Mostrando las entradas con la etiqueta Cuentos de Galeano en la Jornada. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Cuentos de Galeano en la Jornada. Mostrar todas las entradas

lunes, 17 de septiembre de 2018

EL VIAJE


Oriol Valls, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien. 

Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos. 

Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje. 

domingo, 9 de septiembre de 2018

EL ORDEN


El capitán Camilo Techera siempre andaba con Dios en la boca, buenos días si Dios quiere, hasta mañana, si Dios quiere. Cuando llegó al cuartel de artillería de Trinidad, decubrió que no había ni un solo soldado que estuviera casado como Dios manda y que todos vivían en pecado, retozando en promiscuidad como las bestias del campo. 

Para acabar con aquel escándalo que ofendía al Señor, el capitán mandó llamar al cura del pueblo. En un solo día, el cura administró a toda la tropa, cada cual con su cada cuala, el santísimo sacramento del matrimonio, en nombre del capitán, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 

El domingo, todos los soldados fueron maridos. 

El lunes, un soldado dijo: 

—Esa mujer es mía. 

Y clavó el cuchillo en la barriga de un vecino que la estaba mirando. 

El martes, otro soldado dijo: 

—Para que aprendas. 

Y retorció el pescuezo de la mujer que le debía obediencia. 

El miércoles...


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

miércoles, 5 de septiembre de 2018

LA NOCHE


Cuando tenía siete años, Helena quiso descubrir la noche

Se hizo la dormida, y a la medianoche se escapó de la cama. En silencio se vistió de fiesta, como si fuera domingo o día de cumpleaños. Y con todo sigilo se deslizó hacia el patio y se sentó a conocer los misterios de la noche de Tucumán. 

Sus padres dormían, sus hermanas también. Helena quería saber cómo era el cielo mientras la gente dormía. Quería ver cómo crecía la noche, y cómo viajaban la luna y las estrellas. Alguien le había dicho que los astros se mueven, y a veces se caen, y que el cielo va cambiando de color mientras la noche anda, porque la noche nunca es negra como a primera vista parece. 

Aquella noche, noche de la revelación de la noche, Helena miraba sin parpadear. Le dolían los ojos, se estrujaba los párpados, volvía a mirar. El color del cielo seguía siendo negro como la tinta china y la luna y las estrellas seguían estando muy quietas, cada cual en su sitio. 

domingo, 26 de agosto de 2018

EL JUEGO


A lomo de mula, a lomo de moto, a lomo de nada, Federico Ocaranza recorre los caseríos perdidos en las montañas del norte argentino. El anda curando bocas en esas soledades, en esas pobredades: la llegada del dentista, el enemigo del dolor, es una buena noticia para los pastores de llamas y los labradores de tierras heladas, y allá las buenas noticias son pocas, como poco es todo. 

Federico me contó que los niños jamás se cansan jugando al futbol en la altura, y se pasan el día persiguiendo una pelota de trapo entre las nubes. Pero me dijo que no es el futbol lo que más les divierte. Mucho más disfrutan haciéndose los muertos. Los niños se acuestan en el suelo de piedra, con los brazos en cruz, y se burlan de los cóndores. Cuando los cóndores, que vuelan en círculos, se lanzan al ataque, ellos pegan el brinco.

domingo, 19 de agosto de 2018

EL PINTOR


—Yo me di cuenta de que estaba muerto, porque hablaba en latín —me explicó Angel Vázquez

Además, se sabía. Hacía tiempo que Urbano Lugrís, artista pintor, yacía bajo tierra. Pero aquella tarde, Angel había subido a la torre, para esperar el otoño, y se lo había encontrado. 

Desde lo alto de la costa gallega, Angel estaba contemplando el otoño, que venía de la mar, y el otoño era una luz blanca que invadía el cielo, limpio de nubes. En esa paz estaba Angel, blanca brisa, aire nuevo, cuando descubrió que tenía al artista a su lado. El viejo dijo alguna de esas maldades muy suyas, que en latín sonaban raro, pero rió como siempre reía, que no era con la boca sino con sus peligrosos ojos de niño encendidos bajo la maraña del pelo. 

