lunes, 25 de noviembre de 2019

LA MEZQUITA OCULTA


En la ciudad de Rey había una pequeña mezquita. Nadie podía permanecer en ella durante la noche y los que lo intentaban dejaban hijos huérfanos tras ellos. Muchos solitarios tomaron así el camino del cementerio al amanecer de una noche pasada en esta mezquita. Es que los genios se habían apoderado del lugar y exterminaban a todos sus huéspedes. Tanto que se había puesto en la puerta un letrero que decía:

"¡Nadie permanezca aquí durante la noche!" Algunos habrían querido incluso que se pusieran cadenas a la puerta para evitar que un inocente pereciese por inadvertencia.

Una noche llegó un extranjero. Había oído rumores referentes a esta mezquita y quería verificarlos. Era valeroso y estaba cansado de vivir. Se decía:

"Dios mismo nos dijo que los fieles deseaban la muerte. ¡Y yo soy un fiel!"

La gente le dijo:

"¿Quieres dormir aquí? ¡Es la muerte segura! Toda persona que ha intentado pasar la noche aquí ha muerto. Y no es una coincidencia, lo hemos confirmado cien veces. El profeta dijo que la fe trae consejo.

Sabe bien que no tenemos ningún deseo de ocultarte la verdad. ¡Vamos, sé razonable!"

Pero el enamorado respondió:

"¡Oh, amigos que me aconsejáis! No lamento nada de lo que hago pues, de todos modos, ya estoy harto de la vida. Estoy cansado y debilitado. Pero la salud apenas me atrae. Ciertamente, soy un ocioso, pero no de esos ociosos que buscan la muerte. No soy de los que se agrupan o mendigan en los bazares. ¡No! ¡No!

Soy un perezoso que ofrece cuanto posee. Para mí, morir y abandonar estos parajes será tan agradable como es dulce, para un pájaro, salir de su jaula. Cuando se lleva su jaula al jardín, el pájaro ve las rosas y los árboles. Ve también otros pájaros que vuelan alrededor de su jaula. Está rodeado de verdor, pero está prisionero. Por esta razón es por la que ha perdido el apetito y se ha vuelto perezoso. ¡El que abriera su jaula sería su salvador! Pero si la jaula está en el interior, en una habitación llena de gatos, seguro que el pájaro no deseará salir. Preferiría incluso estar prisionero en millares de jaulas."

La gente replicó:

"¡Oh tú, que pasas por aquí, ven! No pierdas la vida. Lo que dices es fácil de palabra, pero se hará más duro cuando se trate de pasar a los actos. Muchos temerarios han perdido todo su orgullo en el instante fatídico. Acabarás por lamentar todo esto. Los hombres adoptan aires de héroes, pero en el momento del combate, se convierten en mujeres de casa. El profeta dijo: "¡Oh, héroe! No hay lugar para el heroísmo antes del combate" No aparentes ser un héroe. ¡A cuántos hemos visto que hablaban como tú! ¡Renuncia a tu idea y no atraigas sobre ti una desgracia de la que seríamos responsables!"

El enamorado dijo:

¦¦Esta noche dormiré en esta mezquita, aunque vuestros consejos serían tan útiles como los del ángel Gabriel. Abraham no esperaba ninguna ayuda del fuego."

Permaneció, pues, en la mezquita pero no pudo dormir pues el sueño de los que aman es como el de los pájaros y el de los peces. A media noche se dejó oír una voz espantosa que decía:

"¡Ya estoy aquí! ¡Ya llego!"

Esto se repitió cinco veces y la fuerza de esta voz habría hecho temblar a cualquiera. Pero el enamorado apenas se alteró. Se decía:

"Es el ruido de los tambores que redoblan para anunciar la fiesta. Pero, puesto que es a los tambores a los que golpean, que tengan miedo ellos."

Se levantó como un guerrero y exclamó:

"¡Estoy dispuesto! ¡Puedes venir!"

En ese mismo instante, cesó la magia de esta voz y el oro se puso a caer por todas partes. Hasta tal punto que el enamorado tuvo que transportar enormes cargas de oro para conseguir, al amanecer, alcanzar la puerta de la mezquita. Enterró una parte de él y puso el resto en sacos.

Jugándose la vida, este hombre obtuvo un tesoro. Si tú eres ciego y miedoso, abandona esa altiva apariencia.


