Es un hecho que la mayoría de las personas elegimos pareja exclusivamente con el corazón y no consideramos de manera racional otros aspectos que podrían ser fundamentales para la convivencia diaria. Los enamorados que conocen o intuyen el lado oscuro del otro se autoengañan y animan a sí mismos diciendo que el «gran» amor que sienten los ayudará a salir victoriosos.
Pero la verdad es que decimos y hacemos muchas estupideces en nombre del amor: nos dejamos estafar, persistimos en relaciones donde el otro no nos ama, soportamos el maltrato, renunciamos a la vocación, matamos, nos suicidamos, sacrificamos nuestra libertad, negamos nuestros valores... En fin, el tan alabado amor muchas veces se nos escapa de las manos y nos conduce a un callejón sin salida. Es evidente que en una vida de relación, el sentimiento no lo suple todo. «Con el amor no basta», dicen los expertos, y tienen razón. Deberíamos elegir pareja de una manera más «pensada» y menos visceral: «Te deseo, me gustan muchas de tus cosas, pero todavía no sé si encajas en mi vida, aunque mi cuerpo y mi ser me impulsen desordenadamente hacia ti».
Lo siento por los fanáticos del enamoramiento, pero el amor, para los que nos movemos en un plano terrenal y no hemos trascendido, no suele ser tan incondicional (el número de desertores en el tema es cada día mayor), ni mueve montañas: más bien te aplasta, si te descuidas y no lo sabes manejar.