domingo, 10 de septiembre de 2017

MODO INTELECTUAL


Naropa, un yogui indio del siglo XI, un día se encontró inesperadamente con una vieja bruja por la calle. Ella parecía saber que el era uno de los eruditos más importantes del budismo en India y le preguntó si entendía las palabras escritas en el gran libro que portaba en sus brazos. Él dijo que sí y ella se puso a cantar y a bailar alegremente. A continuación le preguntó si comprendía el significado de las enseñanzas que contenía el libro. Pensando en agradarla todavía más, volvió a decir que sí, pero en ese momento ella se puso furiosa y le gritó que era un hipócrita y un mentiroso. Aquel encuentro cambió la vida de Naropa. Sabía que la anciana le había pillado: en realidad sólo comprendía las palabras y no el significado interno profundo de las enseñanzas que podía exponer tan brillantemente. 

En ese mismo punto es donde también nosotros, en mayor o menor medida, nos encontramos. Podemos bromear con nosotros mismos durante cierto tiempo pensando que entendemos la meditación y las enseñanzas, pero en algún momento tenemos que enfrentar la realidad. Nada de lo que hemos aprendido parece muy relevante cuando nuestro amante nos deja, cuando nuestro hijo tiene una rabieta en medio del supermercado o cuando nos insulta un colega del trabajo. ¿Cómo nos trabajamos el resentimiento cuando el jefe entra en la habitación gritándonos? ¿Cómo reconciliamos esa frustración y humillación con nuestro anhelo de ser abiertos y compasivos y de no dañarnos a nosotros mismos ni a los demás? ¿Cómo, durante la meditación, combinamos nuestra intención de permanecer alerta y ser delicados con la realidad de que nos sentamos y nos quedamos dormidos inmediatamente? ¿Y las veces que nos sentamos y nos pasamos todo el rato pensando en cuánto deseamos algo o a alguien que hemos visto de camino a la sala de meditación? ¿O cuando nos sentamos y nos contorsionamos toda la mañana porque nos duelen las rodillas y la espalda y estamos hartos y aburridos? En lugar de estar calmados, despiertos y sin ego, nos encontramos más nerviosos, irritables y densos que de costumbre.

Éste es un lugar muy interesante en el que encontrarse. Para el practicante es un lugar extremamente importante.

viernes, 8 de septiembre de 2017

LA FIESTA


El 10 de mayo de 1987, el Club Nápoles se consagró campeón de Italia por primera vez en 60 años. La ciudad fue vengada por las artes de un mago petiso y ruludo, llamado Maradona, que hacía cantar a la pelota. Y un terremoto de fiesta estalló y lanzó a bailar por los aires a la gente que tenía la jodida costumbre de perder en el fútbol y en todo lo demás.

Al fin de esa noche, un enorme cartel apareció en el cementerio de Nápoles. No se dirigía a la calle, sino a las tumbas. El cartel decía:

¡LO QUE SE PERDIERON!

DEJAR LO RECUERDOS


martes, 5 de septiembre de 2017

LOS CONJUROS


Lucila Escudero no se daba por enterada de sus años. Ella andaba tan campante por los tres patios de su casa y por las calles del vecindario, sorda a las penas y a los achaques y a las tristes voces del tiempo, y con ojos de recién llegada miraba al mundo desde el balcón.

Lucila creía en el cielo, y sabía que lo merecía, pero se sentía mucho mejor en casa. Para despistar a la muerte, dormía cada noche en un lugar diferente. Nunca le faltaba algún tataranieto para ayudar a correr la cama, y de oreja a oreja sonreía pensando en el chasco que se llevaría la muerte cuando viniera a buscarla. Antes de dormir, encendía el último cigarrillo del día, en su larga boquilla labrada, y se echaba la última copa de buen vino tinto. Entraba en la noche bebiendo el vino da a sorbitos, un buche por cada amén, mientras rezaba los padrenuestros y las avemarías.

Había nacido en 1885. Murió a los 110 años de su edad, en Santiago de Chile, cuando ya había enterrado a siete hijos y estaba un poquito aburrida de vivir.
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