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

sábado, 23 de noviembre de 2019

Y DIOS NO ESTÁ ALLÁ ARRIBA, EN LOS CIELOS


LA CIUDAD


Un servidor del sultán de Bujara había sido desterrado por su amo a consecuencia de una denuncia calumniosa. Durante diez años, el pobre hombre había vagado de país en país, abrasado por el fuego de la nostalgia. Un día, habiendo perdido la paciencia, decidió volver a Bujara. Se puso en camino diciendo:

"¡La ciudad de Bujara es la fuente de la ciencia!"

Después:

"Necesito ir allí pues, para mí, es el único medio de reunirme con mi amada. Quiero volver a verla y decirle: "¡Ya estoy aquí! Hazme eterno pero no tengas piedad alguna por mí, pues prefiero morir a tu lado a vivir al lado de los demás. Lo he intentado cien veces, pero sin ti, nada tiene ya sabor." ¡Oh, músicos! ;Cantad y despertad mi corazón! ¡Oh, camello mío! ¡Mi viaje ha terminado! ¡Oh, tierra, bebe mis lágrimas! ;Oh, amigos míos! ;Me voy! Voy a reunirme con Aquel a quien se obedece. Mi corazón añora Bujara. ¡He aquí lo que es el amor de la patria para un enamorado!"

Sus amigos le dijeron:

"¡Oh, insensato! Reflexiona un poco sobre las consecuencias de todo esto. Sé razonable. No te destruyas como la mariposa que se acerca al fuego. Si realmente vas a Bujara, entonces eres un loco y mereces ser encarcelado. El sultán te espera allí, lleno de cólera, con la espada afilada. Dios te dio la ocasión de escapar de la situación aquella y tú buscas el camino de la cárcel. Aunque el sultán hubiera enviado decenas de soldados para que te condujesen a Bujara, deberías haber intentado esquivarlos. Pero nada semejante te amenaza. ¿Cómo es que te sientes ligado de este modo?"

Estaba bajo el dominio de un amor secreto, pero los que lo aconsejaban así no lo sabían. Y el enamorado les respondió:

"¡Callad! De nada me sirven vuestros consejos, pues el lazo que me ata es demasiado sólido. Todas vuestras palabras no hacen sino reforzarlo. Ningún sabio puede comprender este amor. Cuando la pena de amor se instala en un lugar, ningún imán nos puede ya enseñar cosa alguna. No intentéis asustarme con vuestros presagios de muerte, pues el enamorado bordea miles de muertes en cada momento. Lo sé por experiencia: mi vida está en mi muerte. ¡Oh, buenos amigos! ¡Matadme! ¡Matadme! ¡Matadme!"

El no creía sin embargo ir a Bujara para seguir la enseñanza de un maestro. Pues la verdadera enseñanza para un enamorado es la belleza del Amado. Las lecciones, los cuadernos y los libros son Su rostro. Es un torbellino y un estremecimiento.

Así pues, el enamorado tomó el camino de Bujara y la arena del desierto se transformó en seda bajo sus pies. El gran río se mudó en arroyo y el desierto en jardín de rosas. Habría podido ser igualmente atraído por la ciudad de Samarkanda, pero lo que lo atraía era Bujara. Y cuando vio a lo lejos dibujarse los contornos de las murallas, perdió el conocimiento. Le aplicaron agua de rosas a la cara para reanimarlo y, lleno de alegría, entró en Bujara. Todos los que encontró le dijeron:

"¡No te muestres así! ¡El sultán te busca! ¡Quiere vengarse de ti, después de diez años! ¡En el nombre de Dios, no te arriesgues! Tú eras el amado del sultán, su visir, su consejero. Fuiste reconocido culpable y desterrado. Puesto que has escapado de esto, ¿por qué vuelves?"

El enamorado respondió:

"Estoy sediento. ¡Sé que el agua puede matarme pero, aunque mis manos y mis pies se inflamen, nada saciará la sed de mi fogoso corazón! Y a quien me pida explicaciones, responderé: "¡Lo que lamento es no poder beber el océano!" Si el sultán quiere derramar mi sangre, gozaré como la tierra goza con la lluvia."

Y el enamorado fue a prosternarse ante el sultán, con los ojos llenos de lágrimas. El populacho se reunió, curioso por saber si el sultán iba a ahorcarlo o quemarlo.

