martes, 5 de mayo de 2020

JUSTO FRENTE A USTED


LLANTOS


Un discípulo visitó un día a su maestro. Lo encontró llorando y se puso también a llorar más fuertemente aún. 

Cuando dos amigos bromean, el que tiene buenos oídos ríe una sola vez, pero el sordo ríe dos veces, pues su primera risa no es sino una imitación. Ríe con todo el mundo sin entender. Después, cuando se le explica la causa de la hilaridad general, ríe por segunda vez. 

Un imitador es como un sordo. Vive en el placer y en la alegría sin saber lo que son el placer y la alegría. La luz del maestro se refleja en su corazón. La alegría del discípulo emana de la de su maestro. Los que creen que este estado les es propio son como un cesto en el agua. Cuando se le saca del agua, se da cuenta de que el agua pertenece al río. 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

lunes, 4 de mayo de 2020

EL INFIERNO SON LOS OTROS


Respuestas a preguntas
Pregunta 7 (continuación):

A veces no siento, como dice Sartre, que «El infierno son los otros», sino que «El infierno soy yo mismo». Yo vivo en el infierno mismo.
¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?
No veo cómo puedo hacerlo.

No; no estás viviendo en el infierno. Tú eres el infierno. El ego mismo es el infierno. En cuanto el ego deja de estar ahí, no existe el infierno. El ego crea ciertas estructuras a tu alrededor, que te hacen desgraciado. El ego funciona como una herida, y todo empieza a hacerle daño. El «yo» es el infierno.

El yo es el infierno; el no-yo, el cielo. No ser es el cielo. Ser significa estar siempre en el infierno. «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». Tienes que comprender el infierno, porque si no lo comprendes, jamás saldrás de él. Y para comprender, es fundamental aceptar. No comprenderás nada si lo niegas. Y eso es lo que hacemos. Renegamos de ciertas partes de nuestro ser. Nos empeñamos: «Esto no soy yo». Jean-Paut Sartre dice que el otro es el infierno; cuando niegas algo de ti mismo, lo proyectas en el otro.

Examina el mecanismo de la proyección. Cuando niegas algo de ti mismo, lo proyectas en los demás. Tienes que ponerlo en alguna parte. Está ahí, y tú lo sabes.

La noche pasada una mujer me contó que tenía mucho miedo de que su marido fuera a matarla. Su marido es un hombre muy sencillo y encantador. Raramente te encuentras con personas tan sencillas. Parece absurdo, que tenga intención de matarla. Cuando la mujer lo dijo, el hombre se echó a llorar. La sola idea era tan absurda, que se le llenaron los ojos de lágrimas. También es muy raro ver a un hombre llorar, porque a los hombres les han enseñado a no llorar. Pero tenía ganas de llorar; ¿qué iba a hacer? Y la mujer pensando que en cualquier momento su marido la iba a estrangular, notando las manos del hombre en su cuello en medio de la oscuridad. Vamos a ver: ¿qué ocurre?

Poco a poco empezó a hablar de otras cosas. No tiene hijos, y quiere un hijo a toda costa. Me cuenta que al ver a los hijos de otros siente deseos de matarlos. Entonces todo se aclara. Las cosas no son tan complicadas. Dice que le gustaría matar a los hijos de otros porque ella no tiene hijos y no quiere que otra mujer sea madre. Dentro de ella hay una asesina, y no quiere aceptarlo. Tiene que proyectarlo sobre alguien. No puede aceptar su instinto asesino, y tiene que proyectarlo. Resulta muy difícil reconocer que eres un asesino, o que te vienen ideas de matar niños.

Pero el marido es la persona más próxima, la más cercana para la proyección, casi como una pantalla en la que puedes proyectar lo que quieras. El pobre hombre se echa a llorar y la mujer piensa que va a matarla. En su inconsciente más profundo incluso puede albergar ideas de matar a su marido, porque debe de tener cierta lógica interna, que por culpa de ese hombre no se queda embarazada. Si estuviera con otro hombre, sería madre. No lo acepta en la superficie, pero muy en el fondo debe de pensar que porque ese hombre es su marido no ha podido ser madre. En su inconsciente debe de acechar una sombra, que si ese hombre muere encontrará a otro, o algo parecido. Y la idea de que querría matar a los hijos de otros… La está proyectando. Y cuando proyectas tus ideas en otros, tienes miedo a esas personas. Ese hombre le parece un asesino.

