Todos me preguntan qué sucederá cuando finalmente lleguen. ¿Es simple curiosidad? Siempre estamos preguntando cómo se acomodará esto en el sistema, o si es que tendrá sentido en ese contexto, o qué se sentirá cuando lleguemos. Empiece y lo sabrá; eso no puede describirse. En el Oriente se dice: "Los que saben no lo dicen; los que lo dicen, no lo saben". No se puede decir; sólo se puede decir lo contrario. El gurú no puede darle la verdad. La verdad no se puede poner en palabras, en una fórmula. Eso no es la verdad. Eso no es la realidad. La realidad no se puede poner en una fórmula. El gurú sólo puede señalarle a usted sus errores. Cuando deje sus errores, conocerá la verdad. E incluso entonces usted no puede decirla. Ésta es una enseñanza común entre los grandes místicos católicos.
El gran Tomás de Aquino, al final de su vida, no escribía y no hablaba; había visto. Yo creía que él había guardado ese famoso silencio durante un par de meses, pero continuó guardándolo durante años. Se había dado cuenta que había hecho el ridículo, y lo dijo explícitamente. Es como si ustedes nunca hubieran probado un mango verde y me preguntaran: "¿A qué sabe?" Yo les diría, es "ácido", pero al darles una palabra los he alejado de la pista. Traten de comprender esto. La mayoría de las personas no son muy sabias; toman la palabra - La palabra de las escrituras, por ejemplo. - y todo lo entienden mal. "¿Ácido como el vinagre, ácido como un limón?" No; no es ácido como un limón, sino ácido como un mango. "Pero nunca lo he probado", dice usted. ¡Qué lástima! Sin embargo, usted continúa y escribe una tesis doctoral sobre el mango. No lo haría si no lo hubiera probado. Realmente no lo haría. Habría escrito una tesis doctoral sobre otras cosas, pero no sobre los mangos. Y el día que finalmente usted pruebe un mango verde, usted dirá: "¡Dios mío, hice el ridículo!" No debí haber escrito esa tesis. Eso fue exactamente lo que Tomás de Aquino hizo.