jueves, 17 de enero de 2019

EL REY DE LOS MONOS


Cuando el rey de los monos se enteró de dónde moraba el Buda predicando la Enseñanza, corrió hacia él y le dijo: 

--Señor, me extraña que siendo yo el rey de los monos no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme. 

Soy el rey de millares de monos. 

Tengo un gran poder. 

El Buda guardó el noble silencio. 

Sonreía. El rey de los monos se mostraba descaradamente arrogante y fatuo. 

--No lo dudéis, señor -agregó-, soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Por eso soy el rey de los monos. Si no lo creéis, ponedme a prueba. No hay nada que no pueda hacer. Si lo deseáis, viajaré al fin del mundo para demostrároslo. 

El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. El rey de los monos añadió: 

--Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré de nuevo hasta vos. 

Y partió. Días y días de viaje. 

Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que se encontró con cinco columnas y, allende las mismas, sólo un inmenso abismo. Se dijo a sí mismo: “No cabe duda, he aquí el fin del mundo”. Entonces dio comienzo al regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles... Por fin, llegó de nuevo a su lugar de partida y se encontró frente al Buda. 

--Ya me tienes aquí -dijo arrogante-. Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capacitado. Por este motivo soy el rey indiscutible de los monos. 

El Buda se limitó a decir: 

--Mira dónde te encuentras. 

El rey de los monos, estupefacto, se dio entonces plena cuenta de que estaba en medio de la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de la misma. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado. 

***

El Maestro dice: ¿Adónde pueden conducirte tu engreimiento y fatuidad que no sea al abismo?



Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

VIVIR EN EL MUNDO REAL


martes, 15 de enero de 2019

DESILUSIÓN DIVINA


OTRO NUDO QUE DEBEMOS soltar en la investigación espiritual es el del hábito de buscar la verdad, la perfección o la realización fuera de nosotros mismos. Es importante entender cómo se produce esto para poder deshacer algo tan apretado.

Hay un momento maravillosamente sorprendente e importante en el curso de tu vida en el que reconoces los hábitos, adicciones, egoísmo y sufrimiento que identificas contigo mismo. Junto con el shock espiritual que produce este reconocimiento, a menudo surge un deseo de encontrar aquello que es verdadero, real, puro, santo y libre. Como te has identificado con la negatividad y el horror, la búsqueda de lo que es puro y sagrado empieza “ahí fuera”.

Tenemos muchos ejemplos reveladores de este “ahí fuera”. A lo largo de la historia hemos tenido eruditos, santos, mesías, hombres y mujeres sabios en cuya vida podemos mirar y, a continuación, decir: “Ah, ahí está. Ellos no tienen. ¿Cómo puedo conseguirlo? ¿Por qué no puedo llegar al mismo lugar?”. Así, nos enfrascamos en arreglar lo que ahora percibimos como desagradable y limitado de nosotros con el fin de llegar a ser puros y santos. Luchamos por esa imagen pura y Santa, nos esforzamos por conseguirla, sentimos que estamos progresando o nos descubrimos perdiendo terreno.

Finalmente, se produce otra gran conmoción espiritual, a la que llamo “la gran desilusión”. Ocurre cuando tomas conciencia de que todo el trabajo realizado -todos los intentos de arreglar tu carácter, personalidad, hábitos y adicciones- sigue sin salvar esa aparente brecha de separación entre quién crees ser y lo que imaginas que es la perfección. Esta decepción da lugar a un anhelo espiritual, a veces denominado el anhelo del alma por Dios.

Comprendes que todos tus logros no logran remediar la profundidad de ese anhelo. Esta comprensión es crucial: reconoces que nunca conseguirás hacerlo tú mismo porque no tienes el poder, y tampoco sabes por dónde empezar.

Hay muchas, muchas vías que te alejan de este momento y te acercan al modo de salvar la brecha de la aparente separación. Pero, en lugar de seguir ninguna de ellas, yo te invito mostrarte ante la espada de doble filo de la desilusión y el anhelo. Deja que esta espada atraviese tu sentido de separación. Niégate a tomar cualquier atajo de comodidad, esperanza o creencia. Afronta la espada; deja que, hundiéndose en tu corazón, lo abra.

Cuando aparezca este anhelo, sumérgete directamente en él: no en alguna historia sobre cómo salir de él, sino directamente en el corazón del anhelo mismo. La desilusión es una invitación directa a aquello que has estado anhelando. Es raro que alguien acepte esta invitación. Debes estar dispuesto a soportar la incomodidad de la desilusión, a no dramatizar ni negar el anhelo, y a experimentarlo hasta el final. En esta experimentación radical es donde la aventura es más relevante. Al no alejarte en absoluto del dolor de esta decepción espiritual, puedes por fin vislumbrar lo que está aquí, quien eres realmente.

Estar dispuesto a recibir lo que ya está en el núcleo de tu ser es estar dispuesto a no huir de tu anhelo, a descubrir la fuente del anhelo ahora mismo, dentro de ti. En este caso descubres que el anhelo mismo te lleva a tu propio núcleo, donde se revela que la verdadera paz y perfección no están separadas de quien eres.


Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet

VARONES Y SUS EMOCIONES


lunes, 14 de enero de 2019

AL RESCATE DE LA AMISTAD MASCULINA


3. Al rescate de la amistad masculina: cuando el varón quiere al varón.

Desde el punto de vista terapéutico, es más fácil lograr que un varón exprese sus emociones a una mujer, que a un hombre. Expresar amor a otro varón es, definitivamente, una terrible amenaza para el ego masculino; y no me estoy refiriendo a otra cosa que a la pura y sencilla amistad, libre de toda connotación homosexual, viva o latente. Además del miedo típico "a que me gusten los hombres", la razón más común del freno emocional intermasculino es el miedo a la burla y a la crítica de otros hombres, es decir, a perder estatus. Los hombres somos muy severos con aquellos varones que expresan afecto de una manera demasiado efusiva.

