lunes, 16 de septiembre de 2019

EL "DONJUANISMO" O EL PROBLEMA DE LA SEDUCCIÓN COMPULSIVA


2. El "donjuanismo" o el problema de la seducción compulsiva

Además de la premura biológica sexual, la infidelidad masculina también hay que buscarla en la desatinada necesidad psicológica de autoafirmarse en la conquista: "Cuantas más mujeres tenga, más macho soy", o de una manera más belicosa: "Cuantas más conquistas logre, más poderoso seré". A la manera del más valiente de los adelantados, el varón tradicional va acumulando trofeos en su haber de perseguidor sexual implacable. Conozco hombres que si pudieran coleccionar las prendas íntimas de sus conquistas femeninas, en realidad habría que decir botines o presas, las expondrían como las cabezas disecadas de los cazadores de safari. Por ejemplo: "Tanga y brasier perteneciente a N.N., mujer caucásica, 25 años, morena, de buena familia...", y así.

La leyenda del don Juan, aunque ya hace su aparición en la Edad Media, cobra su máximo apogeo durante el Siglo de Oro. Tirso de Molina en El Burlador de Sevilla, y Alfonso de Córdoba en La venganza del sepulcro, al igual que Calderón de la Barca, Lope de Vega y Cervantes, sólo para nombrar algunos de los más importantes, dejaron plasmada la personalidad de un prototipo de hombre que, con seguridad, reflejaba algunos aspectos reales de la picardía masculina de la época. Con una vida dedicada principalmente a enamorar por enamorar; y a coronar sus objetivos cuasi militares, el don Juan se mostraba con la finura de la nobleza, la generosidad del rico, la elegancia y el porte del caballero, la arrogancia del poderoso y la valentía del colonizador. Sus hazañas eran envidiadas por los hombres y deseadas por las mujeres.

Realmente, un peligro.

El moderno atesorador obsesivo de conquistas femeninas ha mantenido al menos dos características básicas de su ilustre antecesor.

La primera está relacionada con la forma de abordar su presa. Para el típico seductor, en la guerra el fin siempre justifica los medios, y como en realidad se trata precisamente de invasiones y ocupaciones, el don Juan no escatima recurso alguno: arremete una y otra vez, corazón en ristre, propone matrimonios a diestra y siniestra, jura amor eterno en vano, llora cada vez que se necesite hacer¡(), intenta suicidarse, hace regalos fastuosos, escribe poesías que harían parecer ordinario a Cyrano e, incluso, de ser necesario, sería capaz de acceder por la fuerza al lecho de su amada; en fin, ya sea galanteo o forcejeo, el despliegue de tácticas y estrategias no tiene límites, ni cansancio. Como se trata de un "enamorador profesional", no necesita sentir sino simplemente hacer lo que haría cualquier enamorado. Más aún, el sentimiento sería un estorbo y el acabóse total de su accionar. El cortejo sólo necesita ser interpretado adecuadamente, de acuerdo con los cánones sociales que ellas esperan, y por eso, parte del éxito está en conocer a cabalidad los puntos débiles de las mujeres, activarlos y mantenerlos despiertos el tiempo mínimo para que se rindan a sus pies. El don Juan es un encantador de serpientes y un exacerbador de vanidades. Cuando ataca, es certero, inclemente, frío, desconsiderado y mortal.

La segunda regla que guía las maniobras donjuanezcas es que la cantidad es mucho más importante que la calidad. Carente de toda estética ególatra, este galán es ciego por naturaleza. Su norma es la de cualquier comerciante de aves: "Todo pollo que camina va a parar al asador".

Desde este punto de vista, su misión no es solamente anotar una víctima más, sino hacer que muchas de ellas desfallezcan felices de haber sido "amadas", pese a sus defectos. Más de una inmolada con problemas de autoimagen repetiría gustosa el sacrificio: "Muero contenta, alguien, ¡al fin!, se ha fijado en mí". No importa ser una ficha más de colección, al menos se es parte de un gran coleccionista.

Muchas mujeres, a sabiendas de que se trata de una farsa, deciden vivirla como si fuera un cuento de hadas: "¿Quién podrá quitarme lo bailado?". Cuando el don Juan toca la fibra adecuada de alguna mujer insegura, no sólo crea una nueva pieza de repertorio, sino una esclava de por vida, orgullosa de serlo.

El verdadero don Juan, cuando corona, jamás vuelve a la escena del crimen porque pondría en peligro su reputación. Si regresara, estaría esperando repetir la dosis de placer con la misma persona, lo cual no solamente dañaría su reconocida insensibilidad, sino que correría el riesgo de apegarse o, en el peor de los casos, de enamorarse. El don Juan jamás muere por una estocada, un balazo o una golpiza; por el contrario, eso lo reafirma y lo hace renacer de sus propias cenizas. Este personaje deja de existir cuando se enamora. El amor lo acaba y, al mismo tiempo, lo cura porque le quita la motivación fundamental de seguir por seguir, lo alivia de su compulsión, le quita el sentido enfermizo de su vida, lo absorbe la pasión del explorador y el reto fundamental de la conquista. En otras palabras, lo humaniza.

Pero en cierto sentido, el amor también lo independiza. Porque afirmarse en el número de mujeres seducidas no es otra cosa que depender de ellas. Cada "sí" es un parte de victoria con sabor a derrota. La masculinidad del don Juan se configura en la necesidad de aprobación femenina:

"Necesito que las mujeres me acepten para sentirme hombre", pero no una o dos, sino todas. "Si cotizo, soy varón".

El seductor empedernido es un hombre inconcluso e indefinido tratando de hallarse a sí mismo por el camino equivocado. La admiración o la envidia que otros varones puedan sentir de sus "hazañas", engrandecen su ego pero no le dan seguridad: la confianza sólo proviene del sexo opuesto.

El don Juan no ha resuelto su problema de identificación, aún permanece aferrado a la madre y al falso resguardo de no querer evolucionar hacia su propio ser masculino. Es la variante más peligrosa del hombre apegado-infantil. Pienso que la intención del seductor compulsivo que caracteriza al "donjuanismo", no es lastimar y martirizar a las mujeres sino encontrarse en la autoafirmación que genera la conquista alcanzada. Sin embargo, en la desesperación por hallar un rompecabezas don de pueda encajar, vuelve añicos todo lo que encuentra a su paso. Golpea y lastima por impotencia, pero no por venganza. El don Juan no odia a las mujeres, las necesita para sobrevivir; de ahí su gran debilidad y adicción a ellas. Lo que lo vuelve un enemigo público afectivo no es el rencor y la agresión que caracteriza al sociópata frío y calculador, sino el miedo infantil a permanecer solo e indefinido. El don juan se mueve en una dimensión oscura e insondable, donde no puede ver con claridad y menos aún sentir. Pero si el amor hace su aparición y Cupido lo atraviesa de lado a lado, puede ocurrir el milagro. El monstruo muere en su ley, y por obra y gracia de alguna mujer compasiva, el terrible don Juan se convierte mágicamente en un manso y sensible varón.




Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

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