He aquí un ejemplo de cómo dirigirte a ti mismo o a los demás para alcanzar una Relajación Profunda. Dejar que tu cuerpo descanse es muy importante. Cuando tu cuerpo está a gusto y relajado, tu mente también estará en paz. La práctica de la Relajación Profunda es fundamental para curar el cuerpo y la mente. Te ruego que te reserves un tiempo para practicarla a menudo. Aunque la siguiente relajación dirigida pueda tomarte unos treinta minutos, modifícala con toda libertad para que se adapte a tu situación. Puedes acortarla a sólo cinco o diez minutos y hacerla al despertarte por la mañana, antes de acostarte por la noche o durante un breve descanso en medio de un ajetreado día. O alargarla y hacer que sea más profunda. Lo más importante es que disfrutes con ella.
Tiéndete cómodamente boca arriba sobre el suelo o la cama. Cierra los ojos. Deja que los brazos descansen suavemente a los lados del cuerpo y que tus piernas estén relajadas y se inclinen hacia fuera.
Mientras inspiras y espiras, sé consciente de todo el cuerpo que está tendido. Siente las zonas del cuerpo que se mantienen en contacto con el suelo o con la cama sobre la que estás: los talones, las pantorrillas, las nalgas, la espalda, las palmas de las manos, los brazos y la parte posterior de la cabeza. Con cada espiración, siente cómo te vas hundiendo cada vez más en el suelo, liberando la tensión, liberando todas las preocupaciones, sin aferrarte a nada.
Mientras inspiras, siente cómo sube el abdomen; y al espirar, cómo baja. Dedica varias respiraciones a observar únicamente cómo el vientre sube y baja.
Ahora, mientras inspiras, sé consciente de los dos pies. Al espirar, deja que se relajen. Al inspirar, envía tu amor a los pies, y al espirar, sonríeles. Mientras inspiras y espiras, toma conciencia de lo maravilloso que es tener dos pies, que te permiten caminar, correr, hacer deporte, bailar, conducir y realizar tantas otras actividades a lo largo del día. Envía tu agradecimiento a los dos pies por estar siempre ahí para ti cuando los necesitas.