domingo, 15 de septiembre de 2019

VE LO QUE SIEMPRE ESTÁ ALLÍ


TODOS SOMOS CAPACES de nadar desnudos en el océano de conciencia que es el verdadero yo. El verdadero yo no es tu yo. Es aquello dentro de lo cual están tu mente y cuerpo, aquello de lo que no puede prescindir ningún ser vivo, pero que es ilimitado y gracias a Dios existe independientemente de tu esfuerzo. Y digo “gracias a Dios” porque si dependiera de tu esfuerzo para existir, tendrías que hacer uno enorme para establecerlo, para mantenerlo, para asegurarte de que no muriera.

Generalmente, una vez que una persona ha saboreado el néctar de su verdadero ser, se dedica denodadamente a tratar de repetir la experiencia.

El sabor mismo es un misterio al que podemos aplicar muchas teorías metafísicas, pero el misterio rebasa continuamente las teorías. La idea de que la verdad de quien eres puede penetrar en tu conciencia individual, aunque sea durante un instante, y revelar de qué está hecha esta última, al tiempo que sigue siendo independientemente de ella, supone un autentico azote para la mente. A continuación, este se pone a trabajar; trata de recuperar ese momento de admiración absoluta, de conservarlo, de comprenderlo, de servirlo… En general, trata de hacer algo con él. La mente hace muchos intentos de “conservar” lo que está siempre aquí, y estos intentos alimentan la actividad mental que se esfuerza por entender.

Después, un día, la conciencia individual se acaba “…Y después”, como en el chiste, “te mueres”. La posibilidad de que siempre está presente en tu vida es la de dejar de intentar hacer nada por llegar a tu identidad y simplemente descansar en este néctar de pura conciencia que siempre está aquí.

Intentar conservar lo que siempre está aquí es absurdo. Tratar de establecer lo que ya está eternamente establecido es ridículo. Que eso sea imposible es una buena noticia. La mala noticia es que al tratar de conservar lo que ya está permanentemente aquí, pasas trágicamente por alto “la aquí-idad”, la cualidad del aquí. Como basamos nuestra energía y pensamientos en estados de la conciencia individual, pasamos por alto constantemente la verdad de la conciencia sin estados, que siempre está presente.

La conciencia no es un objeto. Es la “aquí-idad” misma. Nuestras mentes suelen participar de un objeto que aparece y desaparece en el aquí, y debido a ello, pasamos por alto la naturaleza del aquí, la “aquí-idad”. La pura conciencia es aquello en lo que aparecen estas palabras, aquello en lo que aparece este libro, aquello en lo que todos los cuerpos aparecen. Irradia todas las palabras y todos los cuerpos, y es consciente de sí misma, y es tú.

En el reconocimiento de ti mismo como pura conciencia, despiertas a ti mismo.

Normalmente, cuando hablamos de consciencia, nos referimos a estados particulares de la conciencia –tomar conciencia de algo o no tomar conciencia de ese algo- más que a la toma de conciencia en sí misma. Por ejemplo, podemos identificar la consciencia enfocada con “tomar conciencia” y la consciencia desenfocada con “no tomar conciencia”. Este “no tomar conciencia” se equipara con lo “no espiritual” o “no despierto”.

Pero la consciencia está plenamente presente en ambos estados. En un estado es diáfana, es consciente del tiempo presente, la atención permanece enfocada. En el otro estado se mantienen difusa, inconsciente del tiempo, y es puramente subjetiva. Cada estado, de toma de conciencia o de no toma de conciencia, es adecuado en ciertas situaciones. Por ejemplo, si estás aprendiendo algo nuevo o realizando una tarea que requiere concentración, focalizar el tema que se ha de aprender o la tarea que se ha de realizar es más apropiado que no tener conciencia de ellos. Por otra parte si necesitas un amplio espacio para reflexionar, como antes de descubrir la solución a un problema o de realizar una obra de arte, es más apropiado no tener ningún objeto en mente. Cuando abrazas a un amante o a un niño es más apropiado estar en un estado intemporal, suspendido. En un ejemplo extremo, el sueño requiere suspender los objetos y tiempo, mientras que conducir un coche exige focalizar los objetos y tiempo.