Y entonces, de pronto, el cielo se enloqueció: se alborotó, se oscureció, y en la súbita negrura aparecieron bailando unas nubes venidas quién sabe de dónde, nubes de oro, nubes de fuego, nubes de vino, y luego llegaron los relámpagos y las acuchillaron. Y tembló el mundo, sacudido por los truenos, y sobre el mundo se desplomó una lluvia del fin del mundo. 

Angel gritó: 

—¡Don Urbano ¡Pinte eso, hombre! 

Inmóvil bajo la lluvia violenta, el artista echó un bufido de perro viejo. Fue en latín, pero dio para entender: 

—¡Pero no ves que estoy muerto, carajo! 

sábado, 4 de agosto de 2018

EL TAJO


Por acaso del destino, yo estaba allí. Era el tiempo de la guerra, yo andaba de siete años recién cumplidos. 

No soy de frecuentar tristezas, creamé. Rolendio Martínez, un servidor, ya va para un siglo de vida. Nunca gusté de negruras ni encontré tocayos ni tuve trabajo aliviado. A esta altura ya no cumplo años ni uso reloj, pero no soy yacaré viudo para andar caminando con la cabeza volteada. Así que no vaya a interpretarme mal. Lo mío no es manía. Yo vi lo que vi, y lo sigo viendo. Con los ojos abiertos, y durmiendo también. Nunca conseguí sacarme ese amargamiento. 

Clarito, lo veo. Había un hombre que tenía un pañuelo colorado en el pescuezo. Algo andaría haciendo, quién sabe, allí a la orilla del arroyo Sarandí. En eso, escuché caballos. Y vi. Fue cosa de un momentito. Dos jinetes llegaron de atrás, pasaron como viento, uno cazó al hombre por el pañuelo y el otro pegó el cuchillazo, y después limpió el cuchillo, al galope, en el anca del caballo. Y se perdieron en el polvo. 

Fue a la hora de la siesta, en pleno verano. La memoria mía no ha tenido el consuelo de la niebla, ni la excusa de la oscuridad. Fue hace noventa años, y lo veo todavía: el tajo de oreja a oreja, el chorro de sangre, el hombre que salió corriendo, pegando manotazos, sin saber que estaba muerto.

viernes, 27 de julio de 2018

NATURALEZA VIVA


Alfredo Mires rescata las tradiciones de Cajamarca. 

Hace años, cuando Alfredo estaba empezando a recoger la memoria de las costumbres y los tiempos, los campesinos le propusieron algunos temas de trabajo: el eclipse, la lluvia, la inundación, la niebla, la helada, el ventarrón, el remolino. 

Alfredo asintió: ¡Ah, sí! —dijo—. Fenómenos naturales. 

Nadie respondió. De callada manera, le estaban diciendo que tal cosa no existe en Cajamarca. 

Con el tiempo, Alfredo aprendió. 

Aprendió que el eclipse ocurre porque el sol y la luna son una pareja que se lleva mal, sol de fuego, luna de agua, y cuando se encuentran, se pelean, y el sol quema a la luna o la luna moja al sol y lo apaga por un rato; y aprendió que la lluvia es hermana de los ríos; que por los ríos corre la sangre de la tierra, y hay inundación cuando la sangre se derrama; que la niebla se mata de la risa burlando a los caminantes; que la helada es tuerta, y por eso quema los cultivos por un solo lado; que el ventarrón se relame comiéndose las semillas sembradas en luna verde y que el remolino da vueltas porque tiene un solo pie.

sábado, 21 de julio de 2018

EL LECTOR


En uno de sus cuentos, Osvaldo Soriano imaginó un partido de futbol en algún pueblito perdido de la Patagonia. Al Barda del Medio, el equipo local, nunca nadie le había metido un gol en su cancha. Semejante agravio estaba prohibido, bajo pena de cárcel o de horca. En el cuento, el equipo visitante evitaba la tentación durante todo el partido; pero al final, en una de las pifias de la defensa del Barda, el delantero centro quedaba solo frente al arquero y no tenía más remedio que pasarle la pelota entre las piernas. 