Todos hacemos lo mismo. Si niegas una parte de tu ser, si la repudias, ¿dónde la pondrás? Tendrás que ponerla en otras personas.

Han continuado las guerras, continuarán los conflictos y la violencia a menos que el ser humano comprenda que no debe negar nada de sí mismo, sino aceptarlo. Reabsórbelo en tu unidad orgánica, porque la parte negada te creará muchos problemas. Lo que niegues tendrás que ponerlo en otro sitio, tendrás que proyectarlo en alguien. La parte negada se convierte en proyección, y los ojos que proyectan viven un espejismo. No son realistas.

Dice Jean-Paul Sartre: «El infierno son los demás». Es algo que hay que comprender. Todo el mundo piensa así. Sartre simplemente expresa un malentendido muy extendido, un espejismo muy común. Si eres desgraciado piensas que alguien te hace desgraciado. Si estás enfadado piensas que alguien te ha hecho enfadar, pero siempre es otro, no tú.

Si estás enfadado, estás enfadado tú. Si eres desgraciado, eres desgraciado tú. Nadie te obliga. Nadie puede hacer que te enfades a menos que tú decidas enfadarte. Entonces cualquiera puede servir de ayuda, cualquiera puede servir de pantalla en la que tú proyectes. Nadie puede hacerte desgraciado a menos que tú decidas ser desgraciado. Entonces el mundo entero te ayuda a ser desgraciado.

El yo es el infierno, no el otro. La idea misma de «Soy alguien separado del mundo» es el infierno. La separación es el infierno. Olvida el ego y verás… De repente desaparece el sufrimiento, desaparece el conflicto.

Me preguntas: «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». Desde luego que sí. Tendrás que aceptarlo y comprenderlo. Con esa comprensión y esa aceptación, el infierno quedará reabsorbido en tu unidad. Se disolverá tu conflicto, se disolverá la tensión. Serás más entero, más íntegro. Y cuando estás entero, no existe el ego.

El ego es una enfermedad. Cuando vives desgarrado, cuando vives dividido, moviéndote al mismo tiempo en múltiples direcciones y dimensiones opuestas entre sí, cuando vives en la contradicción, surge el ego.

¿Has sentido alguna vez tu cabeza sin tener dolor de cabeza? Cuando tienes dolor de cabeza, la sientes. Si desaparece el dolor, desaparece la cabeza; no la sientes. Cuando estás enfermo sientes el cuerpo; cuando estás sano, no. La salud perfecta es la incorporeidad, no sentir el cuerpo. Puedes olvidarte de él; nada te empuja a recordarlo.

Una persona completamente sana no hace caso del cuerpo, no recuerda que lo tiene.

Un niño es completamente sano; no tiene cuerpo. El adulto tiene un cuerpo grande, y cuanto más envejece, más se instalan en él la enfermedad, el conflicto. Entonces el cuerpo no funciona como debería, no está en armonía, no está en consonancia, y se nota más.

Si comprendes este sencillo fenómeno, que un dolor de cabeza te hace consciente del cuerpo, debe de ser algo como una enfermedad del alma lo que te hace consciente del yo. Si no, un alma completamente sana no tiene yo. Eso es lo que dice Buda Gautama, que el yo no existe. Sólo existe el no-yo, y ése es el estado celestial. Eres tan sano y tan armonioso que no necesitas recordar el yo.

Pero por lo general cultivamos el ego. Por un lado intentamos no ser desgraciados y por el otro cultivamos el ego. Todos nuestros esfuerzos son contradictorios.

He oído contar lo siguiente:

Una altiva señora de la alta sociedad murió y llegó a las puertas del cielo.

—Bienvenida. Entre —le dijo san Pedro.