Las diferentes culturas y subculturas tienden a elevar ciertos estados de conciencia y devaluar otros aparentemente opuestos. Para alguien condicionado por el mundo empresarial, la consciencia focaliza “el mundo real” del tiempo, así como conseguir y conservar objetos. Alguien comprometido con esta visión del mundo puede aparcar su mundo real con fines recreativos, pero tiene claro dónde está la realidad. Asimismo la mayoría de las religiones y movimientos espirituales sitúan la realidad en lo que denominan “cielo”, “nirvana”, “paraíso” o “trascendencia”. Por supuesto, todas las visiones del mundo se superponen, pero se considera que el estado más elevado es la realidad última.

Sin embargo, si dejamos de devaluar un estado frente a otro-aunque sólo sea por un instante-, podemos descubrir que la conciencia misma es continua, y que todos los estados entran y salen de ella. La conciencia no cambia por ningún estado que aparezca en ella.

Ésta es una invitación radical: no trates de alcanzar ningún estado de conciencia, focalizado o difuso, y no trates de evitar ningún estado. Más bien, reconoce lo que siempre está presente. El maravilloso resultado de este reconocimiento es que los estados objetivos se vuelven más diáfanos, los estados subjetivos se suavizan, y se encuentra paz en todos ellos.

Si bien es útil desarrollar tu mente, tu cuerpo y tu profesión, desarrollar la consciencia es un gran error. El desarrollo sólo se produce porque la conciencia ya está aquí. Si orientas tu atención a “desarrollarla” más que a reconocerla, vas a dar vueltas en círculo, tratando de atrapar tu propia cola y buscando lo que sigue estando aquí.

En un momento de sinceridad puedes reconocer ante tí mismo: “¡Vaya!, he vuelto a retomar la búsqueda”. Puedes negar que hayas retomado la búsqueda, puedes justificarlo o puedes parar. En ese momento, puedes dirigir la atención al silencio qué está en el núcleo de cualquier cosa que esté ocurriendo.

Yo te invito a parar. Aquí mismo. Ahora mismo. Para. Busques lo que busques, párate. Trates de alejar lo que trates de alejar, para. Para y ve lo que ya está aquí. Puede parecerte terrorífico, puede parecerte emocionante, puede parecerte anodino, puede parecerte vacío, pero si dejas de intentar alcanzarlo a huir de ello, finalmente no podrás evitar ver qué es.

Uso la palabra “consciencia”, pero si tienes alguna idea de lo que es, deshazte de ella. También podemos usar la palabra “Dios”, pero es confusa porque cada religión y cada individuo le dan un significado distinto.

Independientemente de cómo hayas intentado denominarlo, abandona las palabras que hayas usado y mira qué queda. Ve lo que está brillando aquí, ahora mismo, sin necesidad de nombre ni definición. Por un instante, reconoce no sólo lo que está dentro de ti, sino también aquello dentro de lo cual estás: aquello en lo que naces, en lo que vives, aquello en lo que morirás.

Para ahondar en la indagación, puedes preguntar directamente en tu interior. Puedes plantearte esta pregunta: ¿qué está aquí?

Tómate un momento para aquietarte, para estar aquí, independientemente de lo que esté pasando a través de ti. Reconoce que tú eres la “aquí-idad” a través de la cual está pasando todo. Todos los cambios, vistas, sonidos, olores, emociones, pensamientos, información, sucesos, nacimientos y muertes están pasando por esa quietud siempre-presente que está aquí, ahora, en el núcleo de tu ser.



Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet

sábado, 14 de septiembre de 2019

TIERRA FIRME


CIEGO


Un día, un hombre fue a visitar a un sheij que era pobre y ciego. Quedó muy asombrado al encontrar en su casa un ejemplar del Corán. Se preguntó:

"Este hombre es ciego y no puede leer. ¿Qué puede hacer con el Corán? Si le hago esta pregunta será una falta de respeto."

