La paramita de la paciencia es el antídoto de la ira, es una forma de aprender a amar y a cuidar de cualquier cosa que nos encontremos en el camino. Cuando hablamos de paciencia no nos referimos a soportar las situaciones, a sonreír y aguantar. En cualquier situación dada, en lugar de reaccionar repentinamente, podemos masticarla, olerla, mirarla y abrirnos a ver qué contiene. El opuesto de la paciencia es la agresión, el deseo de saltar y moverse, de poner más presión en nuestras vidas, de tratar de llenar el espacio. El camino de la paciencia incluye actitudes como relajarnos, abrirnos a lo que está ocurriendo, experimentar la sensación de maravillarnos.
Una amiga me contó que cuando era niña, su abuela, que era una india cherokee, se llevaba de paseo a ella y a su hermano para ver animales, y les solía decir: «Si os quedáis quietos, veréis algo. Y si estáis muy silenciosos, oiréis algo.» Aunque ella nunca empleó la palabra paciencia, eso es lo que mi amiga y su hermano aprendieron.