El sultán mostró entonces a aquellos tontos lo que el tiempo revelará a los desdichados. Como las mariposas, se han precipitado hacia el fuego tomándolo por luz. Pero el fuego del amor no es como la llama de una vela: es una luz entre las luces.


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

jueves, 21 de noviembre de 2019

DAR PARA RECIBIR


Había un árabe llamado Beremis Samir, que podía hacer cualquier cosa con los números. Un día iba de viaje y halló, a mitad del camino, a tres hombres que discutían acaloradamente frente a un lote de camellos. Beremis se detuvo y les preguntó el motivo de la controversia, y uno de ellos le respondió:

-Somos hermanos y recibimos estos treinta y cinco camellos como herencia de nuestro padre que acaba de fallecer. Yo, porque soy el mayor, debo quedarme, conforme a la voluntad del finado, con la mitad de los animales. Este, que es el segundo, debe recibir la tercera parte. Y aquel, el menor, la novena parte.

Entonces otro de los hermanos dijo:

-¡Pero es imposible hallar la mitad exacta, y más aún la tercera y la novena partes de treinta y cinco!

Beremis Samir pensó un instante y luego, desmontando de su propio camello, lo agregó al lote de los que habían heredado los hermanos. Ellos se quedaron sorprendidos por la generosa actitud del viajero, pero aguardaron en silencio a que se explicara. Y así lo hizo, en efecto:

-Agregando mi camello a los de ustedes, hay treinta y seis. De modo que toma la mitad que te corresponde -y separó dieciocho camellos para el mayor de los hermanos.

Volviéndose al segundo, prosiguió:

-Te corresponde la tercera parte. Habiendo treinta y cinco camellos, no era posible que la recibieras, pues la tercera parte de treinta y cinco es once y pico, y los camellos no tienen pico. Pero ahora, con el camello que agregué, son treinta y seis. Ten: ahí van tus doce camellos, la tercera parte de treinta y seis.

Quedaba el hermano menor.

-A ti, según el testamento de tu padre, te corresponde la novena parte del lote. La novena parte de treinta y seis es cuatro: toma tus cuatro camellos.

Entonces, Beremis Samir hizo cuentas:

-Tú has recibido dieciocho camellos, tú doce y tú cuatro, más de lo que les correspondía, por ser la herencia de treinta y cinco camellos. Ahora sumemos: dieciocho más doce, treinta. Más cuatro, treinta y cuatro. Quiere decir que de los treinta y seis camellos, sobran dos. Uno es el que yo puse. Y el otro, el que me corresponde por haberlos ayudado a obtener lo que les correspondía -y dejando a todos los hermanos contentos, se fue con los dos camellos.

La moraleja que se descubre en este cuento es que todo cuanto damos a otros se entrega a título provisional, porque siempre la vida nos lo devuelve con creces. Si los egoístas supieran las ventajas que reporta la generosidad, serían generosos por puro egoísmo.



Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet

SENTIMIENTOS AISLADOS


miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA HISTORIA DE ANATHAPINDIKA


Anathapindika, que vivió hace 2.600 años, fue uno de los primeros seguidores del Buda. Era un hombre de negocios muy generoso que dedicaba parte de su tiempo y energía a ayudar a los pobres de su ciudad. Entregó parte de su riqueza a los pobres, pero eso no le hizo menos rico. Fue muy feliz. Tuvo muchos amigos y fue muy amado por todos ellos. 

A Anathapindika le gustaba mucho servir al Buda. Empleó su riqueza para comprar un parque y crear un centro donde el Buda y sus monjes pudiesen practicar. Ese lugar, conocido como arboleda de Jeta, acabó convirtiéndose en un famoso centro de práctica al que la gente acudía semanalmente para escuchar las charlas impartidas por el Buda. 

Un día, el Buda se enteró de que su querido discípulo Anathapindika estaba muy enfermo. Fue a visitarle y le invitó a prestar atención, mientras estaba en cama, a la respiración. Luego encargó a Shariputra, buen amigo de Anathapindika, la misión de cuidar de él durante su enfermedad. 

Shariputra acudió acompañado de su hermano, el joven monje Ananda, a visitar a Anathapindika. Cuando llegaron, Anathapindika estaba tan débil que no pudo incorporarse para darles la bienvenida, y entonces Shariputra dijo: «No, amigo mío, no lo intentes. Sigue tranquilamente tumbado. Acercaremos unas sillas y nos sentaremos junto a ti». 

