martes, 27 de agosto de 2019

EL MAESTRO DE ESCUELA


La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más que un ala: la de la intuición.

Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:

"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."

Uno de los alumnos propuso su idea:

"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida!

¡Sin duda tiene fiebre!" Seguro que estas palabras tendrán su efecto sobre él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido."

A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:

"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"

Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.

Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.

El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía:

"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro..."

Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:

"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"

El maestro de escuela replicó:

"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."

La mujer le dijo:

"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!

-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía. Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.

-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco ser tratada así.

-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré mejor si me acuesto."

La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:

"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."

Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:

"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."

Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:

"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."

Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:

"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."

Las madres dijeron entonces:

"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"

Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:

"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"

El maestro replicó:

"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

BRECHAS


domingo, 25 de agosto de 2019

EL TESORO


En la época del profeta David, un hombre dirigía a Dios esta especie de plegaria:

"¡Oh, Señor! Procúrame tesoros sin que tenga yo que cansarme. ¿No eres Tú quien me ha creado, tan perezoso y tan débil? Es normal que no se cargue del mismo modo un asno débil y un caballo lleno de vigor. ¡Yo soy perezoso, es verdad, pero no por eso dejo de dormir bajo tu sombra!"

Así rezaba desde la mañana hasta la noche y sus vecinos se burlaban de él. Algunos de ellos le reprendían y otros lo ridiculizaban diciendo:

"El tesoro que llamas con tus deseos no está lejos. Ve a buscarlo. ¡Está allá abajo!"

La celebridad de nuestro hombre crecía de día en día por el país. Ahora bien, un día en el que rezaba en su casa, una vaca desmandada destrozó su puerta con los cuernos y penetró sin ceremonias en su morada.

El hombre se apoderó de ella, le ató las patas y, sin dudar un segundo, la degolló. Después fue corriendo a la carnicería para que el carnicero descuartizase su víctima.

En su camino se cruzó con el propietario de la vaca. Este lo apostrofó:

"¿Cómo te has atrevido a degollar mi vaca? ¡Me has causado un considerable perjuicio!"

El otro respondió:

"¡He implorado a Dios para que provea a mi subsistencia! He rezado día y noche y, finalmente, mi plegaria ha sido oída y mi subsistencia se ha presentado a mí. ¡Esta es mi respuesta!"

El propietario lo agarró del cuello y le asestó dos bofetadas. Después lo arrastró a casa del profeta David diciendo:

"¡Pedazo de idiota! ¡Voy a enseñarte el sentido de tus plegarias!"

El otro insistía diciendo:

"Sin embargo es verdad. ¡He rezado mucho y Dios me ha escuchado!"

El propietario de la vaca amotinó a la población con sus gritos:

"¡Venid todos a admirar al que pretende apropiarse de mis bienes por la oración! ¡Si las cosas pasaran así, todos los mendigos serían ricos!"

La gente que se reunía alrededor de ellos empezó a darle la razón.

"¡Es cierto lo que dices! Los bienes se compran o se regalan. También se obtienen por herencia. Pero ningún libro menciona este procedimiento de adquisición."

Hubo muchos comentarios en la ciudad acerca de este suceso.

En cuanto al pobre, se mantenía con la cara contra el suelo, y rezaba a Dios en estos términos:

"¡Oh, Dios mío! No me dejes así, en medio de la multitud, cubierto de vergüenza. ¡Tú sabes que no he dejado de dirigirte mis oraciones!"

Llegaron finalmente a casa del profeta David y el demandante tomó la palabra:

"¡Oh, profeta! ¡Hazme justicia! Mi vaca ha entrado en la casa de este imbécil y él la ha degollado.

Pregúntale por qué se ha permitido obrar así."

El profeta se volvió entonces hacia el acusado para pedirle sus explicaciones. Este respondió:

"¡Oh, David! Desde hace siete años, rezo a Dios día y noche. Le pido que provea a mi subsistencia sin que yo tenga que preocuparme de ella. Este hecho es conocido por todos, incluso por los niños de esta ciudad. Todo el mundo ha oído mis plegarias y todos se han burlado de mí sobre este tema. Ahora bien, esta mañana, cuando rezaba, con los ojos llenos de lágrimas, va esta vaca y penetra en mi casa. No ha sido ciertamente el hambre lo que me ha impulsado, sino más bien la alegría de ver mis plegarias escuchadas. Y así, he degollado esta vaca dando gracias a Dios."

El profeta David dijo entonces:

"¡Lo que me dices es una insensatez! Porque semejantes asertos necesitan ser apoyados con pruebas aceptables ante la ley. Me es imposible darte la razón y establecer así un precedente. ¿Cómo puedes pretender apropiarte de algo sin haberlo heredado? Nadie puede cosechar si antes no ha sembrado. ¡Anda!

Reembolsa a este hombre. Si no tienes el dinero necesario, ¡pide prestado!"

