bien todo el tiempo..., tener que aparentar que todo te parece bien incluso cuando no es así! Como he dicho, la aceptación profunda no exige necesariamente que estés de acuerdo con que haya dolor. Que el dolor no te parezca bien es algo que la vida acoge totalmente. ¡Esta profunda aceptación te «saca» de escena! Es un «todo está bien» de naturaleza cósmica, que va más allá de que a mí me parezca bien o no.

El dolor está presente, y lo que también puede aparecer es un rechazo, una aversión hacia el dolor. ¡Fue tal alivio —y tal revelación— ser capaz de estar en cama y no tener que hacer valer ninguna imagen de mí mismo, ni siquiera una imagen de mí mismo de persona iluminada o despierta, o de alguien a quien el dolor no le importaba! Era totalmente libre de volver a responder al dolor de una manera auténtica, sincera, humana otra vez, después de años de evasivas espirituales^ y de fingir y negar la realidad. Era libre de decir: «No me gusta este dolor», de admitir mi aversión hacia el dolor; y, en un nivel más profundo, experimentar una aceptación total de la situación entera. Por debajo de todo, hay un saber que todo está bien tal como es, un saber cósmico que no puede morir.

No se trataba de que me dijera a mí mismo que el dolor me era indiferente cuando en realidad no era así. No se trataba de fingir que todo me parecía bien, ni de intentar que todo me pareciera bien..., intentar ser espiritual, intentar estar en calma, intentar ser algo diferente de lo que era. Se trataba de ser radicalmente sincero. Se trataba de percibir el dolor, de reconocerlo, de admitirlo y de descubrir que la vida lo aceptaba plenamente. Y admitir la existencia del dolor significó admitir el dolor. Así que había dolor, y a Jeff no es que le gustara, precisamente; a fin de cuentas, ¿a quién le gusta el dolor? ¿Quién lo elegiría, si tuviera elección?

Pero el dolor es un maestro incomparable, porque te enseña que, al final, en el momento, no tienes elección. No tienes control sobre nada. «Hágase tu voluntad, no la mía», como dijo Jesús. Y ahí está la liberación, justo ahí.

Fue acogido el dolor, y también el que intentaba inútilmente escapar de él. Fue acogido el dolor, y también el que quería estar libre de él. ¿Había entonces algún problema? En el dolor, en el malestar, me descubrí completo. En el dolor, en el malestar extremo, me curé, me curé totalmente; me curé más allá de lo que se pueda comprender, más allá de todo lo que pueda entender la mente. Me curé de la carga de ser «el que estaba sumido en el dolor». Me curé del relato de «mi dolor pasado y futuro». Me curé de la ilusión de que el dolor me estaba ocurriendo a mí. La sanación no significó que el dolor desapareciera de inmediato, pero misteriosamente pasó a ser algo secundario. Esta sanación eternamente presente era lo que de verdad había estado buscando.

«Y por su herida fuisteis sanados», dice la Biblia... Y por mis heridas, sané. Este fue el descubrimiento verdaderamente impactante: que la sanación —en otras palabras, la integridad, la completud, el hogar que de verdad buscamos— está en realidad justo aquí, en las heridas, en medio del dolor, justo en el fondo de cada experiencia de la que tratamos de escapar. Sanamos en medio de todo aquello de lo que huimos. No es que sanemos del dolor; sanamos, estamos ya sanados, en nuestro dolor.

Podríamos ir todavía más lejos y decir que de hecho el dolor nos sana. Visto como lo que es, el dolor redirige nuestra atención al aquí y ahora, y al espacio plenamente abierto que abarca toda experiencia que viene y va. Trae nuestra atención de vuelta al hecho de que nadie está sumido en el dolor, sino que simplemente hay dolor que aparece aquí, en el espacio que soy. Así que el dolor te sana de la idea de que eres una víctima del dolor. Te sana de la ilusión de que puedes controlar las cosas. Te trae de vuelta a este momento, a tu verdadero hogar. Dice: «Se me permite estar aquí, pienses lo que pienses. Mira, ya se me ha permitido entrar en lo que eres. Ya estoy presente. No has sido capaz de impedirme entrar. Pero no hay nada que temer. Estoy hecho solo de ti. No puedo destruir a quien de verdad eres».

