«He desplegado unas alas de confianza en el espacio y he planeado hacia el infinito, dejando atrás lo que otros se han esforzado por ver desde la distancia. Aquí no había un arriba ni un abajo, ni un límite ni un centro. He visto que el Sol tan sólo era otra estrella y que las estrellas eran otros soles, cada uno de ellos escoltado por otras tierras como la nuestra. La revelación de tal inmensidad fue como enamorarse.»
Giordano Bruno (1548-1600)
A finales del siglo xvi el monje dominico Giordano Bruno tuvo una revelación en la que pudo ver más allá de los establecimientos intelectuales, espirituales y científicos de su época. En un contexto en el que no había libertad de pensamiento y en el que se daba por hecho que la Tierra era el centro del universo, Giordano vio un reino infinito donde nuestro Sol no era más que un sol entre muchos otros y nuestra Tierra no era más que un planeta de entre muchos otros planetas. Giordano terminó su estadía en nuestro mundo quemado en la hoguera por ser fiel a un conocimiento que desafiaba a toda una época. Él simplemente se había enamorado de la libertad.
Todo ser humano consciente o inconscientemente busca paz mental. Esta paz tan anhelada sólo llega hasta este mundo a través de una mente liberada de sus asfixiantes fronteras personales, que aparentan darle cobijo y seguridad. No es real la seguridad que ofrecen los límites de nuestra personalidad.
Todo ser humano que se pregunte, desde lo más profundo de su corazón, por la realidad que existe más allá de su concepción personal de las cosas, tiene derecho a encontrarla. Dicho encuentro, sin embargo, siempre va a desafiar cualquier establecimiento humano de la clase y de la época que sea. De hecho, el cuestionamiento, en sí mismo, ya nos resulta desafiante.
He visto un mundo humano en el que sólo se refleja la unidad de la conciencia universal. Colectivos de personas organizados por la naturaleza de su unidad, inherente a un universo amoroso. Todos al servicio de los demás y cada uno de ellos dentro de un estado de perfecta realización, sin rastro de miedo psicológico. En ese estado, el amor, la paz y la creatividad son los únicos habitantes de la mente, una mente en perfecto equilibrio con el corazón y un corazón que abraza sin miedo nuestras partes más básicas e instintivas.
Giordano Bruno dijo que la revelación de tal inmensidad fue como enamorarse, porque descubrió que el conocimiento y el amor son la misma cosa. Y he aquí nuestra gran ignorancia: el conocimiento y el amor son la misma cosa. Se requiere tan sólo un ser humano para despertar a tu mente de esa ignorancia, y ese ser humano eres tú mismo ejerciendo tu derecho a conocer la verdad que encierras dentro de tu olvido.
Cuando estoy ante audiencias de centenares de personas, me gusta proponerles el siguiente experimento: les invito a levantar un brazo a la cuenta de tres. «Asegúrate de levantar sólo tu brazo», les pido. «Levanta sólo el tuyo», insisto. Cuando se escucha el tres en la sala, el levantamiento del brazo de una persona termina siendo el de todos los centenares de personas que ocupan la sala. Cuando un ser humano decide encontrar la paz en él y sólo en él, encuentra la paz de todos los seres humanos. Sin embargo, raramente somos conscientes de la paz que escondemos dentro de nosotros mismos, detrás de nuestras historias. Cuando alguien me pregunta cómo conseguirlo, le respondo: «No conozco el cómo, pero sí el dónde». ¿Me acompañas?
Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía tomada de internet
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡aho! Gracias comentar.
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.