Otro aspecto de la soledad fresca y encajada es no buscar seguridad en los propios pensamientos discursivos.
Nos han retirado completamente la alfombra de debajo de los pies; se acabó; ¡no hay manera de salirse de ésta! Ya ni siquiera buscamos la compañía del constante diálogo con nosotros mismos sobre cómo son o dejan de ser las cosas, sobre si deben ser o dejar de ser, si deberían o no deberían ser así, si pueden o no pueden ser. En la soledad fresca y abierta no esperamos seguridad de nuestro diálogo interno, por eso hemos recibido la instrucción de etiquetarlo como «pensamiento». No tiene ninguna realidad objetiva, es transparente e inasible. Se nos anima a tocar ese parloteo y soltar, sin hacernos mucho lío al respecto.