—Ni hablar —replicó la señora con desdén—. Si aquí puede entrar cualquiera sin haber reservado mesa, no es ésa la idea que tenía yo del cielo.

Si aún por casualidad llega un egoísta a las puertas del cielo, no entrará. No es ésa la idea que tenía del cielo… ¿Sin reserva puede entrar cualquiera? Entonces, ¿para qué? Sólo se debería admitir a unas cuantas personas, muy selectas. Entonces el ego sí puede entrar en el cielo. En realidad, el ego no puede entrar en el cielo; sólo en el infierno. Sería mejor decir que el ego lleva su propio infierno adondequiera que vaya.

Ocurrió lo siguiente:

El mulá Nasrudín se cayó a un pozo negro y no podía salir. Se puso a gritar: «¡Fuego, fuego!», y al cabo de un par de horas aparecieron los bomberos.

—¡Aquí no hay ningún fuego! —Exclamó el jefe de bomberos—. ¿Por qué ha gritado «fuego»?

—¿Y qué quería que gritase? —Preguntó el mulá—. ¿Mierda?

El ego es de tal manera que incluso si está en el infierno no lo admitirá. El ego se adorna continuamente.

Me preguntas: «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». No hay otra forma. No sólo tendrás que aceptarlo, sino comprenderlo y adentrarte en él. Tendrás que sufrir los dolores que te provoque hasta tomar consciencia completa de lo que es. Sólo cuando sepas lo que es sabrás cómo lo has creado. Y sólo cuando sepas cómo lo has creado podrás decidir si quieres seguir creándolo o no. «No veo cómo», dices, Sí, resulta difícil aceptar el infierno. Nos esforzamos por negarlo. Por eso, aunque estés llorando por dentro sigues sonriendo por fuera. Quizá estés triste, pero finges estar feliz. Te cuesta trabajo aceptar que eres desgraciado, pero si continúas negándolo, poco a poco se desconectará de tu consciencia.

Eso es lo que ocurre cuando decimos que algo se ha hecho inconsciente. Significa que se ha desconectado de la consciencia. Llevas negándolo tanto tiempo que se ha retirado a la zona sombría de tu vida, se ha trasladado al sótano. Nunca te topas con ello, pero sigue funcionando desde allí, afectando a tu ser, envenenándolo.

Si te sientes desgraciado puedes sonreír, pero esa sonrisa está como pintada. Es sólo un ejercicio de los labios. No tiene nada que ver con tu ser. Puedes sonreír, enamorar a una mujer con tu sonrisa, pero recuerda que ella hace lo mismo. También sonríe y se siente desgraciada. También finge. De modo que dos sonrisas falsas crean esa situación que llamamos amor. ¿Y cuánto tiempo puedes seguir sonriendo? Tendrás que relajarte. Al cabo de unas horas tendrás que relajarte.

Si observas con atención te darás cuenta; si vives con una persona tres horas te darás cuenta de su realidad. Porque resulta muy difícil fingir, aún durante tres horas. ¿Cómo mantener la sonrisa durante tres horas si esa sonrisa no surge de ti? Se te olvidará una y otra vez y mostrarás tu rostro sufriente.

Puedes engañar unos momentos. Así nos engañamos mutuamente. Y aseguramos ser felices, pero no lo somos. El otro hace lo mismo, y así toda historia de amor es desgraciada, y toda amistad.

Ocultando tu desdicha no saldrás de ella, sino que generarás más desdicha. El primer paso consiste en encontrarla. No des un paso hasta haberte encontrado con tu realidad, y no finjas ser otra persona. Así no puede surgir la felicidad.

Sé tú mismo. Si te sientes desgraciado, sé desgraciado. No pasará nada malo. Te evitarás muchos problemas. Desde luego, nadie va a enamorarse de ti; pues bien: te evitarás muchos problemas. Seguirás solo, pero estar solo no tiene nada de malo. Enfréntate con ello, profundiza, arráncalo del inconsciente y trasládalo a lo consciente. Es una tarea difícil, pero la recompensa es enorme. Una vez que lo hayas visto, puedes deshacerte de ello. Existe sin ser visto, sólo en el inconsciente, en la oscuridad. En cuanto enciendes la luz, empieza a marchitarse.