Treinta y tres años después, cuando Osvaldo llegó al aeropuerto de Neuquén, un desconocido lo estrujó en un abrazo y lo alzó con valija y todo: 

—¡Gol, no! ¡Golazo! —gritó—. ¡Te estoy viendo! ¡A lo Pelé lo festejaste! —y cayó de rodillas, elevando los brazos al cielo. Después se cubrió la cabeza: 

—¡Qué manera de llover piedras! ¡Qué biaba nos dieron! Osvaldo, boquiabierto, escuchaba con la valija en la mano. 

—¡Se te vinieron encima! ¡Eran un pueblo! —gritó el entusiasta. Y entonces se hinchó como un sapo, señaló a Osvaldo con el pulgar y dijo a los curiosos que se habían acercado: 

—A éste yo le salvé la vida. 

Por primera vez se estaba llenando de gente aquel partido que Osvaldo había jugado a solas, una lejana madrugada, sin más compañía que una máquina de escribir, un cenicero lleno de puchos y un par de gatos dormilones.

martes, 17 de julio de 2018

LOS PECADOS


En 1992, mientras se celebraban los cinco siglos de algo así como la salvación de las Américas, un sacerdote católico llegó a una comunidad metida en las hondonadas de las montañas de Chiapas. 

Antes de la misa fue la confesión. En lengua tojolabal, los indios contaron sus pecados. Carlos Lenkersdorf hizo lo que pudo traduciendo las confesiones, una tras otra, aunque él bien sabe que no hay quién pueda traducir estos misterios: 

—Dice que ha abandonado al maíz —tradujo Carlos—. Dice que muy triste está la milpa. Muchos días sin ir. 

—Dice que ha maltratado al fuego. Ha aporreado la lumbre, porque no ardía bien. Ella sufrió. 

—Dice que ha profanado al camino, que lo anduvo macheteando sin razón. 

—Dice que ha volteado un árbol y no le ha explicado por qué. 

—Dice que ha lastimado al buey. 

martes, 3 de julio de 2018

EL MOLINO


Nelly Delluci atravesó alambradas y pastizales en busca del lugar donde había sido triturada, un campo de concentración llamado La Escuelita, pero el ejército argentino no había dejado ni un ladrillo en pie. 

Toda la tarde anduvo buscando en vano. Y cuando más perdida estaba en plena llanura, deambulando sin ton ni son, Nelly vio el molino. Lo descubrió de lejos. Al acercarse, escuchó la queja de las aspas azotadas por el viento, y no tuvo dudas: 

—Es aquí. 

No había nada más que pasto alrededor, pero ése era el lugar. De pie frente al molino, que ya el crepúsculo teñía de rojo, Nelly reconoció el gemido que quince años antes había acompañado a los presos días tras día, noche tras noche. 

Y recordó: un coronel, harto de la letanía del molino, lo había mandado maniatar. Las aspas habían sido atadas con varias vueltas de tiento, pero el molino había seguido quejándose.

jueves, 28 de junio de 2018

EL PROFESOR


En el patio de baldosas sonó un estrépito de botas con espuelas. Desnudo, tirado boca abajo sobre el charco de su sangre, el Tito Bernal alcanzó a entreabrir un ojo. Y pudo ver las botas plantadas ante su cara, botas que olían a cuero mojado, y desde ellas, la larga sombra que partía en dos el patio. Le ardió en el ojo la blancura del patio, blanco de luna. 

