La conciencia es una adquisición cultural, procedente de las religiones, que es de carácter moral. Supone el seguimiento de normas y dogmas de pensamiento, sentimiento, acción (omisión) y relación que las valoran como buenas o malas, por lo que se implican conceptos abstractos diversos sobre lo que cada religión propone como el Bien y el Mal con consecuencias de premios y castigos trascendentes.
Por otro lado, la ética, está inspirada en la cultura social o de la convivencia deseable de los laicos entre sí desarrollada en los últimos siglos independizándose de las religiones y fundamentándose en las leyes y los derechos de los ciudadanos. Los premios y los castigos de la ética son los de la ejemplaridad y la cárcel o las sanciones sociales.
Respecto a la consciencia, con “s”, se refiere a una facultad inherente a todos los seres por la que se hacen cargo del medio en el que viven, en el que están y se desarrollan, se relacionan y mueren entre otros seres iguales o diversos. Ser consciente significa, estar al tanto, caer en la cuenta, percibir o apercibirse, estar alerta. Darse cuenta de que nos damos cuenta, es decir, ser conscientes de nuestra consciencia es otra consciencia más profunda.
Decimos: somos o estamos conscientes; no, somos concientes, sin “s”.
Los grados y profundidades, penetración de la consciencia, son variados y están condicionados o son innatos y desarrollables por el adiestramiento o el aprendizaje.
El término “ser consciente”, también significa comportarse con sensatez alcanzando ya a la responsabilidad y por tanto se relaciona, bien con la moral, bien con la ética. Esta vez podría expresarse como no cometer insensateces y pensar con equilibrio o madurez, no hacer tonterías, lo que incluye una mayor elaboración.
Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet
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