Mientras la mente rígida está petrificada y cerrada al cambio y la mente líquida es gaseosa, la mente flexible tiene un cuerpo modificable. No está fija en un punto ni se desliza por cualquier parte sin rumbo, sino que posee una dirección renovable. A la mente flexible le gusta el movimiento, la curiosidad, la exploración, el humor, la creatividad, la irreverencia y, sobre todo, ponerse a prueba. Si la mente obstinada cierra la puerta al mundo para no poner en duda
sus estructuras internas y la mente líquida la abre de par en par (aunque sin discernimiento), la mente flexible deja la puerta entreabierta. Lo positivo de la mente rígida es que posee ideas, lo negativo es que se enreda en ellas al pensar que son inmutables y eternas. Lo positivo de la mente líquida es que no pone barreras, lo negativo es la carencia de puntos de vista. La mente flexible mantiene opiniones, tiene creencias y principios, pero está dispuesta al cambio y en pleno contacto con la realidad.
La mentalidad flexible o abierta utiliza el pensamiento crítico como guía de sus decisiones. Se opone al dogmatismo pues es capaz de dudar de sus creencias cuando hay que dudar, es decir, cuando la lógica (buenos argumentos) y la evidencia (el peso significativo de los hechos) las cuestionan y, por tanto, obligan a examinarlas en serio. Tal como afirman los psicólogos Peterson y Seligman,20 podríamos decir que la mente abierta o flexible responde a una virtud correctiva que está incluida prácticamente en todos los catálogos de valores, recientes y antiguos, y que se define por el buen juicio, la racionalidad y la apertura a otras opiniones.