Durante la hora y media que estuvo leyendo aquellas cartas, regó las semillas de felicidad que había en ella. Comprendió que los dos habían sido torpes porque no habían regado las semillas de felicidad que había en ellos, sino las semillas de sufrimiento. Después de leer las cartas, sintió el deseo de sentarse para escribirle una carta y contarle lo feliz que había sido en aquella época, al principio de su relación. Le escribió que deseaba que volvieran a descubrir y recrear la felicidad de aquellos años dorados. Ahora podía volver a llamarle «querido mío» con absoluta honestidad y sinceridad.
Tardó cuarenta y cinco minutos en escribirle aquella carta. Era una auténtica carta de amor, dirigida al encantador joven que le había escrito las cartas que guardaba en una caja. Leerlas todas y escribirle otra le llevó tres horas. Fue un tiempo de práctica, pero ella no sabía que estaba practicando. Después de escribirle la carta, se sintió muy ligera por dentro. Aún no se la había mandado, él no la había leído aún, pero ella ya se sentía mucho mejor porque las semillas de felicidad se habían despertado de nuevo, habían sido regadas. Subió a la planta de arriba y dejó la carta sobre el escritorio de su esposo. Y durante el resto del día se sintió feliz, porque las cartas habían regado las semillas positivas que había en ella.