Para un varón reprimido y duro, la exteriorización masculina del cariño es insoportable, le produce fastidio e incomodidad porque cuestiona y remueve las represiones más escondidas. Dicho de otra forma: para un varón emocionalmente constipado no hay nada peor que un varón emocionalmente liberado. Le crispa los nervios. En las terapias de grupo de hombres, más de la mitad escapan escandalizados cuando deben abrazar y acariciar a sus compañeros. A veces, la deserción ocurre simplemente porque deben comunicar sus estados internos a otros varones. Estamos tan acostumbrados a que nos oigan las mujeres, que cuando un varón nos abre el corazón, nos asustamos.

La posibilidad de comunicarse con otros hombres y compartir las experiencias masculinas afectivas, o de otro orden, es de una riqueza psicológica invaluable. Compartir las vivencias desde y hacia la masculinidad es una manera de incrementar el autoconocimiento y el crecimiento personal, no hacerlo es un desperdicio. Recuerdo que cerca de mi casa había un parque donde se reunían grupos de hombres mayores, ya jubilados, para conversar y tomar el sol. Para nosotros los jóvenes, presenciar esas reuniones era como un bachillerato acelerado, sin exámenes y sin censura de ningún tipo. Un laboratorio vivencial donde se reproducía la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil española, las mejores cátedras de anatomía femenina, el problema económico del país, el fútbol, algo de ajedrez y los insultos al gobierno. Con una facilidad increíble, todo se convertía en polémico, nadie escuchaba a nadie y todos hablaban al mismo tiempo: un costurero masculino. Ese lenguaje hubiera sido chino para cualquier mujer. Pero detrás de ese "ruido", aparentemente carente de significado, se escondía el dialecto de la camaradería, el sentido de pertenencia a un club "sólo para hombres" y un espacio masculino que se hacía extensivo a la cancha de bochas, al billar o al bar de la esquina. Allí aprendíamos a jugar cartas, dados y dominó. También aprendíamos el sutil arte de hacer trampas inofensivas, a poner apodos y a cultivar una amistad que perduraría por años. Más allá de la competencia y las disputas, había un lugar donde podíamos reír del mismo chiste sin traducciones, y burlarnos de las mismas cosas sin disculparnos. Por desgracia, se han perdido la filosofía del café y la pasión que debe acompañar toda buena conversación. Cada día somos más tímidos y cada día nos aislamos más. Es tragicómico ver cómo el alcohol logra lo que ninguna terapia es capaz de hacer. Bajo los efectos "embellecedores" de la bebida, los más rudos exponentes de la insensibilidad masculina se vuelven empalagosamente dulces e insoportablemente afectuosos, sobre todo con amigos hombres (con las mujeres la cosa es más sexual): cariños y expresiones efusivas acompañan a un "varón tomado", artificialmente liberado y descontrolado. Ya en la madrugada, algunos hasta lloran.

Conmoverse por el sufrimiento de un amigo, ayudarlo, jugársela por él, abrazarlo, expresarle amor incondicional, carcajearse y hablar, no ya de "hombre a hombre" sino de amigo a amigo, es desmontar gran parte del sofocante hipercontrol racional al que estamos acostumbrados. Los amigos posibilitan el diálogo, el chisme interior, la locura que no se permite en casa, el cuento mal contado y el secreto mal habido. Es una de las mejores maneras de desagotar la represa emocional. Con el tiempo, uno descubre que la ternura y el cariño compartido entre varones se vuelve tan natural como el juego entre dos cachorros. El hombre debe volver al hombre. Y no lo diga de manera discriminatoria sino complementaria, porque en la medida que el varón pierda el miedo al afecto masculino, se acercará más tranquilamente al amor femenino.


Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

EXPERIMENTACIÓN


domingo, 13 de enero de 2019

EL HOMBRE MÁS VIEJO DEL MUNDO

Era verano, era el tiempo de la subienda de los peces, y hacía ciento veinticinco veranos que don Francisco Barriosnuevo estaba allí. 

—El es un comeaños —dijo la vecina—. Más viejo que las tortugas. 

La vecina raspaba a cuchillo las escamas de un pescado. Don Francisco bebía un jugo de guayaba. Gustavo, el periodista que había venido de lejos, le hacía preguntas al oído. 

Mundo quieto, aire quieto. En el pueblo de Majagual, un caserío perdido en los pantanos, todos los demás estaban durmiendo la siesta. 

El periodista le preguntó por su primer amor. Tuvo que repetir la pregunta varias veces, primer amor, primer amor, PRIMER AMOR. El matusalén se empujaba la oreja con la mano: 

—¿Cómo? ¿Cómo dice? 

Y por fin: 

—Ah, sí. 

Balanceándose en la mecedora, frunció las cejas, cerró los ojos: 

—Mi primer amor... 

El periodista esperó. Esperó mientras viajaba la memoria, destartalado barquito, y la memoria tropezaba, se hundía, se perdía. Era una navegación de más de un siglo, y en las aguas de la memoria había mucho barro, mucha piedra, mucha niebla. Don Francisco iba en busca de su primera vez, y la cara se le contraía como un puño. 

El periodista desvió la mirada, cuando descubrió que las lágrimas estaban mojando los surcos de esa cara estrujada. Y entonces don Francisco clavó en la tierra su bastón de cañabrava y empuñando el bastón se alzó de su asiento, se irguió como gallo y gritó: ¡Isabel!, gritó: 

—¡Isabeeeeeeel!.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano

Fotografía de internet
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