Damos la bienvenida a otra conSentida más Mary Duhart, gracias por ser y estar en este espacio..
Recuerdo el caso de una paciente, administradora de empresas, de unos cuarenta años y casada en segundas nupcias con un hombre bastante menor. Una de sus hijas adolescentes venía quejándose en forma reiterada de que el padrastro la molestaba sexualmente. La joven relataba que en varias ocasiones se había despertado sobresaltada porque sentía que la tocaban y lo había visto masturbándose junto a la cama. Cuando decidió contar los hechos a su madre, ésta decidió pedir ayuda. Como siempre en estos casos, el acusado negaba toda participación en el asunto. Luego de entrevistar varias veces a la niña y al señor, no hubo dudas de mi parte: el abuso existía y el acoso también. Por ejemplo, él solía tocarla por debajo de la mesa, al despedirse de beso sus labios buscaban los labios de ella, entraba en su cuarto sin llamar, le hacía comentarios sobre sus senos, en fin, el hostigamiento era indiscutible.
La madre, aunque pueda sonar extraño, estaba paralizada. Cuando le dije que su hija se estaba seriamente afectada por la persecución sexual del esposo, ella contestó: “No sé qué hacer doctor… Esto es tan horrible … El es un buen hombre … Tuvo problemas en su niñez y consumió drogas durante la adolescencia… Le faltó afecto… No sé que hacer… No quiero que mi hija sufra… Aconséjeme”. Mi respuesta fue clara y directa: “Señora, ¿usted tiene conciencia de la gravedad de lo que está ocurriendo? ¿Realmente no sabe qué hacer? ¿O sí sabe, pero no es capaz?... Nada de lo que yo diga le va a servir, porque la respuesta es obvia… Su marido es un peligro para su hija… Usted no quiere ver la realidad, porque no quiere perderlo, pero recuerde que la salud mental de la niña está en juego… Esto no es un problema de consejos, sino de principios ¿Tan grande es su apego por este hombre y tan pobre su temple?... Aunque le duela, no veo otra opción: así como están las cosas, es él o su hija”. Luego de meditar un rato, dijo: “Pero es que yo lo quiero mucho…” No había nada que hacer. La señora agradeció mi “asesoría” y no volvió a las citas. Al cabo de unos meses me enteré de que su hija se había ido a vivir donde una tía y ella todavía mantenía las dudas iniciales. Las grandes decisiones siempre conllevan dolor, desorganización y perturbación. La vida no viene en bandeja de plata.
Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso
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