martes, 31 de enero de 2017

LA PEQUEÑA LLANA ENCANTADA


El cuento zen, aparte de lo que dice, despierta en nosotros sutiles resonancias, abre el camino del eterno Atma. 

***

Huo-Huan era huérfano de padre. A los trece años era considerado un niño prodigio. Su madre lo adoraba. Todos le auguraban un brillante futuro. Sería, tal como lo exigía la tradición familiar, un gran mandarín, un letrado respetado. El gobernador ya le reservaba un lugar de honor a su lado. Una mañana, mientras iba a clase como de costumbre, se cruzó en la calle con una muchacha de una gran belleza, llamada Ts'ing-Ngo. Se enamoró de ella de modo fulminante, y su vida dio un vuelco. Igual que un barco sorprendido por la tempestad, que cambia bruscamente de rumbo y va a encallar en una orilla desconocida. 

Como Huo-Huan se lo pidió con insistencia, su madre inició las gestiones de costumbre ante los padres de la muchacha. Ts'ing-Ngo pertenecía a una familia honorable. Su padre, antiguo intendente del templo, se había retirado a la montaña. Había dejado órdenes. Su hija debía llevar una vida consagrada, no le estaba permitido casarse. Huo, cuando lo supo, cayó en la desesperación. Su pena era tan violenta, tan terrible, que su madre temía por su vida. Una mañana al salir de su casa, perdido en sus pensamientos, tropezó con un transeúnte, un religioso taoísta. Huo se excusó, y el santo varón le respondió con una sonrisa. Llevaba en la mano una pequeña llana, que agitaba ante sí. Huo, maquinalmente, le preguntó: 

-¿Por qué lleváis en la mano esta pequeña llana?

SORPRESA


lunes, 30 de enero de 2017

¿ALUCINACIÓN O REALIDAD?

PRAJNA, LA SABIDURÍA


Recuerdo el primer retiro que dirigí tras la publicación de The Wisdom of No Escape. La mayoría de las personas habían venido porque se sentían atraídas por la noción de maitri que impregnaba el libro. En torno al tercer día de trabajo estábamos todos sentados en meditación cuando de repente una mujer se puso de pie, hizo unos estiramientos y se tumbó en el suelo. Cuando le interrogué al respecto un poco más tarde, me dijo: «Bien, me sentía tan cansada que pensé en ser buena conmigo mismo y darme un descanso.» Entonces me di cuenta de que tenía que hablar de la magia de la disciplina y de no dejarse arrastrar por los estados de ánimo. 

La primera vez que medité con los estudiantes de Trungpa Rinpoche fue en 1972. El no llevaba mucho tiempo en Norteamérica y su trabajo estaba empezando a evolucionar. En una esquina de la habitación había un hombre parapetado sobre tres cojines redondos, y cada cinco o diez minutos se venía abajo con todo el montaje. Entonces volvía a colocar los cojines y continuaba. Otra estudiante daba saltos y salía corriendo de la habitación llorando. Lo hizo como unas cinco veces en una sesión de una hora. Cuando empezamos a meditar caminando, había tantos estilos distintos y excéntricos como personas: una persona doblaba mucho la rodilla y daba los pasos medio flotando, otro andaba hacia atrás... Todo aquello era muy entretenido, pero nos distraía enormemente. Poco después, Rinpoche comenzó a introducir poco a poco un tipo de meditación estándar y las cosas se calma- ron considerablemente. 
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