Así es, de un modo que nunca comprenderemos, el dolor te sana del dolor. La sanación forma parte intrínseca de todo aquello de lo que intentamos escapar. La tristeza te sana de la tristeza. El miedo te sana del miedo. La ira te sana de la ira. En el fondo del miedo más intenso, no hay «nadie» que esté sumido en el miedo. No hay nadie que esté separado del miedo. Nadie que esté asustado. En el centro de la crucifixión, en el centro del dolor físico más atroz, hay sanación. Quizá, al final, todas las religiones y enseñanzas espirituales apunten a esta verdad.

La profunda aceptación de la que hablo revoluciona la actitud que tenemos frente al dolor, la relación que tenemos con él, los miedos de los que lo rodeamos. De repente el dolor, por muy doloroso que sea, ya no es un enemigo, es una señal que nos indica el camino de vuelta a quienes somos realmente en este momento, que destruye todas nuestras ideas falsas sobre quiénes somos. El dolor es en cierto modo compasivo., en el verdadero sentido de la palabra; destruye todas las ilusiones que albergamos sobre nosotros mismos. Nada que sea irreal puede sobrevivir a la fiereza de su amor.




Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

sábado, 11 de junio de 2022

EL INTENTO DE CONTROLAR ESTE MOMENTO


UN hombre me hablaba una vez del problema que tenía para controlar su ira cuando estaba con sus hijos. Decía que aquella ira era como un volcán, que entraba en erupción sin motivo aparente en el momento menos pensado. Volvía a casa del trabajo, cansado, después de un largo día en la oficina, y encontraba a sus hijos chillando, corriendo de un lado para otro, poniéndolo todo patas arriba. El hacía todo lo posible por calmarlos, por hacer que se comportaran; probaba todas las tácticas que había aprendido a lo largo de los años: hablarles con suavidad, razonar con ellos, ignorarlos, estar «presente», ser firme, ser «espiritual» con ellos, ofrecerles una recompensa, castigarlos... Pero nada funcionaba. Sencillamente, no le escuchaban, y él empezaba entonces a sentir cómo borboteaba la ira en su interior. Intentaba desesperadamente mantenerla a raya; trataba de contenerla, aceptarla, amarla, dejarla existir, trascenderla, «ser consciente de ella sin elección», reprimirla, «ser» ella, pero acababa siempre por explotar, daba igual lo que hiciera o no hiciera. Y entonces se encontraba de pronto fuera de sí, chillándoles, insultándolos, diciéndoles cosas que en realidad no sentía, comportándose de un modo que luego tendría que lamentar. La ira parecía estar totalmente fuera de su control.

¿Te suena? ¿Te sorprendes a veces reaccionando de manera incomprensible, con tus hijos, tu pareja, tus padres, tu madre, tus amigos?

Recuerda que todos los ejemplos de este libro debes aplicarlos a ti. En el instante que lees cada ejemplo, vete directamente a tu propia experiencia y descubre el aspecto de tu vida en el que tiene relevancia.

Este hombre había ido a ver a varios maestros espirituales, les había contado su problema, y ellos le habían dado respuestas del tipo de: «Elige no enfurecerte», «No está en tu mano elegir que la ira surja o no» o «Solo hay Unidad. Todo es igual, luego no importa si te enfureces o no con tus hijos.

No hay una entidad aparte que se enfurezca». Estas ideas le reportaron cierto alivio temporal, pero no pusieron fin a su sufrimiento. Había conseguido entender que, en última instancia, las explosiones de ira simplemente formaban parte de la vida y tenían su lugar, pero eso no impedía que sucedieran ni ponía fin a su sufrimiento al respecto. La ira aparecía, dijeran lo que dijeran las enseñanzas espirituales, y estaba destruyendo su relación con las personas a las que más quería. Ninguno de los conceptos espirituales del mundo parecía llegar a la raíz de su problema. Sintió que no había nada que hacer, y tuvo que aprender a tolerarla.

Le pregunté qué buscaba en aquella situación, y no supo responder. Tenía la sensación de que las explosiones de ira le ocurrían, sin más; no entendía qué relación podían tener con la búsqueda de integridad ni que significaran que su ser estaba en guerra con la experiencia presente. No consideraba que buscara nada. No buscaba la iluminación. No buscaba fama ni riquezas. A su entender, lo único que hacía era responder a una situación, muy difícil, lo mejor que podía.

A veces, para encontrar la búsqueda en una situación, hace falta pararse, respirar hondo y mirar con lupa la experiencia presente. El hombre y yo empezamos a examinar su experiencia y, tras una investigación muy sencilla y sincera, pronto estuvo claro que era mucho lo que ocurría durante los breves momentos que tardaba en pasar, de pedir educadamente a sus hijos que se tranquilizaran a explotar lleno de ira.

