La vida sin consciencia es una vida mecánica. No es humana, es programada, condicionada. Más valdría que fuéramos una piedra, un trozo de madera. En mi país hay cientos de miles de personas que viven en pequeñas chozas, en una pobreza extrema; apenas logran sobrevivir, todo el día hacen un trabajo manual duro, duermen y se despiertan por la mañana, comen algo, y vuelven a empezar. Y uno piensa: "¡Qué vida!" "¿Eso es lo que la vida tiene para ofrecerles? "Y entonces, de pronto, se sobresalta cuando se da cuenta que el 99.999% de las personas de aquí no están mejor. Ustedes pueden ir al cine, conducir un automóvil, hacer un crucero. ¿Creen ustedes que están mejor que ellos? Ustedes están tan muertos como ellos. Son una máquina tanto como lo son ellos - Una máquina un poco más grande, pero de todas maneras, una máquina. Eso es triste. Es triste pensar que la persona pasa por la vida así.
Los seres humanos pasan por la vida con ideas fijas; nunca cambian. Sencillamente no se dan cuenta de lo que sucede. Ellos podrían ser un bloque de madera, o una roca, una máquina que habla, camina, piensa. Eso no es humano. Son títeres movidos en todas las direcciones por todo tipo de cosas. Opriman un botón y obtendrán una reacción. Casi se puede predecir cómo va a reaccionar una persona. Si estudio a una persona, puedo decirles cómo va a reaccionar. Con mi grupo de terapia, a veces escribo en una hoja de papel que Fulano va a iniciar la sesión y que Mengano va a responderle. ¿Creen que eso está mal? Bueno, no escuchen a las personas que les dicen: "¡Olvídese de usted mismo! Acérquese a los demás con amor" ¡No las escuchen! Todos se equivocan. Lo peor que usted puede hacer es olvidarse de usted mismo cuando se acerca a los demás con lo que se llama una actitud de ayuda.
Esto lo entendí a la fuerza hace muchos años, cuando estudié sicología en Chicago. estábamos siguiendo un curso de consejería para sacerdotes. Se admitía sólo a sacerdotes que estaban haciendo consejería y que aceptaban traer a la clase la grabación de una sesión. Éramos como veinte. Cuando me llegó el turno, traje un casete con una entrevista que había tenido con una joven. El instructor colocó la cinta en una grabadora, y la escuchamos. A los cinco minutos, como acostumbraba el instructor detuvo la grabación y preguntó: ¿Hay comentarios? Alguien me dijo:
-¿Por qué le preguntó eso a ella?
- No creo haberle preguntado nada - le contesté -. En realidad, estoy bastante seguro de no haberle preguntado nada.
- Usted le preguntó - afirmó.