lunes, 3 de junio de 2013

EXPANDIENDO LA CONCIENCIA (continuación)


Haz un ejercicio sencillo. Cierra los ojos y trata de pensar que estás conectado con los objetos y personas de tu mundo inmediato. Trata de romper el aislamiento mental. Imagínate que la realidad material tuviera infinidad de capas y lograras descender por ellas hasta encontrar que en la profundidad subatómica somos exactamente la misma energía. Como si todos fuéramos puntas de iceberg aparentemente desconectadas, pero unidas por un continente sub-terráneo. No estás solo. El aislamiento es una ilusión. Todo afecta a todo. Aunque no se note inmediatamente, lo que ocurre en otras latitudes tarde o temprano influye sobre ti. Eso implica que lo que hagas con tu vida afectará a otros. Tú eres el mundo. Eres la conciencia de la humanidad, y si lo asumes así entenderás que tu responsabilidad es tremenda y apasionante.

Puedes comenzar a leer sobre religión. ¿Por qué no? ¿No te parece interesante investigar las religiones comparadas? El budismo, el hinduismo, el cristianismo, el taoísmo, el judaísmo y el islamismo. ¿No estaremos hablando de lo mismo en diferentes idiomas? Aunque el conocimiento no necesariamente genera el fenómeno de la fe, puede enriquecerla y evitar que caigas en el pensamiento mágico, la credulidad extrema o la ignorancia.

Einstein decía: “Sostengo que el sentimiento religioso cósmico es el motivo más fuerte y más noble que anima la investigación científica”. La ciencia te pone los pies en la tierra para que puedas saltar más lejos. Intenta leer teología. Indaga en las creencias, asiste a algunos cultos, conversa con los creyentes y los ateos. Investiga. No para elegir, sino para conocer. La posición existencial que asumas irá apareciendo sola. Se irá gestando en ti sin mucha alharaca y sin tanta pompa. Dios casi no habla, pero cuando lo hace, su lenguaje es casi inconfundible. El escritor griego Nikos Kazantzakis lo expresaba así: “Dije al almendro: Háblame de Dios y el almendro floreció”.

Intenta husmear en tu interior. Bucea. Estudia tus estados internos. Puedes utilizar la meditación, el yoga, la oración o cualquier otro método, pero saca un rato para evaluar tu existencia. Instala una línea directa con Dios para hablar con él cada vez que te plazca, y si está ocupado, insiste. Recuerda que cuando hablamos de trascender estamos diciendo que te salgas de la inmediatez y vayas más allá de los límites de la apariencia. No tienen que ser sor Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís o la versión latina del “Pequeño Saltamontes”. A tu estilo y a tu medida, cuando hayas abierto la puerta de la trascendencia, harás conexión con algo especial. Y no tendrás que hacer un peregrinaje a tierra Santa, La Meca o el Tibet. Bastará con dejar salir lo que tenías encerrado en tu interior. Un poema irlandés del siglo IX lo expresaba así:
Ir a Roma –gran
esfuerzo, poca
ganancia-;
no encontrarás allí al
Rey que buscas a
menos que lo traigas
contigo.

El principio del sentido de vida te enseña a desligarte de muchas de tus ataduras. Te permite tener una visión más holística del universo y de ti mismo. Te ayuda a desprenderte de lo superfluo y de lo inútil. Te otorga mayor riqueza interior e independencia psicológica. Tus intereses serán cada vez más vitales, y más madura tu manera de amar. Sentirás que ya no habrá tanto miedo a la pérdida y tu necesidad de posesión será reemplazada por la dicha de tener un propósito de vida. Todos los individuos de este planeta, queramos admitirlo o no, tenemos la tendencia a buscar más allá de lo evidente. Víctor Frankl decía: “En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano a cuyo encuentro vamos con amor”.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso

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