Allá en lo alto de las botas, tronó una voz. El Tito la reconoció. Era la voz de Alcibíades Britez, jefe de policía de Asunción, un servidor de la patria que cobraba los sueldos y recibía las raciones de setecientos policías muertos. El Tito había escuchado esa voz cada una de las muchas veces que había sido molido a palos por causa de las ideas que creía y la gente que quería, porque andaban haciendo alboroto los campesinos sin tierra o porque se estaba llenando la ciudad de panfletos y pintadas que no eran para nada cariñosos con el superior gobierno. 

La bota lo pateó, lo hizo rodar, la voz sentenció: 

—El profesor Bernal... Vergüenza debía darte. Los profesores no están para armar líos. Los profesores están para dar conocimientos. 

El Tito tenía la boca hecha un estropajo, pero consiguió decir: 

—Así es. 

Quizás el jefe de policía lo escuchó. Si lo escuchó, no lo entendió. 

Algún tiempo después, el Tito terminó de morir. 

martes, 19 de junio de 2018

EL FOTÓGRAFO


Hiladio Sánchez vive en la oscuridad, como los murciélagos. Como los murciélagos, ve por los oídos. Pero los murciélagos no saben sacar fotos, Hiladio es fotógrafo, y de los buenos. 

Era jugador de futbol, y de los buenos, hace veintipico de años. Jugando para la selección nacional de Cuba, un pelotazo lo tumbó. Parecía muerto. Tiempo después, despertó en el hospital. Estaba vivo. Estaba ciego. 

Además de ver por los oídos, Hiladio ve por los ojos de su imaginación y su memoria, y ha encontrado la manera de contarnos lo que ve. Cámara en mano, ejerce sus artes de manosanta de la imagen. Mide la distancia por los pasos, y ajusta el diafragma según el calor del día o la frescura de la tarde. Y cuando todo está listo, apunta y hace puntería guiado por las voces o por los silencios, que nunca están callados. 

Hiladio fotografía a sus vecinos, apoyados contra la pared marcada de cicatrices, y fotografía las sábanas colgadas del alambre y las jarras y los sartenes colgados de los clavos, el leve paso de las horas y las gentes, la luz del sol en el patio, y la sombra que la corta de un tajo. 

No fotografía la luz de la luna, aunque la conoce bien. Cada noche, esos dedos helados le tocan la cara. Es la luna, que lo llama. Y el ciego se hace el sordo. 

sábado, 16 de junio de 2018

EL AVIÓN


Flameaban, altas, las banderas. La banda ensayaba una y mil veces el himno nacional, mientras otros maestros ponían a punto lo mejor de la música lugareña. Un caballo, de nombre Moscardón, espantaba las vacas que se metían a pastar en la pista. 

Nadie había faltado. El pueblo entero de Lorica llevaba horas esperando, achicharrándose al sol, todos con el pescuezo torcido y los ojos clavados en el cielo, encajes, lacitos, corbatas, almidonados todos como para boda o bautismo. 

Desde lejos lo vieron venir. Y tragaron saliva. Y cuando el esperado se lanzó a tierra, el tremendo trueno y el latigazo de viento provocaron una estampida general en la concurrencia. 

Por fin las hélices dejaron de girar y calló aquel ruido de guerra. Y la multitud boquiabierta pudo ver, de lejos, al gigante. Inmóvil en la neblina del polvo rojo, la máquina, negra, brillaba. 

Nunca se había visto un avión en el pueblo de Lorica. La gente quedó muda de espanto, paralizada ante tanto prodigio, hasta que un valiente rompió filas corrió. Y al pie del monstruo, gritó: 

—¡Huele a jabón! 

Entonces la música estalló. Las dos orquestas tocaban simultáneamente el himno patrio y un popurrí de vallenatos, mientras la multitud atropellaba saltando y bailando. Los pasajeros fueron bajados en andas y al piloto lo ahogaron en un mar de flores. Y celebrando la aparición del venido del cielo, se echó a correr el trago fuerte y se desató la parranda, dale dale, en las calles del pueblo. 

