domingo, 11 de marzo de 2018

LA GUERRA


Yo aprendí la guerra de España, veinte años después de la derrota, en Montevideo: en las vinerías, donde los vencidos cantaban, abrazados, sus canciones de las trincheras, y en los cafés, donde se peleaban como si la guerra estuviera ocurriendo. 

Uno de los exiliados, Abraham Guillén, me contaba la guerra en su casa, a la hora del desayuno. El me hablaba del marco geo-político y de las contradicciones tácticas y estratégicas del frente republicano. Después, las batallas ocurrían sobre el mantel. 

Las cucharitas, el azucarero y las tazas de café con leche señalaban las posiciones de los milicianos y las tropas de Franco. Inclinando un cuchillo, Abraham disparaba, y el cañonazo volteaba el tarro de mermelada, rojo de sangre. Los tanques, los vasos, avanzaban rodando y aplastaban las tostadas. Las tostadas crujían. Los aviones de Hitler arrojaban naranjas y panes que estremecían la mesa y provocaban tremendo desparramo entre los escarbadientes, que eran la infantería. Yo escuchaba los truenos de las bombas, la tormenta de la metralla y los aullidos de las víctimas. 

Desde la puerta de la cocina, la mujer de Abraham se secaba las manos con un repasador. Mirando aquella mesa sembrada de cadáveres, meneaba la cabeza y susurraba: 

—Pobrecillos. Pobrecillos.

EMOCIONES NEGATIVAS


sábado, 10 de marzo de 2018

DURMIENDO


ARGUMENTUM AD HOMINEN


Esta guerra psicológica por tener el control e imponer la soberanía personal a cualquier coste se sustenta en cuatro esquemas altamente nocivos y disfuncionales: inculpación: «Muerte al vil villano»; prerrogativa: «Debes tratarme siempre como yo quiero»; Argumentum ad hominen; y el arte de convencer al súbdito.

ARGUMENTUM AD HOMINEN

Esta falacia o distorsión de la información consiste en negar la fuerza lógica de un argumento injuriando a quien lo expone para que la conducta del opositor, o su manera de ser, desvirtúe sus ideas. 

Cuando era estudiante, le comenté a un profesor que no creía en la validez de una de sus teorías psicológicas y le expliqué por qué pensaba de ese modo. El hombre se indignó muchísimo. Su respuesta se tiñó con el argumentun ad hominen: no se molestó en discutir mis opiniones sino en hacer interpretaciones sobre mi persona: «Usted se resiste... Habría que analizar su pasado para ver qué le ocurrió realmente en la infancia para que ahora muestre semejante negación...» En otras palabras, no estar de acuerdo con tal o cual teoría me ubicaba automáticamente del lado de los traumatizados o los enfermos. 

La premisa autoritaria es en definitiva irracional: «Si me caes mal o pones en peligro alguno de mis privilegios o valores, todo lo que digas será considerado estúpido o peligroso. Pero si me caes bien, si no eres amenazante para mi statu quo o mis creencias, todo lo que digas será tomado positivamente.» En conclusión, cuando se rechaza una tesis no por lo que se dice sino por quién lo dice, estamos siendo dogmáticos y autoritarios.
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