Baja tolerancia a la frustración o el mundo gira a mi alrededor: Walter Riso habla sobre las causales de la inmadurez emocional y su relación con el apego. Ya se expuso en día anteriores sobre el bajo umbral al sufrimiento, veamos que dice Riso sobre la baja tolerancia a la frustración:
La clave de este esquema es el egocentrismo, es decir: “Si las cosas no son como me gustaría que fueran, me da rabia”. Tolerar la frustración de que no siempre podemos obtener lo que esperamos, implica saber perder y resignarse cuando no hay nada que hacer. Significa ser capaz de elaborar duelos, procesar pérdidas y aceptar, aunque sea a regañadientes, que la vida no gira a nuestro alrededor. Aquí no hay narcisismo, sino inmadurez.
Lo infantil reside en la incapacidad de admitir que “no se puede”. Si a un niño malcriado, se le niega un juguete con el argumento real de que no se tiene el dinero suficiente para comprarlo, él no entenderá la razón, no le importará. De todas maneras exigirá que su deseo le sea concedido. Gritará, llorará, golpeará, en fin, expresará su inconformidad de las maneras más fastidiosas posibles, para lograr su cometido. El “Yo quiero” es más importante que el “No puedo”. Querer tener todo bajo control es una actitud inocente, pero poco recomendable.
Muchos enamorados no decodifican lo que su pareja piensa o siente, no lo comprenden o lo ignoran como si no existiera. Están tan ensimismados en su mundo afectivo, que no reconocen las motivaciones ajenas. No son capaces de descentrarse y meterse en los zapatos del otro. Cuando su media naranja les dice: “Ya no te quiero, lo siento”, el dolor y la angustia se procesa solamente de manera autorreferencial: “¡Pero si yo te quiero!” Como si el hecho de querer a alguien fuera suficiente razón para que lo quisieran a uno. Aunque sea difícil de digerir para los egocéntricos, las otras personas tienen el derecho y no el “deber” de amarnos. No podemos subordinar lo posible a nuestras necesidades. Si no se puede, no se puede.
Los malos perdedores en el amor son una bomba de tiempo. Cuando el otro se sale de su control o se aleja afectivamente, las estrategias de recuperación no tienen límites ni consideraciones; todo es válido. La rabieta puede incluir cualquier recurso, con tal de impedir el abandono. El fin justifica los medios.
A veces ni siquiera es amor por el otro, sino amor propio. Orgullo y necesidad de ganar: ¿Quién se cree que es…? ¿Cómo se atreve a echarme? La inmadurez también puede reflejarse en el sentido de posesión: “Es mío” o “No quiero jugar con mi juguete, pero es mío y no lo presto”. Muchas veces no es la tristeza de la pérdida lo que genera la desesperación, sino quién echó a quién. Si se obtiene nuevamente el control, la revancha no se hace esperar: “Cambie de opinión. Realmente no te quiero”. Ganador absoluto. Una paciente decía: “Ya estoy más tranquila… Fui, lo reconquisté, se lo quité a la otra, y ahora sí… La cosa se acabó, pero porque yo lo decidí… ¿Cómo le parece el descaro, doctor?... Cinco años de novios y dejarme a un lado como a un trapo sucio… Ya no me importa, que haga lo que quiera… ¿Por qué son tan raros los hombres?”
Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso
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