Lo primero que Shariputra le preguntó fue: «¿Cómo te sientes, querido Anathapindika? ¿Empeora el dolor de tu cuerpo o ha empezado a atenuarse?» La respuesta de Anathapindika fue la siguiente: «No, queridos amigos, el dolor no se atenúa, sino que está intensificándose». 

Cuando Shariputra escuchó eso, tomó la decisión de guiarle unos cuantos ejercicios de meditación. Siendo como era uno de los discípulos más inteligentes del Buda, Shariputra sabía muy bien que ayudar a Anathapindika a centrar su mente en el Buda, al que le gustaba servir, le resultaría muy útil. Quería regar las semillas de la felicidad de Anathapindika y sabía que hablar de las cosas que le habían hecho feliz en su vida podría regar las semillas positivas y reducir, en momentos tan críticos, su dolor. 

Shariputra invitó a Anathapindika a inspirar y espirar atentamente y a centrar su atención en sus recuerdos más felices: su entrega a los pobres, sus muchos actos de generosidad y el amor y la compasión que compartía con su familia y los discípulos del Buda. 

Pasados cinco o seis minutos, el dolor corporal que Anathapindika había experimentando disminuyó, al tiempo que las semillas de la felicidad en él se vieron regadas y sonrió. Regar las semillas de la felicidad es una práctica muy importante para los moribundos y los enfermos. Todos albergamos en nuestro interior semillas de felicidad y, en los momentos difíciles en que estamos enfermos o a punto de morir, un amigo debería acompañarnos para ayudarnos a conectar con esas semillas. De otro modo, las semillas del miedo, el resentimiento o la desesperación podrían desarrollarse y acabar convirtiéndose en grandes formaciones que nos desborden. 

Cuando Anathapindika sonrió, Shariputra se dio cuenta de que la meditación había dado sus frutos. Luego le invitó a continuar su meditación guiada diciendo: «Ahora, querido Anathapindika, ha llegado el momento de practicar contigo la meditación de los seis sentidos. Inspira y espira y practica conmigo». 

Estos ojos no son míos. Yo no estoy atrapado en estos ojos. Este cuerpo no es mío. Yo no estoy atrapado en este cuerpo. Yo soy la vida sin fronteras. La decadencia de este cuerpo no supone mi fin. Yo no estoy limitado a este cuerpo. 

Cuando alguien está a punto de morir, podemos quedarnos atrapados en la idea de que él es su cuerpo y de que la desintegración de su cuerpo es, por tanto, su propia desintegración. Todos tenemos mucho miedo a convertirnos en nada, pero la desintegración del cuerpo no afecta a la verdadera naturaleza de la persona que muere. Por eso es muy importante ser capaces de observar profundamente para ver que no estamos limitados a nuestro cuerpo. Cada uno de nosotros es la vida sin límites. 

Yo no soy este cuerpo. Yo no estoy atrapado en este cuerpo. Yo soy la 
vida sin límites. Yo no soy estos ojos. Yo no estoy atrapado en estos ojos. Yo no 
soy estos oídos. Yo no estoy atrapado en estos oídos. Yo no soy esta nariz. Yo 
no estoy atrapado en esta nariz. Yo no soy esta lengua. Yo no estoy atrapado en 
esta lengua. Yo no soy este cuerpo. Yo no estoy atrapado en este cuerpo. Yo no 
soy esta mente. Yo no estoy atrapado en esta mente. 

Luego invitó a Anathapindika a meditar en los objetos de los seis sentidos. El moribundo puede quedarse atrapado en las formas, los sonidos, el cuerpo, la mente, etcétera, e, identificándose con estas cosas y tomándose por ellas, creer estar perdiendo su yo. Estas meditaciones son para los moribundos un auténtico consuelo. 

Yo no soy las cosas que veo. Yo no estoy atrapado en lo que veo. Yo no 
soy los sonidos que escucho. Yo no estoy atrapado en lo que escucho. Yo no soy 
los olores que huelo. Yo no estoy atrapado en lo que huelo. Yo no soy los 
sabores que gusto. Yo no estoy atrapado en los sabores. Yo no soy el contacto 
con mi cuerpo. Yo no estoy atrapado en el contacto con mi cuerpo. Yo no soy 
estos pensamientos. Yo no estoy atrapado en estos pensamientos. 

