En los años sesenta, cuando vivía en Nuevo México, solía practicar la sauna ritual. Insistía entonces en sentarme junto a la puerta, porque si estaba en cualquier otro lugar que no fuera la puerta no podía salir. Aquello se ponía cada vez más y más y más caliente y yo me sentía a punto de morir. Pero si estaba sentada junto a la puerta y sabía que podía salir, entonces era capaz de soportarlo. Por supuesto, si estaba sentada junto a la puerta tenía que soportarlo, pero estaba tan agobiada la mayor parte del tiempo que apenas disfrutaba. Bien, en samaya no nos sentamos junto a la puerta. Es el truco definitivo, la única manera de experimentar definitivamente nuestra experiencia; es nuestra única entrada a la sacralidad autoexistente del mundo.
Antes de estar preparados para semejante compromiso, hacemos todo un camino. Empezamos desde nuestra confusión y nuestro salvajismo y dejamos que la meditación y las enseñanzas nos vayan domesticando. Nos tomamos a pecho las instrucciones y tratamos de practicarlas a diario; este sincero esfuerzo empieza a calmarnos. No es que de repente seamos perfectos y nos sentemos muy lejos de la puerta. Más bien, lo que ocurre es que tras años de suave entrenamiento y de cuestionamiento honesto e inteligente, empezamos a confiar en la sabiduría básica de nuestra mente. Descubrimos que tenemos una sabiduría esencial, un buen corazón esencial que es más fuerte y fundamental que nuestra maldad y agresión. Vamos descubriendo esa sabiduría con la práctica; es como descubrir que el cielo y el sol están siempre allí y son las nubes y las tormentas las que vienen y van. De algún modo, la sensación de que estamos preparados para no contar con una vía de salida se presenta por sí misma.
Extracto del libro:
Cuando Todo Se Derrumba
Pema Chödron
Fotografía de Internet
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