Cuando veía a sus hijos chillar y vociferar, afloraban en él todo tipo de pensamientos y sentimientos inquietantes... sentimientos sobre su incompetencia como padre y su impotencia frente a la situación: «¿Qué me pasa? ¿Cómo es que no puedo controlarlos? Soy un hombre hecho y derecho... debería ser capaz de dominar la situación. Pero no puedo. Estoy fracasando como padre y como hombre». Aparecían sentimientos de intensa frustración, y luego de desesperación e indefensión absoluta, y aquellos sentimientos se apoderaban de él por completo. El hombre adulto empezaba a sentirse como un niño indefenso, y no como el padre fuerte y maduro que quería ver en sí mismo. Sentía como si su identidad entera se desmoronara, y le invadía una especie de pánico existencial. Era casi como si se enfrentara a su propia muerte física; de hecho, se enfrentaba a la muerte de su imagen personal de figura paterna fuerte y madura, a la muerte de quien pensaba que era, de quien pensaba que debía ser en aquel momento, Creemos que la sanación es la ausencia de dolor, de enfermedad, de malestar, pero la sanación verdadera nada tiene que ver con escapar de estas olas de experiencia. La sanación que de verdad anhelas es la plena aceptación del dolor, el final de todas las ilusiones. La sanación que de verdad anhelas consiste en liberarte de tu identidad de víctima del dolor. No es librarnos del dolor lo que de verdad queremos, sino escapar de la imagen que albergamos de ser «el que está sumido en el dolor». No es librarnos del dolor lo que de verdad queremos, sino experimentar una profunda aceptación en el dolor.

Descubrir que eres el espacio plenamente abierto en el que el dolor aparece, y no el relato de alguien a quien el dolor ataca, es la verdadera sanación —la sanación de la identidad—, y sus efectos van mucho más allá de la sanación física.


Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

lunes, 2 de mayo de 2022

LA RESISTENCIA QUE OPONEMOS AL MOMENTO PRESENTE


Estaré completo,.,
cuando finalmente encaje
entre mis semejantes, entre mis compañeros de trabajo, en la sociedad, cuando finalmente la gente me entienda y apruebe lo que hago,
cuando toda la gente de mi alrededor cambie,
cuando haya creado una obra maestra que todo el mundo alabe,
cuando tenga un cuerpo perfecto,
cuando finalmente haya manifestado mi destino,
cuando haya encontrado a mi alma gemela,
cuando haya experimentado el pleno despertar;
cuando gane una medalla de oro,
cuando tenga un hijo,
cuando por fin encuentre lo que busco.

Buscamos completud en el futuro porque, a cierto nivel, nos sentimos incompletos en el momento presente.

¿Quieres que te comprendan en el futuro? Eso significa que, a cierto nivel, ahora te sientes incomprendido. ¿Quieres alcanzar la iluminación en el futuro? Eso significa que, a cierto nivel, ahora sientes que no estás iluminado. ¿Quieres encontrar amor en el futuro? Eso significa que, a cierto nivel, ahora no te sientes querido. La pregunta «¿qué buscas en el Futuro?» es idéntica a la pregunta «¿de qué huyes ahora mismo?».

Es crucial que entendamos que nuestra búsqueda de algo abstracto en el futuro —la iluminación, riqueza, poder, éxito, amor— está siempre profundamente enraizada en la resistencia que oponemos al momento presente. La búsqueda de completitud futura siempre tiene sus raíces en una experiencia de incompletitud presente. Es en la incompletud del momento presente donde empiezan todo nuestro sufrimiento y nuestra búsqueda; y en una profunda aceptación del momento presente es donde pueden terminar.

A veces la gente acude a mí y me pregunta cómo pueden iluminarse. Creen que estoy iluminado (aunque yo nunca diría que lo esté) y que puedo enseñarles a ser como yo. Suelo contestar simplemente: «Bueno, ¿qué significa para ti la palabra «iluminación»? Cuando te ilumines, ¿en qué se diferenciará tu experiencia de la de este momento?», y, en respuesta a mi pregunta, suelen decir algo como: «Creo que, cuando esté iluminado, ya no tendré miedo. Creo que la tristeza y el dolor desaparecerán. Creo que la iluminación se llevará todo lo malo que hay en mí».

