El animal que más simpatía despierta en mí es la beluga. Hace unos años tuve la oportunidad de visitar a dos de ellas en un acuario de una ciudad española. Fue sorprendente para mí descubrir que sus cuerpos nadaban en círculos siguiendo un patrón, pero que sus mentes no estaban allí. Al parecer era demasiado para unos cetáceos cuyo hábitat es el Ártico vivir en un acuario de una ciudad del Mediterráneo.
Hace unos meses nos invitaron a un evento en una isla del Mediterráneo. Junto al equipo de organización, decidimos realizar dos actividades, una charla y un encuentro más extenso. Se estimaba la asistencia de unas trescientas personas. El lugar elegido por sus características para llevar a cabo estas dos actividades fue el auditorio del acuario de la capital.
Al cabo de pocos días de compartir la información sobre el evento, recibimos un correo electrónico de alguien que, muy amablemente, nos pedía que cambiáramos de lugar. Esta persona nos decía que un acuario es un lugar de explotación animal y nos comunicó su incomprensión por el hecho de que realizáramos un encuentro basado en el amor en un lugar donde no lo hay.
Cuando sentí la decepción y la frustración de ver a esas hermosas belugas dentro de una pecera gigante, también fui consciente de cómo mi mentalidad Sergi buscaba deshacerse de mis sentimientos culpando a otros de lo que yo sentía. Alguien puede llegar a pensar que para mantener a dos belugas en un acuario cerrado tienes que ser muy poco sensible a su estado de ánimo. Pero aunque fuera así, eso no los hace a ellos responsables de mi experiencia ante esa situación.
Hoy en día es muy extraño encontrar a personas cuyas mentalidades estén abiertas al amor. El motivo parece ser que todavía no estamos dispuestos a amar, ni a aceptar todo lo que ocurre en nuestra vida. Apenas nadie conoce su propia integridad. Apenas nadie sabe que todo forma parte de nosotros mismos.
La persona o personas que conservan a dos belugas en un acuario representan una parte de mí. De hecho, es un parte de ti también, sin importar si estás a favor o en contra de mantener en cautiverio a ciertos animales. Todos formamos parte de la consciencia humana sin excepción. Todas las decisiones que se toman desde la conciencia humana, por lo tanto, son responsabilidad de todos, incluso si tú piensas lo contrario, lo piensas desde la misma conciencia que nos une a todos.
Volvamos al acuario en el que se iba a celebrar el evento. Cuando vemos un lugar que carece de amor o a una persona que no es sensible al amor, estamos viendo una parte de nosotros desde nuestra perspectiva no amorosa. Cuando yo me cierro a la posibilidad de sentir amor ante la injusticia que veo, estoy apoyando sin darme cuenta esa injusticia.
Si yo no me hago sensible a la insensibilidad de los demás, estaré participando de la insensibilidad. Esta misma insensibilidad la expresará una persona estando feliz de cuidar a dos belugas en una piscina y otra persona, en cambio, la expresará en forma de ira cuando vea a las dos belugas en la piscina. Lo más probable, debido a la falta de sensibilidad de las dos personas, es que no asuman su mentalidad ni sus emociones y no se sienten a ver juntas cómo ayudar a las belugas. Al parecer sus opiniones les separan y lo más probable es que se entretengan a discutir y a defender sus razones. Del interés por las belugas se pasa al interés por defender las ideas de cada uno. A esa actividad, no importa qué ideas defiendas, la llamamos egoísmo.
Muchos activistas pensarán, y con razón, que entonces estar abiertos al amor en ciertas situaciones consideradas injustas significa cerrar los ojos y hacer ver que no pasa nada, que todo está bien y que está bien permitir que todo siga como está. Pero este pensamiento en el fondo no es más que una justificación para no amar. Amar no tiene nada que ver con cerrar los ojos, es justo lo opuesto, tiene que ver con abrirlos.
Mahatma Gandhi acompañó a todo un país a abrir sus ojos y reconocer su propia valentía y el respeto hacia sí mismos. Les mostró el camino de la no violencia, el camino de la compasión y de la confianza absoluta en la paz. Se sentó en los dictados de su corazón y no se levantó. Cuanto más se le encarcelaba y menos reaccionaba ante ello, más escuchado y seguido era.
Sé de varias personas que en su pasado entrenaron a delfines o ballenas orcas para espectáculos y que hoy en día difunden un mensaje de sensibilización para que se acabe con estos espectáculos. Estas personas despertaron a una sensibilidad basada en el amor. Si lees la historia de algunas de ellas, verás un cambio profundo interno en ellos. Ese cambio lo detona el corazón y no la compresión intelectual de un argumento «antialgo».
No estoy diciendo que tengamos que amar sin condiciones. Estoy diciendo que no hacerlo implica perpetuar una realidad basada en la ausencia de amor. Si me permites una nota de humor, estamos hablando de hacer un «San Francisco de Asís». Él se reconoció como instrumento de esa conciencia absoluta y se puso a su disposición y servicio para ir allí donde hubiera odio y poder reconocer el amor, o donde hubiera ofensa y ver perdón, o donde hubiera discordia y ver unión.
Gracias a estar en aquel acuario, pude ampliar mi visión y conocer a algunas de las encantadoras personas que allí trabajan y su labor en la conservación de la fauna marina de la isla, junto a su trabajo de acogida de animales como tortugas marinas que son rescatadas de redes de pescadores, atendidas y devueltas al mar.
En este mundo de percepciones humanas, estamos rodeados de lugares, personas y situaciones donde el amor no se percibe. Todas ellas listas para ser abrazadas desde el corazón. Muchas personas sensibles al sufrimiento aún no han descubierto su propia fortaleza a la hora de transformar su realidad no amorosa desde la conciencia del amor y no desde la ira y el rechazo. Si yo no reconozco mi fortaleza interna, cuando sienta ira culparé a otros por ello. Es por esta razón que odiamos y rechazamos a los que vemos odiar y rechazar la vida de otros.
El amor ama todo cuanto ve porque se reconoce a sí mismo en ello sin excepción alguna. Amar es tan simple como ser. Ser implica sentir y sentir implica asumir lo que uno siente a tiempo real, sin excusas. Cada vez que nos excusamos damos la espalda a la conciencia del amor. Al darle la espalda vemos un mundo carente de amor, no porque no haya amor, sino porque estamos eligiendo ver sin su perspectiva amorosa.
La dificultad que nosotros encontramos a la hora de amar no es porque sea difícil, es porque preferimos defender nuestros motivos por los que no amar. El amor, sin embargo, ama porque no conoce otra cosa. Nosotros en cambio sí conocemos otra cosa, el miedo. Alinearse con el amor implica en primer lugar ser honesto y, luego, reconocer el odio que uno siente por aquellos a quienes culpa de sus propios sentimientos.
La búsqueda de un mundo correcto y justo fuera del prisma de esta conciencia amorosa es infructuosa. Siempre encontrarás frente de ti a alguien que representará a tu opuesto, pensando y haciendo lo contrario que tú. Mientras no ames no conocerás tu unidad y ese «otro» estará allí para recordártelo.
Toda justificación para no amar es una invención humana que nos evoca más sufrimiento. Te invito a detenerte y a observar allí donde no estás dispuesto a amar. A qué persona o actividad social o ideología, o cualquier cosa que te venga a la mente, no estás abierto a amar. Una vez que lo hayas visto, verás todas tus ideas y opiniones personales que justifican tu falta de amor. Esas ideas no van a cambiar el mundo que ves… lo apoyan.
Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet
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