Ahora bien, sucedió que el sheij le ofreció hospitalidad para unos días. Una noche, nuestro hombre fue despertado por una voz que recitaba el Corán. Al levantarse, descubrió al ciego, con los ojos en el libro, recitando el Corán. Le dijo:

"¿Cómo consigues leer? Veo tu mirada que se desplaza en cada línea que pasa. ¿Las ves realmente?"

El ciego respondió:

"¡Oh, tú, que ignoras todo del cuerpo! ¿Por qué te extraña que Dios pueda permitir una cosa así? Yo he pedido ayuda a Dios para poder leer el Corán, pues tengo mala memoria. Por eso es por lo que, cada vez que abro el Corán, ¡veo en él!"




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

viernes, 13 de septiembre de 2019

SENTIR LOS ELOGIOS, SENTIR LA GLORIFICACIÓN


GANADORES Y PERDEDORES


Cuando un ganador comete un error, dice: "Me equivoqué y aprendí la lección". 
Cuando un perdedor comete un error, dice: "No fue mi culpa", y se la atribuye a otros.

Un ganador sabe que el infortunio es el mejor de los maestros. 
Un perdedor se siente víctima de la adversidad.

Un ganador sabe que el resultado de las cosas depende de él. 
Un perdedor cree que la mala suerte existe.

Un ganador trabaja muy fuerte y se permite más tiempo para si mismo. 
Un perdedor está siempre muy ocupado, y no tiene tiempo ni para los suyos.

Un ganador enfrenta los retos uno a uno.
Un perdedor les da vueltas y vueltas y no se atreve a intentarlo.

Un ganador se compromete, da su palabra y la cumple.
Un perdedor hace promesas, no asegura nada y, cuando falla, sólo se justifica.

Un ganador dice: "Soy bueno, pero voy a ser mejor".
Un perdedor dice: "No soy tan malo como mucha otra gente".

Un ganador escucha, comprende y responde. 
Un perdedor sólo espera hasta que le toque su turno para hablar.

Un ganador respeta a los que saben más que él y trata de aprender de ellos.
Un perdedor se resiste ante los que saben más que él y sólo se fija en sus defectos.

Un ganador se siente responsable por algo más que su trabajo.
Un perdedor no se compromete y siempre dice: "Yo sólo hago mi trabajo".

Un ganador dice: "Debe haber una mejor forma de hacerlo". 
Un perdedor dice: "Esta es la manera en que siempre lo hemos hecho".

Un ganador es parte de la solución. Un perdedor es parte del problema.

Un ganador se fija en toda la pared. 
Un perdedor se fija en el ladrillo que le corresponde poner.

Un ganador, como usted, comparte este mensaje con sus amigos. 
Un perdedor, como los otros, se lo guarda para sí mismo.




Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet

RESPONSABILIDAD/JUSTIFICACIÓN


jueves, 12 de septiembre de 2019

SEMILLAS


PISAR TIERRA FIRME


En nuestra vida cotidiana, el miedo nos lleva a perdernos. 

Nuestro cuerpo está aquí, pero nuestra mente está en otra parte. A veces nos zambullimos en un libro y el libro nos aleja de nuestro cuerpo y de la realidad que nos rodea. Apenas apartamos entonces nuestra mirada del libro, nos vemos arrastrados por las preocupaciones y los miedos. Pero rara vez volvemos a nuestra paz interior, a nuestra claridad y a la naturaleza búdica que late en cada uno de nosotros, para permanecer así en contacto con la Madre Tierra. 

Muchas personas viven olvidadas de su cuerpo y en un mundo imaginario. Tienen tantos planes, tantos miedos, tantas inquietudes y tantos sueños que no pueden vivir en su cuerpo. Mientras sigamos atrapados en el miedo y tratando de escapar de él, no podremos advertir la belleza que la Madre Tierra nos brinda. La plena consciencia nos recuerda la necesidad de estar completamente en contacto con nuestra inspiración y completamente en contacto con nuestra espiración. Vuelve a tu cuerpo y permanece en el presente. Mira a tu alrededor y observa el milagro que se despliega ante ti en el momento presente. La Madre Tierra que te sostiene es poderosa y generosa. Tu cuerpo es extraordinario. Cuando practicas y pisas tierra firme, te enfrentas directamente a tus necesidades y estas empiezan a disiparse. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

miércoles, 11 de septiembre de 2019

¿COMETISTE UN ERROR?


