La forma de mantenerse en el punto medio entre la indulgencia y la represión es reconocer lo que surge sin juzgarlo, dejando que los pensamientos simplemente se disuelvan; después volvemos a la apertura del momento presente. Esto es lo que hacemos durante la meditación: surgen multitud de pensamientos, pero en lugar de suprimirlos u obsesionarnos con ellos, los reconocemos y los dejamos pasar, y a continuación volvemos a estar simplemente aquí. Como dice Sogyal Rinpoche: «Llevamos nuestra mente de vuelta a casa.»
Después de cierto tiempo llegamos a relacionarnos meditativamente con las esperanzas y miedos de nuestra vida diaria. De repente, dejamos de luchar y nos relajamos. Dejamos de hablarnos a nosotros mismos y volvemos a la frescura del momento presente.
Y esto es algo que va evolucionando gradualmente, pacientemente, a lo largo del tiempo. ¿Cuánto dura este proceso? Yo diría que dura el resto de nuestra vida.
Básicamente seguimos abriéndonos más, aprendiendo más, conectando con las profundidades del sufrimiento y de la sabiduría humanos; llegamos a conocer estos dos elementos total y completamente, y nos hacemos más amorosos y compasivos con la gente. Y las enseñanzas siguen, siempre hay algo más que aprender. No somos como esos ancianos complacientes que han renunciado a todo y ya no tienen que responder a ningún desafío. En los momentos más sorprendentes seguimos encontrándonos con los perros feroces.
Del libro:
CUANDO TODO SE DERRUMBA
PEMA CHÖDRON
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