Observemos que las relaciones de todas clases o casi todas padecen la enfermedad de la verborrea. En la familia, en la escuela, en la universidad, en el amor (no así en el sexo), en la psicoterapia, en la política o en la ley prevalece la teoría sobre la práctica. A las palabras, los discursos, las protestas, se han asociado las emociones y los sentimientos restándoles de la acción. Esta caricatura literaria ha elevado las afirmaciones y negaciones verbales a la categoría de dogma personal, dando y quitando la razón como si fuéramos dioses psiquiátricos a quien no esté de acuerdo. Semejante exageración, especialización o extremosidad, como todas, padece los desequilibrios de hablar por hablar, hablar sin saber…
Acompañada de la imagen, alimento de la pasividad, que la televisión sobredesarrolla, la mente verbal, de la especulación y la opinión, desautorizadas por la ausencia de experiencia, parecen resucitar, sin solera, el tiempo de la retórica, habilidad elegante y juego, del hablar sin decir nada.
Un fenómeno invasivo que caracteriza la cultura juvenil y refuerza los tópicos obsesivamente, es la canción y las músicas. Este fenómeno cultural abandonado a la suerte de los que se lucran de él, consigue reunir a su alrededor a todas las adicciones en las que pican los más débiles: música, discoteca, ropas, marcas, móvil, estimulantes, alucinógenos, crack, alcohol, sexo, prostitución, violencia, histeria y trance colectivo, bandas, camellos, blancas… en toda su destructividad..
La mejor crítica a tan enfermizo exceso es la Práctica del silencio del que escucha y aprende a escuchar, la Práctica del que sólo se permite hablar cuando es preguntado y tiene algo que decir, que es la palabra ajustada al Camino, el pensamiento, el sentimiento y la acción unificadas.
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet
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