martes, 2 de octubre de 2018

ACEPTAR QUE NO PUEDO ACEPTARLO


EL MIEDO AL FRACASO


Aunque las fragilidades psicológicas masculinas podrían llenar varios tomos de una enciclopedia (ellas irán apareciendo a lo largo del presente texto), aquí sólo señalaré tres miedos básicos, por lo general encubiertos por el ego, comunes a casi todas las culturas, altamente dañinos y mortificantes para aquellos varones que aún se empecinan en ser duros, intrépidos y osados. 

Éstos son: 1) el miedo al miedo, 2) el miedo a estar afectivamente solo y 3) el miedo al fracaso.

Veamos cada uno en detalle.

3. El miedo al fracaso

Para cualquier varón normal educado en este planeta, la competencia forma parte de su itinerario cotidiano. Ya sea como desafío y reto, o como idoneidad y suficiencia, el hombre típico se halla atrapado entre estos significados básicos de "poder", que definen una buena parte de su existencia.

El valor de la dominancia es un principio rector que ha acompañado al sexo masculino durante toda la evolución. La sentencia es indiscutible: cuanto más poderoso sea un macho, más privilegios tendrá para la supervivencia personal. El dominio sobre los demás miembros garantiza, entre otras prerrogativas, la alimentación, el respeto y un harén considerable de hembras que envidiaría cualquier sultán. Además, quien ostenta el poder también genera un sentido de protección y seguridad en sus subalternos y en el grupo de referencia inmediato. Por tal razón, el dominador suele ser el más apetecido y deseado, tanto por un sexo como por el otro.

La atracción positiva que el prestigio del macho produce en las hembras es un factor que se repite constantemente en el mundo animal, y no sólo en las especies más avanzadas como los primates, sino también en los niveles más inferiores de la escala zoológica. En una investigación realizada con hamsters sirios a finales de los años ochenta y publicada por Hormones and Beliavior, los investigadores compararon qué tanto influía el nivel de dominancia jerárquica de los machos en la elección que las hembras hacían a la hora de copular. Cuando las inquietas ratonas tenían que decidir entra ratones "subordinados" o ratones "dominantes", no dudaban mucho: todas elegían sin pestañear al de más poderío, es decir, al que obedecían los otros, al "macho de la tropa". Lo interesante era que las hembras no tenían forma de saber cuál era cuál a simple vista. Como los ratones permanecían atados, no tenían manera de hacer alarde de nada. No había manera de mostrar los arrebatos agresivos territoriales que caracterizan al macho alfa, como morder o reducir físicamente a los competidores. No obstante, pese al aparente vacío informacional que rodeaba la situación, todas las participantes, sin pudor de ningún tipo, decidieron copular con el mandamás.

¿Cómo sabían quién era quién? Muy sencillo y complejo a la vez: un indicador hormonal de encumbramiento y potestad, patrocinado por la naturaleza, guiaba el olfato de las pequeñas ratoncitas hacia el ratón de sus sueños. Los machos dominantes emanaban una feromona específica que no poseían los subordinados. Vale la pena resaltar que las diminutas hembras sirias no tenían un pelo de tontas; además de las reconocidas ventajas de estar con el "dueño del balón", existía una diferencia fundamental en la potencia reproductora: mientras los ratones dominantes mostraban cuarenta penetraciones en media hora, los subordinados sólo alcanzaban un deprimente promedio de dos. Esta pronunciada preferencia femenina por los machos de rango superior ocurre desde la langosta y los escarabajos hasta los chimpacés, pasando por el ganado y los ciervos. Un apoyo filogenético a la famosa aseveración de Kissinger: "El poder es el mayor de los afrodisiacos".

En los humanos, la relación dominancia masculinaatracción femenina también parece estar presente, aunque de una manera más refinada. Algunas encuestas (véase Gallup, 1993) arrojan datos en verdad preocupantes para los hombres que quieren sacudirse el papel de abastecedores. En los Estados Unidos (paradójicamente, cuna del movimiento de liberación femenina), la mitad de las mujeres prefieren que el hombre siga haciéndose cargo de las funciones de mando, tanto a nivel laboral como en casa. Ser proveedor no es la vocación más sentida por la mitad de las mujeres.
Día a día, la compulsiva necesidad de escalar nos impulsa una y otra vez. Necesitamos ser exitosos, como la mujer necesita ser bella para poder competir. Un hombre "mantenido" es mucho más horrible que una mujer muy fea. Un varón poco ambicioso y sin "espíritu de progreso", es definitivamente insulso. Cuando por falta de ambición en el varón, la mujer se ve obligada a asumir el liderato económico, las consecuencias afectivas para la pareja pueden ser mortales. Una estocada directa al corazón. La autoestima del varón entra a tambalear y la admiración, uno de los principales motores donde se fundamenta el amor femenino, deja de funcionar; cuando esto ocurre, el desplome sólo es cuestión de tiempo. Convivir con un alcohólico es aterrador, ni qué hablar con un mujeriego crónico, pero con un hombre que sea"poquito", es imposible. 
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