¿Te das cuenta? En realidad, nadie quiere «iluminarse»; lo que desean es escapar de los sentimientos presentes de insatisfacción, tristeza, dolor, ira, frustración, aburrimiento, vacío, o de no sentirse queridos o valorados. Lo único que quieren es poner fin a su sufrimiento; pero, en vez de hacer frente a ese sufrimiento en este mismo instante y de ver la integridad que hay en él, viven esperando a que un acontecimiento o un estado futuros lleguen y le pongan fin por ellos. Lo único que ansían es volver al hogar, que es lo que queremos todos..., solo que, en su caso, están obcecados con la idea de que la iluminación será su futuro hogar.

No queremos que llegue el dolor, y sin embargo llega. No queremos que aparezca el miedo, y sin embargo aparece. Debido a nuestro condicionamiento, no vemos que el dolor, el miedo, la tristeza, la ira y todos los demás tipos de sentimiento forman parte de la completud, forman parte de la integridad de la vida. Se nos ha condicionado a considerar que ciertas áreas de nuestra experiencia son imperfecciones, contaminaciones, aberraciones, impurezas, expresiones de incompletud. Dicho de otro modo, se nos ha instruido, adiestrado e incluso hecho un lavado de cerebro para que veamos en ellas una auténtica amenaza para la vida en sí. Creemos que esas áreas de nuestra experiencia están de algún modo en contra de la vida..., que no merecen ocupar un lugar dentro de nosotros. A la ira, el miedo, la tristeza, el malestar, el dolor no se les debería dejar entrar. Si los rechazo es porque creo que no deberían existir en mí, porque no considero que formen parte de la integridad de la vida. Creo que son peligrosos para mi bienestar. Así que me paso todo el tiempo escapando de ellos.

¿Qué partes de tu experiencia sientes que no te pertenecen? ¿Qué pensamientos, sensaciones y sentimientos consideras que son ajenos a ti? ¿Cuáles te parece que están fuera de lugar, que no deberían existir en ti, que no son realmente tú?

Sencillamente, buscamos pureza, perfección y completitud fuera de la experiencia presente porque tenemos la impresión de que nuestra experiencia presente está incompleta, es defectuosa, imperfecta, de algún modo no íntegra. Buscamos integridad porque no vemos integridad en el momento presente. No vemos que haya integridad en los pensamientos, sensaciones y sentimientos actuales, así que la buscamos en el futuro. Nos hacemos buscadores de integridad, y ahora necesitamos un futuro para completarnos. El buscador siempre necesita tiempo para encontrar lo que busca. El momento presente se convierte así en un medio para lograr un fin.

Y aquí es donde empieza todo el sufrimiento: en la pérdida del momento presente, la pérdida de nuestro verdadero hogar.



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

jueves, 21 de abril de 2022

NADA PUEDE PROTEGERNOS


 

SENTIMIENTOS DE SEGURIDAD CON CADUCIDAD


Claro que las personas y los objetos pueden darte temporalmente un sentimiento de seguridad, de comodidad y placer, pero no pueden proporcionarte lo que de verdad anhelas, que es vivir a salvo de cualquier clase de pérdida, a salvo de cualquier carencia y, en última instancia, a salvo de la muerte. No pueden ofrecerte la seguridad cósmica que tan desesperadamente buscas; no pueden llevarte de vuelta a casa. No hay nada en el exterior que pueda llevarte de vuelta a casa.

Pero hay otra manera de contemplar nuestra búsqueda del hogar. Imagina que eres un recién nacido. Nunca antes has visto el mundo; todo te resulta nuevo y misterioso: ¡todas esas extrañas visiones, sonidos y olores!, ¡todos esos extraños sentimientos y sensaciones a los que todavía no puedes dar nombre! Te despiertas en mitad de la noche. Estás solo, y tienes hambre y miedo (aunque aún no dispongas de palabras para referirte a ninguno de esos sentimientos). A cierto nivel no estás bien, y la única manera que tienes de comunicarlo es llorando y chillando. No puedes decir: «¡Disculpad! ¡No me siento bien! ¡Por favor, que alguien me ayude!». Solo puedes chillar y esperar a que la ayuda llegue.

Tu madre entra, te toma en brazos, te calma y te amamanta. De repente, todo vuelve a estar bien. De repente, el malestar no parece tan terrible. El miedo no parece tan terrible. Ya no estás solo. Te sientes seguro de nuevo. Te sientes protegido por fuerzas exteriores a ti. Tu no estar bien se ha tornado en estar bien. Algo, fuera de ti, ha venido y ha hecho que todo vuelva a ser perfecto.

Si el bebé pudiera hablar, tal vez diría algo parecido a: «Cuando el sentimiento de no estar bien aparece, chillo. Antes o después, mamá viene, y entonces desaparece el no estar bien como por arte de magia. Mamá me quita el no estar bien. Mamá hace que el no estar bien se vaya».