El avión había hecho una escala, una paradita para seguir viaje hacia otros rumbos, pero ya no pudo despegar. 

martes, 5 de junio de 2018

MIRÓ


Almir D'Avila lleva más de cuarenta años en el manicomio de San Pablo. Entró de niño, lo declararon demente y nunca más salió. Nunca nadie le ha escrito una carta, ni ha sido nunca visitado por nadie. Aunque pudiera irse, no tiene adónde; aunque quisiera hablar, no tiene con quién. Pasa sus días deambulando en círculos, con una radio de pila pegada a la oreja, y en su camino se cruza siempre con los mismos hombres que deambulan en círculos con una radio de pila pegada a la oreja. 

Una tarde de domingo, uno de los médicos del manicomio llevó a algunos pacientes a visitar la exposición de Joan Miró. Almir se puso su traje único, muy gastadito pero bien planchado bajo el colchón, se metió hasta los ojos su sombrero de almirante de la flota imperial y marchó a la exposición apretando contra el pecho, como siempre, la bolsa llena de piedritas que él usa para pagar favores. 

Y vio. Vio los colores que estallaban, el tomate que tenía bigotes y el tenedor que bailaba, el pájaro que era mujer desnuda, los muchos ojos que volaban en cada cielo y las estrellas muchas que cada cara escondía. 

Anduvo de cuadro en cuadro con el ceño fruncido. Era evidente que Miró lo había defraudado, pero el médico quiso conocer su opinión: 

viernes, 1 de junio de 2018

PARA LA CÁTEDRA DE HISTORIA DE ARTE


En las profundidades de una cueva del río Pinturas, un cazador estampó en la piedra su mano roja de sangre. El dejó su mano allí, en alguna tregua entre la urgencia de matar y el pánico de morir. Y algún tiempo después, otro cazador imprimió, junto a esa mano, su propia mano negra de tizne. Y luego otros cazadores fueron dejando en la piedra huellas de sus manos empapadas en colores que venían de la sangre y de las cenizas, de la tierra y de las flores.

Trece mil años después, cerquita del río Pinturas, en la ciudad de Perito Moreno, alguien escribe en la pared: Yo estuve aquí.

sábado, 26 de mayo de 2018

PARA LA CÁTEDRA DE LA RELIGIÓN


Cuando llegué a Roma por primera vez, yo ya no creía en Dios, y no tenía más que a la tierra por único cielo y único infierno. Pero no guardaba un mal recuerdo del Dios padre de los años de mi infancia, y en mis adentros seguía ocupando un lugar entrañable el hijo, el rebelde de Galilea que había desafiado a la ciudad imperial donde yo estaba aterrizando en aquel avión de Alitalia. Del Espíritu Santo, lo confieso, poco o nada me había quedado: apenas el vago recuerdo de una paloma blanca de alas desplegadas, que caía en picada y embarazaba a las vírgenes. 

No bien entré al aeropuerto de Roma, un gran cartel me golpeó los ojos: 

BANCO DEL ESPIRITU SANTO 

Yo era muy joven, y me impresionó enterarme de que la paloma andaba en eso.

sábado, 5 de mayo de 2018

PARA LA CÁTEDRA DE ANTROPOLOGÍA


A través de los campos y los tiempos, marchaba el tren desde Sevilla hacia Morón de la Frontera. Y a través de la ventana, el poeta Julio Vélez contemplaba, con ojos cansados, las arboledas y las casas que huían en ráfagas, verderías y blancuras tantas veces vistas, mientras su memoria deambulaba por otras geografías. 

Sentado frente a Julio iba un turista. El turista quería practicar su dificultoso español, pero Julio andaba quién sabe por dónde, buscando alguna certeza que se le había ido, alguna palabra o mujer que se le habían perdido. 

—¿Usted es andaluz? —preguntó el turista. 

Julio, ausente, asintió. 

