En el viejo Japón, el monje peregrino divulgaba de provincia en provincia, de aldea en aldea, los cuentos edificantes, venidos de la India fabulosa o de la lejana China. El santo varón se instalaba en la oscura sala. Unas brasas despedían su fulgor rojizo en el hogar; a su alrededor los campesinos formaban un círculo, y él comenzaba con el ritual familiar:
ESTO ES LO QUE OÍ:
Un hombre, que tenía mujer e hijos, se iba a trabajar al campo. Llevaba en el hombro un binador (cavador) y su ropa era la de un campesino. Por el camino una mujer joven y muy gentil le detuvo:
-Cásate conmigo -le dijo-. Lo quiero, y nadie podrá impedírmelo.
Después de vacilar un poco, el hombre, subyugado por su gran belleza, aceptó. La hermosa mujer le dijo:
-Quiero mostrarte mi casa y presentarte a mi padre.
El hombre la siguió. Ella lo llevó a la playa.