Anathapindika conocía muy bien a estos dos monjes. Ambos eran discípulos muy queridos del Buda que se habían sentado junto a él para acompañarle y ayudarle, pese a estar gravemente enfermo, a llevar a cabo esa meditación. Entonces Shariputra le guió en la siguiente meditación sobre el tiempo: 

Yo no soy el pasado. Yo no estoy limitado por el pasado. Yo no soy el 
presente. Yo no estoy limitado por el presente. Yo no soy el futuro. Yo no estoy 
limitado por el futuro. 

Finalmente, cuando llegaron a la meditación de ser y no ser, de ir y venir, que es una enseñanza muy profunda, Shariputra dijo: 

Todo lo que emerge, querido amigo Anathapindika, se debe a causas y 
condiciones. Todo es de la naturaleza del no nacimiento y de la no muerte, del 
no llegar y del no partir. 

Cuando el cuerpo emerge, no viene de ningún lugar. Si las condiciones 
son suficientes, el cuerpo se manifiesta y lo percibes como existente. Cuando las 
condiciones dejan de ser suficientes, el cuerpo deja de percibirse y puedes 
pensar en él como inexistente. Todo, de hecho, es de la naturaleza del no 
nacimiento y de la no muerte. 

Cuando Anathapindika, que era un practicante muy sagaz, llegó a este punto, estaba muy conmovido y se dio perfecta cuenta de lo que sus amigos estaban proponiéndole. Y conectando entonces con la dimensión más allá del nacimiento y la muerte, se liberó de la idea de no ser más que un cuerpo. Se liberó de las nociones de nacimiento y muerte, de las nociones de ser y de no ser y fue capaz de recibir y entender el don de la ausencia de miedo. 

Todo adviene debido a una combinación de causas. Cuando las causas y condiciones son suficientes, el cuerpo se hace presente. 

Cuando las causas y condiciones dejan de ser suficientes, el cuerpo deja de estar presente. Y lo mismo podríamos decir con respecto a los ojos, los oídos, la nariz, la lengua, la mente, la forma, el sonido, los olores, el sabor, el tacto, etcétera. Y esto es algo que todos podemos, por más abstracto que parezca, entender profundamente. Para entender la verdadera naturaleza de la vida, debemos entender la verdadera naturaleza de la muerte. Mal podrás, si no entiendes la muerte, entender la vida. 

Las enseñanzas del Buda nos liberan del sufrimiento. El sufrimiento se deriva de la ignorancia de la verdadera naturaleza del yo y del mundo que nos rodea. Cuando no lo comprendes, tienes miedo, un miedo que te genera mucho sufrimiento. Por ello la enseñanza de la no muerte es el mejor de los regalos que puedes ofrecer, tanto a ti mismo como a los demás. 

Esta práctica importante, la práctica de la ausencia de miedo, implica ver profundamente para liberar el miedo profundo que siempre está ahí. Si no tienes miedo, tu vida será mucho más feliz y hermosa y podrás, como Shariputra hizo con Anathapindika, ayudar a muchas personas. La energía de la ausencia de miedo es la clave y el mejor fundamento de la acción social, de las acciones compasivas que protegen a las personas y a la tierra y el mejor modo de satisfacer tus necesidades de amar y ayudar. 

Es muy posible vivir felizmente y morir en paz. Y tenemos que hacerlo viendo cómo prosigue nuestra manifestación bajo otras formas. 

También podemos ayudar a otros a morir pacíficamente si en nosotros tenemos los elementos de la estabilidad y de la ausencia de miedo. 

Muchos tenemos miedo a dejar de ser y, debido a ese miedo, sufrimos mucho. Por ello el moribundo debe saber que somos una manifestación y una continuación de muchas manifestaciones. Y cuando sabemos que nacimiento y muerte no son más que nociones, dejamos de vernos afectados por el miedo al nacimiento y a la muerte. Esta comprensión puede liberarnos del miedo. 

Si sabemos cómo practicar y entrar en la realidad del no nacimiento y la no muerte, si entendemos que ir y venir no son más que ideas y si nuestra presencia es estable y pacífica, podremos ayudar al moribundo a no asustarse y no sufrir tanto. Entonces podremos ayudarle a morir en paz. Cuando realmente entendemos que no hay muerte, sino solo continuidad, podremos ayudarnos a vivir sin miedo y a morir en paz. Así fue como, en el último momento de su vida, Anathapindika recibió el mayor de todos los regalos, el regalo de la ausencia de miedo que le permitió morir tranquila y pacíficamente, sin dolor ni temor. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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