Y el turista, intrigado, insistió: 

—Pero si es andaluz, ¿por qué está triste?

sábado, 28 de abril de 2018

LA RISA


Javier Villafañe y Jorge Valdano habían almorzado juntos en un bodegón de Zaragoza. Ya se estaban yendo, cuando el viejo Javier se golpeó la frente: de un brinco regresó a la mesa y vació, a sorbitos lentos, la copa que había quedado a medio tomar. Mientras Javier bebía aquel resto, porque es pecado dejar vino y porque nunca se sabe si será el último trago, escuchó risas que venían de la cocina. 

Habían comido muy bien, un almuerzo que era obra de maestría, y Javier decidió que Valdano y él no podían irse sin dar las gracias al autor. En la puerta de la cocina apareció un hombre tamaño niño, chiquito y solar, un fulgor metido dentro de un inmenso gorro de cocinero. Javier no sabía si felicitarlo o llevárselo para su teatro de títeres. 

—Aquí nos divertimos cocinando —dijo el diminutito. Y añadió, orgulloso: 

—A los platos se les nota el buen humor. 

Y dijo que hay que cuidarse, porque la gente cree que las malas ondas entran por los codos y las rodillas, pero no: entran por la boca.

lunes, 23 de abril de 2018

PARA LA CÁTEDRA DE DERECHO LABORAL


Unas cuantas abejas vuelan dentro de una habitación vacía y cerrada. Durante varios días se ofrece a las abejas, por único alimento, un néctar de flores mezclado con la pócima Z. Entonces se introduce en la habitación una camisa impregnada del olor de alguien. Agotado el néctar, las abejas pasan hambre, revoloteando en torno a ese olor.

Una noche, se libera a las abejas cerquita de la hamaca donde duerme el dueño de la camisa. Las abejas, desesperadas, clavan sus dardos. Al amanecer, el inoculado no consigue levantarse. No le responden sus músculos de trapo. Al mediodía, se apaga como una vela. De nada sirven las compresas de hojas de romero y de nuez de jengibre, empapadas en ron clarín, ni otros remedios infalibles. A la tarde, sus queridos lo llevan en andas al cementerio, y derraman lágrimas y arrojan flores mientras las paladas de tierra caen sobre el cajón. Pero esa noche, el difunto rompe el cajón, abre la tumba y vuelve al mundo. El regresado ha perdido la pasión y la memoria. Los ojos idos, callada la boca, trabaja sin horario ni salario, moliendo caña o alzando paredes o cargando leña, y no se queja jamás, ni jamás exige, ni pide siquiera.

(Esta es una modesta proposición para corregir la indisciplina de la mano de obra en la era de la globalización industrial. Se basa en un tratamiento ya ensayado, en casos aislados, en la república de Haití, que podría aplicarse exitosamente en escala universal. La experiencia permite confiar en su eficacia contra las tendencias conflictivas que actualmente alteran la paz pública, perjudican al sistema productivo y desalientan la inversión extranjera.)


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

jueves, 19 de abril de 2018

LOS AUSENTES (EN MÉXICO TAMBIÉN HAY DESAPARECIDOS)


El cementerio de Chichicastenango se muere de risa. Mil colores luce la muerte en las tumbas florecidas. Quizá los colores celebran el fin de la pesadilla terrestre, este mal sueño de mandones y mandados que la muerte acaba cuando de un manotazo nos desnuda y nos iguala. 

Pero en el cementerio no veo ni una sola lápida de 1982, ni de 1983, cuando fue el tiempo de la gran matazón en las comunidades indígenas de Guatemala. El ejército arrojó esos cuerpos a la mar, o a las bocas de los volcanes, o los quemó en quién sabe qué fosas. 

Los alegres colores de las tumbas de Chichicastenango saludan a la muerte, la Igualadora, que con igual cortesía trata al mendigo y al rey. Pero en el cementerio no están los que murieron por querer que así también fuera la vida.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...