sábado, 25 de noviembre de 2017

LA LLAVE DE LA FELICIDAD


El Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero cierto día, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron a Él.

Dios se quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo. Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no diese con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito donde el hombre no pudiese hallarla. Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar; luego, en una caverna de los Himalayas; después, en un remotísimo confín del espacio sideral. Pero no se sintió satisfecho con estos lugares. Pasó toda la noche en vela, preguntándose cual sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. Pensó que el hombre terminaría descendiendo a lo más abismal de los océanos y que allí la llave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una gruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría todo el universo. “¿Dónde ocultarla?”, continuaba preguntándose al amanecer. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad.

REALMENTE NO LO NECESITABA PARA SER FELIZ


jueves, 23 de noviembre de 2017

CONFIAR Y CREER

 
Si de verdad deseas llegar a confiar, abandona todas tus creencias. No te sirven. Una mente que cree es una mente estúpida. Una mente que confía tiene inteligencia pura. Una mente que cree es una mente mediocre; una mente que confía adquiere la perfección. La confianza genera la perfección. 

La diferencia entre creer y confiar es simple. No hablo de la definición del diccionario de estas palabras; en el diccionario puede decir algo como: creer significa confiar, confiar significa tener fe y tener fe significa creer. Yo hablo de la existencia. De una manera existencial, la creencia es prestada y la confianza es propia. Las creencias las crees, pero se esconde la duda bajo la superficie. En la confianza no hay el elemento de duda. La creencia genera una desunión en ti: una parte de tu mente cree, mientras que la otra parte niega. La confianza es la unidad de tu ser, su totalidad. 

Pero, ¿cómo puede esa totalidad confiar si no has tenido la experiencia de la confianza? No basta el Dios de Jesús, ni el Dios de mi experiencia, ni el Dios de la experiencia del Buda; tiene que ser tu propia experiencia. Si te aferras a las creencias, una y otra vez te vas a confrontar con experiencias que no se ajustan a esas creencias; entonces surge la tendencia de la mente a no ver esas experiencias, a no prestarles atención porque son muy inquietantes. Te destruyen las creencias, mientras que tú deseas aferrarte a ellas y así progresivamente te vas cegando frente a la vida; la creencia se convierte en una venda en tus ojos. 

La confianza te abre los ojos; no tiene nada que perder. Confiar significa que, sea lo que sea, lo real es real: Puedo abandonar mis deseos y anhelos, pues no cambian la realidad. Tan sólo distraen mi mente de la realidad. 

Si tienes una creencia y tropiezas con una experiencia que tu creencia no admite como posible, o la experiencia es tal que abandonas la creencia, ¿qué vas a escoger: la creencia o la experiencia? La tendencia de la mente es a escoger la creencia y olvidar la experiencia. Es así como te has perdido de muchas oportunidades cuando Dios ha golpeado a tu puerta.
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