El acusado se rebeló:

"¡Así que también tú te pones a hablar como este verdugo!"

Se prosternó y dijo:

"¡Oh, Dios mío! Tú que conoces todos los secretos. Inspira el corazón de David. ¡Pues los favores que me has concedido no existen en su corazón!"

Estas palabras y estas lágrimas conmovieron el corazón de David. Se dirigió al demandante:

"Dame un día de plazo para que yo pueda retirarme a meditar. Para que El que conoce todos los secretos me inspire en mis plegarias."

Así David se retiró a un lugar apartado y sus oraciones fueron aceptadas. Dios le reveló la verdad y le señaló al verdadero culpable.

Al día siguiente, el demandante y el acusado se presentaron de nuevo ante el profeta David. Como el demandante no hacía sino quejarse más, David le dijo:

"¡Cállate! Permanece mudo y considera que este hombre tenía derecho a apoderarse de tu vaca. Dios ha protegido tu secreto. A cambio, acepta tú sacrificar tu vaca."

El demandante se ofuscó:

"¿Qué clase de justicia es ésta? ¿Empiezas a aplicar una nueva ley? ¿No eres célebre por la excelencia de tu justicia?"

La morada de David quedó transformada así en un lugar de revuelta. El profeta dijo al demandante:

"¡Oh, hombre testarudo! ¡Cállate y da todo lo que posees a este hombre. Yo te lo digo, no seas ingrato o caerás en una situación aún peor. Y tus fechorías saldrán a la luz pública."

El demandante se encolerizó y desgarró sus vestiduras:

"¿No eres más bien tú el que me tortura?"

David intentó, en vano, razonar con él. Después le dijo:

"Tus hijos y tu mujer se convertirán en esclavos de este hombre."

Aquello no hizo sino aumentar el furor del propietario. No era, por otra parte, el único en estar indignado pues la concurrencia, ignorante de los secretos del desconocido, tomaba partido por el demandante.

El pueblo remata al ajusticiado y adora a su verdugo.

La gente dijo a David:

"Tú, que eres el elegido del Misericordioso, ¿cómo puedes obrar así? ¿Por qué ese juicio sobre un inocente?"

David respondió:

"¡Oh, amigos míos! Ha llegado el momento de desvelar unos secretos ocultos hasta hoy. Pero, para eso, es preciso que me acompañéis al exterior de la ciudad. Allí, en el prado, encontraremos un gran árbol cuyas raíces conservan olor de sangre. Pues este hombre que se queja es un asesino. Mató a su amo cuando sólo era un esclavo y se apropió de todos sus bienes. Y el hombre al que acusa no es otro que el hijo de su amo. Este último no era más que un niño en la época de los hechos que cuento y la sabiduría de Dios había ocultado este secreto hasta hoy. Pero este hombre es ingrato. No ha dado gracias a Dios. No ha protegido a los hijos del muerto. ¡Y he aquí que este maldito, por una vaca, hiere de nuevo al hijo de su amo! Ha desgarrado con sus propias manos el velo que ocultaba sus pecados. Las fechorías están escondidas en el secreto del alma, pero es el malhechor mismo quien las revela al pueblo."

David, acompañado del gentío, salió de la ciudad. Llegados al lugar que había indicado, dijo al demandante:

"En adelante, tu mujer que era la criada de tu amo, todos tus hijos nacidos de ella y de ti, son la herencia de este hombre. Todo cuanto has ganado le pertenece porque tú eres su esclavo. Tú has querido que la ley se aplicara pues bien, ¡he aquí la ley! Tú mataste a su padre de una cuchillada y si se cava aquí se encontrará un cuchillo con tu nombre grabado en él."

La gente se puso a excavar y se encontró, efectivamente, el cuchillo, así como un esqueleto. La multitud dijo entonces al pobre:

"¡Oh, tú, que reclamabas justicia con tus deseos, ya ha llegado tu hora!"

El que demanda por una vaca es tu ego. Pretende ser el amo. El que ha degollado la vaca es tu razón. Si deseas también tú ganar sin esfuerzo tu subsistencia, necesitas degollar esta vaca.




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

LO QUE SE HA IDO


viernes, 23 de agosto de 2019

LA FIDELIDAD MASCULINA: ¿UTOPÍA O REALIDAD?


1. Algunas comparaciones hombre-mujer

Aunque no son mayoría, es posible encontrar hombres fieles, es decir, varones con una fuerte convicción hacia la monogamia y un firme dominio sobre sus más recónditos y elementales impulsos. La fidelidad, tal como he dicho en otros escritos, no es ausencia de deseo sino autocontrol y evitación a tiempo. La lealtad en el varón, más que por un estado natural de rectitud hacia la mujer amada, está determinada por su fuerza de voluntad y el imperturbable propósito racional de evitar el engaño: "Quiero mantener mi relación", "No me interesa destruir lo que tengo", "Quiero darle el regalo de la exclusividad a la mujer que amo", y valoraciones por el estilo.