Haz la luz en tu mente y verás: comprenderás que todo lo que produce sufrimiento empieza a morir y a brotar cuando es bello y gozoso. A la luz de la consciencia, lo que queda es bueno, y lo que muere es malo. Ésa es mi definición de la virtud y el pecado. El pecado es lo que no puede crecer con la consciencia; necesita la inconsciencia para crecer. La inconsciencia es condición imprescindible para que se desarrolle. La virtud es lo que puede crecer con la consciencia absoluta, sin ninguna dificultad.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

LO INVISIBLE


LA FELICIDAD NO LA DAN LOS EVENTOS


sábado, 2 de mayo de 2020

LA BELLA MENTIRA Y LA TRISTE VERDAD


EL ASNO Y EL COCHINO


Envidiando la suerte del Cochino,
un Asno maldecía su destino.

"Yo, decía, trabajo y como paja;
él come harina, berza y no trabaja:
a mí me dan de palos cada día;
a él le rascan y halagan a porfía".

Así se lamentaba de su suerte;
pero luego que advierte
que a la pocilga alguna gente avanza
en guisa de matanza,
armada de cuchillo y de caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo cochino fin sangriento,
dijo entre sí el jumento:

Si en esto para el ocio y los regalos,
al trabajo me atengo y a los palos.


Moraleja: No envidies la vida de los demás porque no sabes su realidad. Vive la tuya y disfruta cuanto puedas. Siempre puede ser peor.


Félix María Samaniego

viernes, 1 de mayo de 2020

LOS DEBERÍAS


DORMIR Y DESPERTAR


EL GRAN SECRETO A VOCES


El Maestro chan Tsu Hsin y el poeta Huang Shan Ku eran buenos amigos. En cierta ocasión, el poeta pidió a Tsu Hsin que lo iniciase en el secreto más misterioso del Camino.

-¿No has oído el viejo dicho de Confucio: «No me preocupa el que los adivinos predigan mi verdadero futuro o no ... Sólo estoy seguro de algo y es de que mi destino se desarrollará según su propia voluntad»? Dime, ¿qué piensas de esto?  -preguntó el Maestro. 

Cuando el poeta Huang estaba a punto de responder, fue detenido por un gran grito «¡no!», que lo dejó un poco confuso. 

Poco después, durante la estación de floración de las moreras, los amigos estaban paseando en medio de las montañas. 

-¿No hueles la fragancia de las moreras en flor?
-preguntó Tsu Hsin. 

-Por supuesto que sí. 
-Ya ves, no te oculto nada. 

Al oír esto, el poeta comprendió por sí mismo y empezó a expresar su agradecimiento al Maestro. 

-Oh, Maestro, tu corazón es tan amoroso como el de un abuelo ... 


Sonriendo, Tsu Hsin hizo la siguiente observación: 
-Deseo que vuelvas a casa. 

Comentario: El Maestro deja que su amigo el poeta Huang Shan Ku «vuelva a casa», y «casa» quería decir la naturaleza original del verdadero yo. En la tradición chan, dichos como «un viejo anfitrión» o «los verdaderos ojos de la paz y del silencio» tienen el mismo significado que «casa» y «naturaleza del verdadero yo». Los ríos y las montañas están ante los ojos allí donde miremos. No hay lugar alguno en el que no se exprese el Camino. Éste es el gran secreto a voces del universo, nada es inexplicable. Sin embargo, el poeta Huang no lo veía. Buscaba la llave para abrir para siempre la puerta de la naturaleza del verdadero yo. Utilizando la parábola de la floración, el Maestro le mostró el Camino exacto hacia la naturaleza primigenia del ser. Le señaló el Camino de regreso a casa que, por su constante errar, Huang Shan Ku había abandonado hacía tiempo. 



Extracto tomado del libro:
100 Koans del budismo Chan
Alexander Holstein
Imágenes tomadas del Internet
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