Un alumno de una aldea rural llegó donde su maestro con un problema.
—Estoy aquí, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Dicen que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy tonto e idiota. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Lo siento mucho, joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero debo resolver mi propio problema, tal vez después...
Y haciendo una pausa continuó:
—Si tú me ayudas, y puedo resolver mi problema rápidamente, quizás pueda ayudarte a resolver el tuyo.
—Claro, maestro —murmuró el joven. Pero de nuevo se sintió disminuido.