Si consideramos la innegable vulnerabilidad sexual masculina a la promiscuidad y las tentaciones de la civilización moderna, el esfuerzo del varón por mantenerse fiel requiere además de autobservación sostenida, metas a corto plazo de esas que recomiendan Alcohólicos Anónimos, por ejemplo: "Hoy no voy a delinquir". En cambio, la fidelidad femenina no suele necesitar de tanto monitoreo, a no ser que la susodicha entre en desamor. Si la mujer empieza a dudar del amor que siente por el marido o el novio, y alguien interesante para ella le pisa los talones, entonces la cosa se pone grave. Aquí, el autocontrol requerido para mantenerse en el terreno de la fidelidad, mínimamente, es el de un faquir experimentado: el afecto empuja tanto o más que el sexo.

Por lo general, las causas psicológicas de infidelidad son tres: desamor, insatisfacción sexual o aburrimiento. Si a una relación de pareja coja llega una tercera persona que aporta amor renovado, sexo apasionado y/o entretenimiento variado y sugestivo, la cuestión se complica y la incómoda cornamenta es casi que inevitable. Las tres razones expuestas se ordenan distinto en mujeres y en hombres. En las primeras, las prioridades para la infidelidad son: desamor; aburrimiento e insatisfacción sexual. En los segundos, el orden es distinto: insatisfacción sexual, desamor y aburrimiento.

Las estadísticas en América Latina muestran que, en el tema de la infidelidad, los hombres y las mujeres diferimos en algunos puntos. Los varones somos tres veces más infieles que las mujeres. Sin embargo, los hombres somos más confiados: siempre crecemos que a nosotros no nos van a, o no nos pueden engañar. Mientras la mitad de las mujeres piensan que sus maridos le son infieles (y con razón), el 80% de los varones creemos en la fidelidad de nuestras mujeres (yo diría que ingenuamente si consideramos que una de cada tres mujeres reconoce ser infiel). Desde mi experiencia profesional, diría que la diferencia fundamental entre la infidelidad masculina y la femenina, además de la mayor frecuencia en los hombres, está en que los varones son menos conscientes de la infidelidad de sus parejas que las mujeres, o al menos hacen como el avestruz. Es posible que ésa sea la razón por la cual casi siempre se enteran mucho después, o de últimos. Dicho de otra forma, aunque haya más hombres infieles, la mayoría de los varones que son engañados por sus mujeres no tiene idea de lo que está ocurriendo y pondría las manos sobre el fuego por ellas. La quemadura podría ser de quinto grado.

Cuando la mujer decide ser adúltera, la acción delictiva se aproxima al crimen perfecto. Debido a que el costo social de la infidelidad femenina es considerablemente más grande que el del hombre, y es posible que también debido a una meticulosidad y astucia natural femenina, pillarla es muy difícil; a no ser que sufra de enamoramiento crónico y la activación bioquímica la lleve al descuido. Pero en general, a ellas casi no se les nota y el cuerpo del delito suele permanecer bastante oculto. En cambio, la habilidad de engañar sin ser visto en el varón, deja mucho que desear. Las pistas suelen ser tan evidentes que hasta Mr. Magoo en persona las detectaría. A veces, la evidencia en contra es tan apabullante que el infractor parecería haberlo hecho a propósito. Una de las explicaciones psicológicas que se da a este lapsus iflfractoris es el de las ganancias secundarias. Cuando el varón es absurda e ingenuamente descubierto, pueden ocurrir al menos dos beneficios básicos: a) reafirmar su machismo mostrándole a la mujer que aún cotiza, y/o b) eliminar la culpa y el peso de ser infiel ("Ayúdame a salir de ésta"). La primera es una manera estúpida de recordarle a la esposa quién es quién, y la segunda una forma de redimirse ante la humanidad.

Por lo general, la mayoría de las personas, hombres y mujeres, perdona la infidelidad de sus parejas y casi siempre les conceden otra oportunidad. No obstante, en muchos casos "la última oportunidad" se convierte en costumbre, y es entonces cuando comenzamos a negociar con los principios. Una de mis pacientes prefería compartir su marido con otra, a perderlo y quedarse sola. El  esposo, haciendo gala de una extraña forma de honestidad, le contaba con lujo de detalles todo lo que hacía con la otra mujer, mientras ella se limitaba a "comprenderlo" y a esperar que algún día cayera en cuenta de su error. En otro caso, igualmente dramático, un hombre ya mayor llevaba dos años aceptando que su mujer tuviera un amante, para evitar el costo social de la separación y que sus hijos sufrieran con la noticia.

Aunque no nos guste y estemos en desacuerdo, mientras los hombres sigamos ciegamente el mandato sexual, y las mujeres sigan encontrando el insoportable vacío afectivo de un varón ausente, seremos legal y aparentemente monogámicos y en secreto, poligámicos.




Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

ENTREGADOS A LA CRISIS


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