Cuando observamos nuestros pensamientos y emociones con humor y apertura, también percibimos así el universo. No estamos hablando sólo de nuestra liberación individual, sino de cómo ayudar a la comunidad en la que vivimos, de cómo ayudar a nuestras familias, a nuestro país y a todo el continente, por no mencionar el mundo, la galaxia y todo lo lejos que queramos ir.
Hay una transición interesante que ocurre de manera espontánea y natural: descubrimos que, en la medida en que hay valentía en nosotros —voluntad de mirar, de apuntar directamente a nuestro propio corazón— y en la medida en que sentimos cierta bondad hacia nosotros mismos, confiamos en poder olvidarnos de nosotros mismos y abrirnos al mundo.
La única razón por la que no abrimos nuestros corazones y mentes a los demás es porque activan en nosotros una confusión que no somos lo suficientemente valientes o cuerdos como para resolver. En la medida en que nos miramos clara y compasivamente a nosotros mismos, nos sentimos confiados e intrépidos mirando a los ojos a los demás.