martes, 12 de septiembre de 2017

AMAR AL MUNDO


MOKELU EL NECIO


¿Debemos compartir el conocimiento?

Quinientos monjes vivían en un templo situado a una decena de kilómetros del pueblo. Uno de ellos, el más anciano, llamado Mokelu, era conocido por su necedad. Poco importaban los esfuerzos empleados en enseñarle algo, él no lo entendía. No podía recitar de memoria ni un solo proverbio siquiera. Los otros le miraban por encima del hombro. A ninguno le gustaba estar con él y Mokelu estaba muy solo.

Un día el rey invitó a los monjes a palacio a una recepción. Mokelu, avergonzado por su necedad, tenía miedo de unirse a la reunión y no fue. Pero cuando todo el mundo se hubo marchado se sintió inundado por la tristeza. Estaba enfadado con todos y cada uno y consigo mismo. Buscó una cuerda y fue bajo un gran árbol para poner fin a su vida.

En ese preciso momento el Buda apareció frente a él y le reprendió duramente:

- Mokelu, en lugar de cultivarte seriamente y descubrir tus lagunas, estás a punto de hacer algo verdaderamente necio.

Mokelu, boquiabierto, se quedó sin palabras. El Ser iluminado continuó:

- En tu vida anterior eras practicante con un conocimiento vasto y profundo. Pero no querías enseñarlo a los demás. Eras arrogante y amonestabas a aquellos que se te acercaban. Es por esto que, como consecuencia, en esta vida eres necio. No puedes culpar a los demás por ello. Sólo debes arrepentirte de tus malos actos. Además, poner fin a tu vida no pone fin a tus faltas.

PERDIENDO EL TIEMPO


lunes, 11 de septiembre de 2017

EL HOMBRE HERIDO POR LA FLECHA


¿Debemos buscar saberlo todo?
El hombre herido por la flecha

Hubo una vez un monje que reflexionaba mucho y meditaba sobre las catorce preguntas difíciles, tales como “¿el yo es eterno o temporal?”, “¿el mundo es finito o infinito?”, “¿podemos ser verdaderamente sabios mientras vivimos o únicamente tras la muerte?”, etc. Pero no lograba desentrañar estos problemas de forma satisfactoria, y se sentía impaciente.

Una mañana, tomando su hábito y su cuenco de limosnas, se presentó ante el Buda y le dijo:

- Si puedes explicarme las catorce preguntas difíciles y satisfacer mi inteligencia, seguiré siendo tu discípulo. Si no logras explicármelas, buscaré otra vía.

El Bienaventurado le respondió:

- ¿Al principio acordamos que si te explicaba las catorce preguntas difíciles serías mi discípulo?

El monje respondió que no. El Buda prosiguió:

- Entonces ¿cómo puedes decirme hoy que si no te las explico no seguirás siendo mi discípulo? ¿No ves que es por los hombres afectados por la vejez, la enfermedad y la muerte que yo predico la ley, para salvarles? Esas catorce preguntas difíciles son objeto de disputa, no sirven a la ley y no son más que vanas discusiones. ¿Por qué hacerme esas preguntas? De todas formas, si te respondiera, no comprenderías. Además, loco como eres, llegada la hora de la muerte ¡no te habrás podido librar del nacimiento, de la vejez, de la enfermedad ni de la misma muerte!

Como el monje no respondía, continuó:

- Déjame contarte una historia. Un hombre fue alcanzado por una flecha envenenada. Se hizo llamar a un médico. Pero cuando llegó, el enfermo le interpeló así: “No permitiré que me extraigas la flecha hasta que conozca cuál es tu clan, tu apellido,r tu familia, tu pueblo, tu padre y tu madre, así como tu edad. Además quiero saber de qué montaña proviene la flecha, cuál es la naturaleza de su madera y de sus plumas, quién ha fabricado la punta de la flecha y de qué metal. Después quiero saber si el arco es de madera silvestre o de cuerno de animal. Y también deseo saber de dónde proviene el remedio y cuál es su nombre. Cuando sepa todas estas cosas te permitiré extraer la flecha y aplicar el remedio”.

El Buda preguntó al monje:
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