sábado, 13 de enero de 2018

CREO EN LOS LIBROS, NO EN LOS PROFESORES


Cuando era estudiante universitario, nunca asistía a las clases de mis profesores. Desde luego, se sentían ofendidos. Un día el decano de mi facultad me llamó y me dijo: ¿Por qué ha venido a la universidad? Nunca lo vemos, nunca asiste a las clases. Recuerde: cuando llegue la hora de los exámenes, no nos solicite una certificación de asistencia, pues para acceder a los exámenes tiene que poder demostrar una asistencia de al menos setenta y cinco por ciento. 

Entonces tomé al viejo de la mano y le dije: Venga conmigo, quiero mostrarle dónde he estado y por qué vine a la universidad. El hombre tenía un poco de miedo, pues no sabía a dónde lo llevaba ni por qué. Además, se sabía que yo era un tanto excéntrico. Me preguntó: ¿A dónde me está llevando?‘ 

Le contesté: Le demostraré que tiene que certificarme el ciento por ciento de asistencia. Venga conmigo‘. Lo llevé a la biblioteca y le dije al bibliotecario: Cuéntele a este señor: ¿ha habido un solo día en que no haya estado yo en la biblioteca?‘ Y en bibliotecario respondió: 

Ha estado aquí aun en los días feriados. Si la biblioteca no está abierta, este estudiante se sienta en el jardín de la biblioteca, pero siempre viene. y todos los días tenemos que decirle: Por favor, tiene que irse porque ya es hora de cerrar. 

Entonces le dije al decano: Encuentro los libros mucho más claros que los así llamados profesores. Además, éstos no hacen más que repetir lo que está escrito en los libros, entonces, ¿de qué me sirve ir a escuchar de boca de otros lo que está en los libros? ¡Yo puedo consultar los libros directamente! 


FUENTE: OSHO: "El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos", Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 70

ESPACIOS


viernes, 12 de enero de 2018

EL TIRANO QUE LLEVAMOS DENTRO


La premisa es: si acorralas a un dogmático, se volverá autoritario. O dicho de otra forma: una persona rígida, cuando se siente presionada, sacará a relucir al tirano que lleva dentro.112, 113 

Hace unos años, en una prestigiosa Universidad privada hubo un incidente entre un grupo de estudiantes que asistían a una carrera técnica. Fui invitado por el vicerrector al comité disciplinario para analizar los hechos y aportar el punto de vista psicológico. El problema fue el siguiente: En la cafetería de la Universidad, a una hora de máxima asistencia, uno de los estudiantes (al cual llamaré Juan) agredió físicamente a dos de sus compañeros y les causó lesiones menores. El altercado se debió a una discusión entre un pequeño grupo «progresista» y el estudiante agresor, debido a que este último era miembro activo del Opus Dei y hacía abierto proselitismo de sus ideas. Durante los últimos dos años, había sido blanco de críticas y burlas por varios de sus compañeros y estudiantes de otros cursos. Ese día en especial, el «grupo disidente» rayó sus cuadernos, abrió su mochila y rompió unos pasquines en los que se promocionaba la imagen del líder de la organización. Uno de ellos le empujó, otro le pegó un coscorrón y finalmente Juan, que era un joven bastante corpulento, pegó a ambos. De inmediato, la gente intervino tratando de apaciguar los ánimos, hasta que las autoridades universitarias se hicieron cargo del asunto.

El vicerrector era un hombre joven, amable y bastante exitoso en su gestión. Tenía fama de ser inflexible y algo dogmático en sus ideas, pero también de ser justo y recto en sus decisiones. En la primera reunión del comité disciplinario, todo el mundo tuvo una disposición flexible y abierta. Los asistentes fueron: un profesor, una trabajadora social, el jefe de estudios, el vicerrector y yo mismo. Sin embargo, en el segundo encuentro el ambiente cambió debido a una diferencia de criterios entre el vicerrector, por un lado, y el profesor y yo por otro. El desacuerdo fue a causa del tipo de sanción propuesta por la Universidad (la directiva quería expulsar a todos los implicados). La opinión del profesor y la mía era que la expulsión era una medida exagerada y que, de alguna manera, se estaban dejando a un lado los atenuantes que podían explicar y hacer más comprensiva la reacción de Juan. Él había sido víctima de discriminación por sus ideas religiosas, independientemente de que las compartiéramos o no. ¿Había que evaluar a todos con el mismo rasero? 

PEDAZOS QUE DESPUÉS SE VUELVEN A JUNTAR


jueves, 11 de enero de 2018

CAMINARES


Tengo el cuerpo todo lleno de palabras. En los análisis de sangre, siempre aparecen más palabras que glóbulos:

—El colesterol está dentro de los límites, pero las palabras... —me dice el médico, y frunce el ceño.

Las palabras me caminan adentro, mientras yo camino. En mis ires y venires a lo largo de la costa de Montevideo, las palabras van y vienen todo a lo largo de mí: ellas se buscan, se encuentran, se juntan, y juntas crecen y se van convirtiendo en cuentos que quieren ser contados. Entonces las palabras golpean a las puertas de mi cuerpo, la puerta de la boca, la puerta de la mano, queriendo salir, queriendo darse, mientras yo me dejo ir por la orilla del río ancho como mar. Fue a la orilla de ese río-mar donde alguna vez también yo golpeé a las puertas de un cuerpo, queriendo salir, queriendo darme, y fui nacido.
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