viernes, 29 de diciembre de 2017

PREGUNTAS


Inés, de tres años, hija de Alejandra Rosencof:

—¿Qué tengo yo, mamá? ¿Tengo hambre o tengo sueño?

Julieta, de tres años, hija de Nelly Hughes:

—¿Por qué me voy a ir, si aquí estoy más?

Manuel, de cuatro años, hijo de Minou Tavárez Mirabal:

—¿Otra vez vas a salir, mamá? ¿Pero es que tú no sabes que me haces falta? ¿Que cuando tú te vas, yo lloro?

Soledad, de cinco años, hija de Juanita Fernández:

—¿Por qué los perros no comen postre?

Camilo, de seis años, hijo de Glenda Irazábal:

—¿Por qué me llamás «mi vida», mamá? Vos tenés tu vida y yo tengo la mía.

Vera, de seis años, hija de Elsa Villagra:

—¿Dónde duerme la noche? ¿Duerme aquí, abajo de la cama?

Luis, de siete años, hijo de Francisca Bermúdez:

—¿Se enojará Dios, si no creo en él? Ay, mamá, no sé cómo decírselo.

FALSAS IDEAS


jueves, 28 de diciembre de 2017

LA FUNCIÓN DEL MAESTRO


Los maestros no dicen la verdad; aunque quisieran, no podrían hacerlo. Es imposible. Entonces, cuál es su función? ¿Qué es lo que siguen haciendo?

No pueden decir la verdad, pero pueden evocar la verdad que dormita en ti. Pueden provocarla, pueden desafiarla. Pueden conmoverte, pueden despertarte. No pueden darte ni Dios ni verdad ni nirvana, pues todo ello ya está en ti. Tú naciste con todo ello. Es innato, es intrínseco. Forma parte de tu naturaleza misma. Por tanto, cualquiera que pretenda darte la verdad simplemente está explotando tu estupidez, tu credulidad; esa persona es astuta, astuta e ignorante al mismo tiempo. No sabe nada; ni siquiera ha vislumbrado la verdad. 

La verdad no se te puede dar, pues ya está en ti. Puede evocarse, suscitarse, provocarse. Puede generarse el contexto, o el espacio, para que surja en ti y no dormite más, para que despierte. 

La función del maestro es mucho más compleja de lo que crees. Sería mucho más fácil, más simple, si la verdad se pudiera transmitir. Pero no puede transmitirse, por lo que deben crearse maneras y mecanismos indirectos. 

La función del maestro es llamar: "Lázaro, sal de la cueva! Sal de tu tumba! Sal de tu muerte!" El maestro no puede darte la verdad, pero puede suscitar la verdad. Puede despertar algo en ti. Puede desencadenar un proceso en ti que encenderá una llama. La verdad eres tú, pero se ha acumulado mucho polvo a tu alrededor. La función del maestro es negativa: es darte un baño, lavarte, para que desaparezca el polvo. 

Los maestros iluminan. Colman tu ser de una gran luz, son luz. Esparcen luz sobre tu ser. Son como un reflector: enfocan su ser en tu ser. De repente la linterna de un maestro comienza a iluminar algunos territorios olvidados de tu ser. Están en tu interior, el maestro no los crea, simplemente está aportando su luz, enfocando su ser en ti. El maestro enfoca sólo cuando el discípulo se abre, cuando se entrega, cuando está dispuesto, listo para aprender y no para argüir; cuando el discípulo llega, no a acumular conocimientos sino a conocer la verdad; cuando el discípulo no es simplemente un curioso sino un buscador de la verdad y está dispuesto a arriesgarlo todo. Aun si es preciso arriesgar y sacrificar la vida, el discípulo está dispuesto a hacerlo. En realidad, al arriesgar tu adormilada vida, al sacrificarla, alcanzas una calidad de vida totalmente diferente: la vida de luz, de amor, la vida que está más allá de la muerte, más allá del tiempo, más allá del cambio. 

PELEAR POR DIOS


miércoles, 27 de diciembre de 2017

EL ATOLLADERO


He aquí que un hombre entró en una pollería. Vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo:

--Buen hombre, tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo. ¿Cuánto pesa éste?

El pollero repuso:

--Dos kilos, señor.

El cliente meció ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo:

--Éste no me vale entonces. Sin duda, necesito uno más grande.

Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, empero, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente:

--No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor.

Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido apareció con el mismo pollo entre las manos, y dijo:

--Éste es mayor, señor. Espero que sea de su agrado.

--¿Cuánto pesa éste? -preguntó el cliente.

--Tres kilos -contestó el pollero sin dudarlo un instante.

Y entonces el cliente dijo:

--Bueno, me quedo con los dos.

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