SHEIJ


Había una vez un sheij que era el hombre más ilustrado de la tierra. El pueblo lo consideraba como un profeta. Una mañana, su mujer le dijo:

"¡Tu corazón es tan duro como la roca! ¿Forma parte eso de las reglas de la sabiduría? Todos nuestros hijos han muerto y yo, a fuerza de llorar, me he encorvado como un arco. A ti, nadie te ha visto llorar nunca. ¿No hay lugar en tu corazón para la piedad? Nosotros estamos ligados a ti y te servimos día y noche, pero ¿qué podemos esperar de alguien que no conoce la piedad? ¿A qué llaman sheij ? A un anciano de pelo y barba blancos. Sabe que el verdadero sheij no tiene ni siquiera asomo de existencia. El que no tiene pretensión alguna de existencia, sea su pelo negro o blanco, ¡ése es un sheij! ¡No olvides que Jesús habló en su cuna!"

El sheij respondió:

"Te engañas si crees que no existe piedad ni ternura en mi corazón. Siento piedad por los infieles que se exponen al infierno con sus horribles blasfemias. Cuando un perro me muerde, pido a Dios que le conceda un carácter más apacible, pues si mordiese a algún otro, correría el riesgo de ser lapidado."

La mujer replicó:

"Si realmente sientes esa ternura por el universo entero, ¿por qué no hay rastro de lágrimas en tus ojos cuando el destino nos ha quitado a nuestros hijos?"

El sheij respondió:

"Muertos o vivos, nunca desaparecerán de mi corazón. ¿Por qué habría de llorar si los veo sin cesar, ahí, ante nosotros? No se llora a alguien sino cuando uno está separado de él." Otro día, un hombre llamado Behlul preguntó a ese mismo sheij:

"Dime cómo estás. ¿En qué estado te encuentras?"

El respondió:

"Todos los viajeros soportan Su voluntad y los ríos fluyen en el sentido que El les ordena. La vida y la muerte van adonde El quiere. Algunos reciben mensajes de pésame y otros felicitaciones. ¡Nadie puede sonreír si El no ha dado la orden!"

Behlul dijo entonces:

"Es verdad lo que dices y tienes cien mil veces razón. Pero explícame eso algo más claramente para que tanto el ignorante como el sabio puedan aprovechar tu sabiduría. ¡Prepáranos un festín de platos variados para que todos puedan comer lo que les conviene!"

El sheij:

"Todos saben que nada ni nadie puede hacer cosa alguna sin la voluntad de Dios. Ni siquiera la hoja del árbol. Y Sus órdenes son muy numerosas y nadie puede contarlas pues ¿quién podría contar las hojas de un árbol? Lo infinito no puede ser delimitado por las palabras. Los decretos de Dios encuentran aceptación entre Sus criaturas. Cuando la criatura se somete a la voluntad de Dios, la vida y la muerte le parecen iguales. Su vida no está volcada hacia el lucro, sino hacia Dios. Su muerte no es causada por las enfermedades o las pruebas, sino por Dios. Su fe no se dirige a las huríes y al paraíso, sino a Dios.

Renuncia a la blasfemia, no por temor al infierno, sino por temor de Dios. Eso está en su naturaleza. No es algo que haya adquirido por su esfuerzo o por la práctica del ascetismo. Ríe sólo cuando comprueba que Dios la ha aceptado. Para ella, el destino es una golosina. Si un servidor de Dios es de tal naturaleza, ¿porqué habría de decir: "¡Oh, Dios mío! ¡Cambia mi destino!""

Porque sabía que la muerte de sus hijos había sido querida por Dios es por lo que esta muerte le era tan dulce como los kadaifs (pastelería oriental).


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...