Para cuándo, preguntaba ella, para cuándo.
Una vez por semana, Miguel Migliónico pasaba por allí. La encontraba siempre en el zaguán, clavada a su sillón de mimbre, de cara a la calle, y doña Elvirita lo acosaba con preguntas sobre el embarazo de su mujer:
—¿Para cuándo?
—Para junio, parece.
—¿Qué día?
—Tanto, no se sabe.
Blanca ropa, pelo blanco, siempre lavada y planchada y peinada, doña Elvirita irradiaba paz y solera, señorío del tiempo, y daba consejos:
—Tóquele la panza, que trae suerte.
—Que tome cerveza negra, o malta, para que dé buena leche.
—Hágale los gustos, todos los antojos, que si la mujer se traga las ganas, sale la cría manchada.