Más allá del miedo, del sufrimiento, de la violencia, de la desesperación y de la confusión que afectan a nuestra sociedad, el cielo nunca deja de resplandecer. A veces, el cielo se nos muestra completamente azul, mientras que, en otras ocasiones, solo vemos un pedacito y, en otras, parece haber desaparecido. Y, de la misma manera que la niebla, las nubes o las tormentas ocultan el cielo azul, el Reino de los Cielos puede parecer también oculto tras las nubes de la ignorancia o la tempestad del enfado, la violencia y el miedo. Pero la plena consciencia nos ayuda a cobrar conciencia de que, por más nublado, brumoso o tormentoso que sea al día, el cielo azul siempre se halla presente más allá de las nubes. Su simple recuerdo impide que nos hundamos en la desesperación.
Mientras predicaba en el desierto de Judea, Juan el Bautista conminaba a la gente a arrepentirse «porque el Reino de Dios está cerca». Yo entiendo el término “arrepentirse” como detenerse. Lo que Juan quería decir era que dejásemos de implicarnos en actos de violencia, apego y odio. Arrepentirse significa, en suma, despertar y ser consciente de que el miedo, el enfado y el apego están ocultando el cielo azul.
Arrepentirse también significa empezar de nuevo. Para ello, hay que admitir nuestras transgresiones y bañarnos en las aguas claras de la enseñanza espiritual que afirma la necesidad de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. También debemos comprometernos a desprendernos de todo nuestro odio, resentimiento y orgullo y empezar de nuevo con una mente fresca y un corazón renovado dispuestos a mejorar. Esta enseñanza, que cuadra perfectamente con la doctrina budista, fue lo que Jesús empezó a predicar después de ser bautizado por Juan.
Si sabemos cómo transformar nuestra desesperación, violencia y miedo, el inmenso cielo azul no solo se nos revelará a nosotros, sino a todos los que nos rodean. Todo lo que hemos estado buscando –incluida la Tierra Pura, el Reino de Dios y nuestra naturaleza búdica– puede ser encontrado en el momento presente. Es posible llegar a percibir, aquí y ahora, el Reino de Dios con nuestros ojos, nuestros pies, nuestros brazos y nuestra mente. Cuando estamos concentrados y nuestra mente y cuerpo devienen uno, solo tenemos que dar un paso para entrar en el Reino de los Cielos. Cualquier cosa que tocamos, cuando prestamos atención y somos libres, mora en el Reino de los Cielos, independientemente de que se trate de la nieve o de las hojas de un roble. Y todo lo que entonces escuchamos –el canto de los pájaros, el silbido del viento– pertenece también al Reino de los Cielos.
La condición indispensable para conectar con el Reino de Dios consiste en liberarnos del miedo, la desesperación, el enfado y el apego.
La práctica de la plena consciencia nos permite reconocer la presencia de la nube, la niebla y la tormenta sin olvidarnos, no obstante, del cielo azul que se oculta detrás de ellos. Tenemos suficiente inteligencia, valor y estabilidad para contribuir a que el cielo azul se nos revele de nuevo en todo su esplendor.
«¿Qué puedo hacer –me pregunta la gente– para contribuir a poner de manifiesto el Reino de los Cielos?». Esa es una pregunta sumamente práctica, que muchos nos hemos formulado y que equivale a preguntar: «¿Qué puedo hacer para reducir la violencia y el miedo que sobrecogen a nuestra comunidad y a la sociedad en su conjunto?».
Cualquier paso que demos con estabilidad, solidez y libertad puede contribuir a despejar el cielo de la desesperación. Cuando cientos de personas caminamos juntas conscientemente, produciendo la energía de la solidez, la estabilidad, la libertad y la alegría, estamos ayudando a nuestra sociedad. Cuando sabemos cómo mirar con ojos compasivos a los demás y cómo sonreírles con el espíritu de la comprensión, estamos contribuyendo a que el Reino de los Cielos se manifieste. Y cuando respiramos conscientemente, también estamos contribuyendo a que se revele la Tierra Pura. En cualquier momento de nuestra vida cotidiana, siempre cabe la posibilidad de hacer algo para contribuir a que el Reino de Dios se manifieste. No te dejes vencer por la desesperación. Puedes hacer un buen uso de todos y cada uno de los instantes de tu vida cotidiana.
Cuando actuamos como una comunidad de practicantes, imbuidos con la energía de la plena consciencia y la compasión, somos más poderosos porque, al formar parte de una comunidad espiritual, contamos con mucha más alegría y podemos resistir mejor la tentación de rendirnos a la desesperación. La desesperación es la gran tentación de nuestra época. Aislados, somos vulnerables y tenemos miedo. Si somos una pequeña gota de agua y tratamos de aproximarnos al océano, nos evaporaremos antes de llegar siquiera. Pero si nos acercamos como lo hace un río, es decir, si lo hacemos como una colectividad, acabaremos llegando con toda seguridad al océano. Si vamos acompañados de una comunidad que nos brinda su apoyo y nos recuerda la existencia del cielo azul, nunca perderemos nuestra fe y el miedo acabará disolviéndose. Con independencia de que seamos líderes políticos, empresarios, trabajadores sociales, padres o profesores, todos podemos servirnos de algo que nos recuerde que el cielo azul sigue siempre con nosotros. Todos necesitamos una comunidad o sangha que impida que nos hundamos en la ciénaga de la desesperación.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡aho! Gracias comentar.
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.