El sol se está escondiendo tras los cipreses, cuando Aurora llega al cementerio de San Antonio de Areco. La han llamado:
—Necesitamos el lugar. Se muere mucha gente, usted comprenda.
Y un funcionario le dice:
—Mucho gusto, señora. Son trescientos pesos. Aquí tiene.
Y le entrega los huesos, dentro de una bolsa, de esas que se usan para la basura.
En un automóvil negro y enorme, Aurora Meloni se lleva los huesos. El chofer, vestido de negro desde la gorra hasta los zapatos, maneja en silencio. Ella agradece ese silencio. No mira la bolsa de plástico negro. Mira al mundo, que corre al otro lado de la ventanilla. En un descampado, unos muchachos juegan al futbol. Aurora no soporta esa alevosa felicidad; da vuelta a la cara. Mira la nuca del chofer. No mira la bolsa, que viaja en el suelo, apretada entre sus piernas.