Pero en realidad no era mamá quien hacía que todo volviera a estar bien. Mamá no tiene realmente el poder de hacer que desaparezca el sentimiento de no estar bien..., eso es simplemente lo que le parece a un recién nacido. Es una preciosa ilusión, pensar que los objetos, las personas o cualquier cosa exterior a nosotros pueden hacemos sentir bien, pueden devolvernos al hogar. Rápidamente empezamos a creer que buscar algo fuera de nosotros acabará por hacer que desaparezcan todos los malos pensamientos, sensaciones y sentimientos. El mecanismo de búsqueda se ha puesto en marcha, probablemente desde una edad muy temprana, y buscamos en el exterior algo que lo arregle todo. Quizá el apego a nuestras madres sea la primera expresión de esa búsqueda..., pero no es a nuestras madres a quienes estamos apegados, sino al hogar. Para la mayoría de los bebés, imagino que su madre es la primera persona que simboliza el hogar.

Me pregunto si, de un millón de maneras diferentes, lo que intentamos con nuestra búsqueda no es simplemente volver al vientre materno, al lugar de la no separación. Allí, no había separación entre el vientre y yo, no había separación entre mi madre y yo; solo había integridad, sin fuera ni dentro. Allí, no existía el «otro», es decir, todo era el vientre. Es como si el mundo entero estuviera allí, como si estuviera allí el universo entero, para cuidar de mí, para protegerme. Me sentía inmerso en un océano de amor, siempre. Era el hogar, sin ningún opuesto, ya que en él yo no conocía los conceptos de dentro y fuera. Era el océano en el que todas y cada una de las olas de experiencia se aceptaba profunda y absolutamente. Era yo mismo.

De hecho, ni siquiera estaba en el vientre; yo era el vientre. Así de completo estaba. No existíamos el vientre y yo (dos cosas); solo existía el vientre (una cosa, todas las cosas). De manera que, en verdad, no salí del él. En mi esencia más profunda, era —y soy— el vientre. Soy la integridad que añoro.

Pero, de este lugar de completud total siempre presente y sin opuesto, parece que se me expulsó sin previo aviso. De repente, toda aquella seguridad natural desapareció. De repente, me encontré ante un mundo de objetos separados, un mundo azaroso, impredecible, un lugar donde la comodidad, la seguridad —el estar bien— podían aparecer y desaparecer en cualquier momento. Ahora estaba en un mundo donde el estar bien batallaba con el no estar bien.

No es irracional sugerir que, puesto que todo ser humano que existe o ha existido estuvo en el vientre materno, puede que todavía alberguemos un vago recuerdo preverbal de aquel profundo sentimiento de bienestar, y que todos anhelemos intensamente regresar a él. Quizá la búsqueda del hogar sea también la búsqueda del vientre..., no del lugar físico, sino de la integridad que allí había. Añoramos sentirnos a salvo, protegidos, ser uno con todo. Añoramos volver a estar profundamente bien.

Ahora que somos adultos, ya no chillamos, literalmente reclamando a nuestras madres; en vez de eso, tenemos maneras más sofisticadas de buscar alivio para nuestro malestar. Metafóricamente, chillamos por el siguiente cigarrillo, la siguiente copa, la siguiente conquista sexual, el siguiente ascenso en el trabajo, la siguiente experiencia espiritual, la siguiente vía de escape: cualquier cosa que haga que todo vuelva a estar bien, cualquier cosa que haga desaparecer el no estar bien.

Ni siquiera los niños que han tenido una infancia idílica y llena de afecto escapan a este sentimiento básico de separación, de carencia. Se diría que es inherente a la experiencia de ser un individuo. Ningún padre ni madre es culpable de haber creado este sentimiento de separación, esta sensación de carencia; nadie hace intencionadamente de su hijo un buscador. Los organismos recién nacidos que tienen capacidad de pensamiento abstracto acaban buscando, de un modo natural, una completud conceptual en el futuro, elaborando todo tipo de ideas sobre lo que les hace sentirse bien y mal en sus experiencias, e intentan escapar de todo aquello que perciben como causante del no estar bien, a fin de llegar al lugar del estar bien. Visto así, desarrollar un sentimiento de separación y, luego, buscar la manera de corregirlo encontrando integridad forma parte de la evolución natural de la vida. Buscar no es un error, y no es el enemigo. Es simplemente una cuestión de identidad equivocada.



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet
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