Las personalidades encapsuladas son víctimas de un control excesivo de sí mismas y de un temor a dejar salir el otro yo y sus emociones. La necesidad de control emocional es la creencia de que si no tengo bajo control todas mis emociones deberé considerarme una persona débil, inadecuada o irracional. Los que poseen esta idea, piensan que la represión de los afectos y pensamientos es una muestra de su grado de fortaleza, mientras que la liberación de las emociones es vista como un exabrupto o un signo de estupidez o de mal gusto. Su filosofía es «no demostrar lo que siento y pienso», aunque me asfixie en el intento.
Judith era una mujer de mediana edad que había sido remitida a mi consulta porque presentaba un trastorno de ansiedad generalizada. Rápidamente me di cuenta de que estaba ante una personalidad encapsulada. Cada movimiento suyo estaba calculado fríamente y cada palabra, pensada y repensada. El recato y la formalidad que manifestaba eran tales que uno terminaba inconscientemente comportándose de manera similar para no incomodarla. Expresaba muy pocas emociones y se sentía muy molesta si las personas eran simpáticas y afectuosas con ella (esposo e hijos incluidos). Consecuentemente, el humor o cualquier otra manifestación de alegría no tenían cabida en su vida.
En cierta ocasión recordé un chiste del gran humorista uruguayo Verdaguer, y se lo comenté con el ánimo de ver su reacción: «Los dientes de mi mujer son como las perlas... escasos.» Y luego esbocé una sonrisa cómplice, como diciendo: «Buen chiste, ¿no?» Ella se quedó en silencio, analizando la cuestión, mientras la expectativa iba en aumento. Yo esperaba al menos una risita, pero después de unos segundos me dijo con preocupación: «¡Ese señor no respetaba a su esposa!»
¿Hay algo más ridículo que tener que explicarle un chiste a alguien? Además, ¿cómo hacerlo, si el receptor ha bloqueado su capacidad de procesar este tipo de información? Sin embargo, no me di por vencido y, durante varias consultas, la inundé de fábulas, parábolas y cuentos graciosos de todo tipo, pero el resultado fue el mismo. Sólo uno de los llamados «chistes malos» le produjo unas cuantas carcajadas:
«Una bella niña está sentada en el banco de una plaza leyendo un libro. Un hombre, atraído por su belleza, se sienta a su lado con ánimo de conquistarla y le dice en tono jovial: “Hola, me llamo Juan. ¿Y tu?” Ella lo mira fijamente, esboza una sonrisa amable y le responde: “Yo, no”, y vuelve a la lectura.»
Fue la única vez que la vi reír. Cuando la terapia se orientó a vencer su necesidad de control y a tratar de mejorar su expresión de afecto, desertó. Pudieron más el miedo, la conformidad y la «estrategia» del avestruz. Para las personas encapsuladas y rígidas es muy difícil relajarse y contactar plenamente consigo mismas y con las demás.
¿Qué motiva a las personalidades encapsuladas? Mantenerse en sus cabales todo el tiempo y a cualquier precio para no darse a conocer. Una virtud mal entendida, porque una cosa es la templanza y el dominio de uno mismo y otra el autocastigo de eliminar el humor.
¿Cuál es el coste de una personalidad encapsulada? La pérdida de la capacidad de exploración y del asombro. La autobservación es importante, pero si se exagera y se vuelve obsesiva pierde sus atributos positivos e inhibe la curiosidad. No permitirse jamás un desliz, no perder nunca el control y negar toda expresión de sentimientos son las estrategias en las que se ampara una mente estrecha y solemne. Ser amargado, tedioso, monótono y prolijo al extremo no es un valor a imitar, sino más bien un defecto que hay que erradicar si se quiere vivir sana y alegremente. Una personalidad encapsulada es presa de sí misma, y por eso no puede ser creativa y juguetona. Por el contrario, una mente libre y alegre es de forma natural creativa.59,60
Quizá la formalidad sea un requisito para los que trabajan de cara al público; pero incluso para ellos, un chiste oportuno relaja a todo el mundo así como la tensión de estar todo el tiempo pendiente de qué se dice y cómo se dice. Las personalidades encapsuladas no saben romper el hielo y por eso viven congeladas. Hay un poso de mediocridad en los que carecen de humor. Citemos a José Ingenieros:61
«[Los mediocres] tiemblan ante los que pueden jugar con las ideas y producir esa suprema gracia del espíritu que es la paradoja. La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, incoloro y obtuso. Esas cualidades le hacen temer el asombro y eludir el peligro.» (p. 59)
59. Hirt, E. R.; Devers, E. E. y McCrea S. M. (2008). «I want to be creative: Exploring the role of hedonic contingency theory in the positive mood-cognitive flexibility link.» Journal of Personality and Social Psychology, 94, 214-230.
60. De Dreu, C. K. W.; Baas, M. y Nijstad, B. A. (2008). «Hedonic tone and activation level in the mood creativity link: Toward a dual pathway to creativity model.» Journal of Personality and Social Psychology, 94, 739-756.
61. Ingenieros, J. (2004). El hombre mediocre. Buenos Aires: Longseller.
Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet
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